CANNES 2016 (04): LA RETÓRICA DEL EXCESO (O LA TRANSGRESIÓN REACCIONARIA)

CANNES 2016 (04): LA RETÓRICA DEL EXCESO (O LA TRANSGRESIÓN REACCIONARIA)

por - Críticas, Festivales
15 May, 2016 12:42 | comentarios
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Poesía sin fin

Por Roger Koza

El peor esoterismo, pues existe toda una tradición de creencias inverificables que al menos han trabajado laboriosamente una estética del delirio, tiene apologistas diversos en Cannes. La Quincena de los Realizadores ha refrendado por segunda vez a su líder espiritual. Vuelve Alejandro Jodorowsky y con él sus feligreses. Sala llena, aplauso cerrado, el cine al servicio de una fe imprecisa escrita en vaguedades y generalidades que el pueblo de Descartes valida como si se trataran de verdades apodícticas tan evidentes como la afirmación Cogito ergo sum. ¡Y qué decir de los colegas estadounidenses! Para ellos el creador de la psicomagia está en su mejor momento cinematográfico. Y los estadounidenses tampoco están solos. Los españoles y los rusos también le rinden pleitesía y ven en él la libertad en el cine. El encanto de la irracionalidad seduce en varias geografías.

Todo empezó unos años atrás. El presunto maestro de la transgresión metafísica del sur regresaba al cine después de muchos años de ausencia. La danza de la realidad se estrenaba en Cannes. La autobiografía del predicador libertario empezaba entonces a tener imágenes; el relato arrancaba en la infancia. Ahora toca el nacimiento del poeta y su consolidación en el mundo; en los ojos del director, una épica del yo. Como están las cosas, tendremos más. En Poesía sin fin ya se anuncia un viaje a Francia y con un propósito desmedido. En tono profético habría que animarse a decir que la próxima rondará en torno a los secretos conocimientos de la magia. En Poesía sin fin hay una escena de tarot que puede ser una escena del futuro.

Poesía sin fin es la genealogía de un poeta. Todo empieza en el barrio obrero de Matucana, a mitad siglo pasado, en donde el padre de Jodoroswky ha abierto un negocio. Los obreros en la película son potencialmente chorros, y ya en los primeros minutos se habilitan las patadas, cuando un trabajador roba un artículo. El obrero es mugre para el universo poético de Jodorowsky. De ahí en más, se desarrolla el primer acto, dedicado a seguir el enfrentamiento del hijo sensible con su padre implacable. En la mirada paterna ser poeta es ser puto, y el hijo tendrá que luchar a todo o nada para defender su vocación. En el segundo acto lo poético se liga a lo erótico. El joven poeta conocerá a Stella Díaz, una habitué del café Iris, el que Jodorowsky imagina como un espacio pulcro y metálico donde los mozos, todos viejos, se mueven con ostensible lentitud y los clientes parecen muertos vivientes. Con Díaz vendrá el sexo y la amistad conflictiva con el poeta Enrique Lihn, más caricaturas que personajes, como sucede en todo el film. En ese episodio también conocerá a Nicanor Parra, a quien Jodorowsky prefiere en lugar de Neruda, un poeta demasiado comprometido. El tercer acto se circunscribe a la consolidación del poeta, que para Jodorowsky tendrá cierta afinidad con el oficio de los payasos. El film cuenta con un epílogo didáctico y sentimental: Jodorowsky anuncia su viaje a París para retomar y corregir el surrealismo de André Breton, pero antes de partir despedirá a su padre: el propio Jodoroswsky dirige la escena en la escena. Su versión joven se despide del padre y él observa el acontecimiento. Se trata de una reconciliación en la que el propio Jodorowsky va indicando a los personajes cómo sería una despedida acorde a la circunstancia. El amor se debe expresar como corresponde: abrazar, sentir el cuerpo, darse la mano es cosa de reprimidos.

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Poesía sin fin

En Poesía sin fin hay menos pereza visual que en La danza de la realidad y algunas secuencias hasta tienen profundidad de campo. La chatura visual de la precedente es definitivamente superada en esta ocasión. Hay que concederle a Jodorowsky que aquí pensó un poco más los materiales del cine: la combinación de los colores y las formas de registro del espacio denotan atención. La mejor secuencia del film, la anteúltima, es una prueba: cientos de personas disfrazadas de cadáveres y de diablos desfilan alegremente en la calle; es una coreografía vistosa, cromáticamente eficiente. En esa murga esotérica, recargada simbólicamente como todo lo que se ve en pantalla, la retórica del exceso del cineasta despliega toda su fuerza y asimismo su límite. Saturar el campo visual es una forma de distraer y así no evidenciar la trivialidad invencible de la propuesta.

Como cineasta, Jodorowsky desconoce la fuerza de la sugerencia. Todo lo explica, todo lo muestra. Desde que empieza hasta que termina el fuego es aquí la palabra operativa. Todos los versos poéticos que se escuchan giran alrededor del fuego. La combustión es la figura espiritual que comanda el imaginario del film. Las metáforas poéticas sobre el fuego abundan y, para que no existan dudas y el mensaje se marque a fuego, hasta la propia casa paterna se incendiará y reducirá a cenizas. Arder, arder, arder, esa es la cuestión, ahí está la salvación: consumir el Yo, despreciar el sentido y abrazar el caos creativo que subyace al mundo.

La inocua transgresión de Jodorowsky consiste en postular una hipótesis represiva general según la cual todos los hombres obedecen lo que el sistema propone. El poeta es la figura excéntrica y vital que se sustrae de ese orden impuesto que encuentra en la figura del padre a su ogro. La conjura de ese yugo social pasa por escandalizar a toda costa, representar el exceso como un vitalismo barroco que está por debajo de las reglas del decoro social. Por ejemplo, desnudando a una enana que está menstruando y hacerla tener sexo con el joven poeta para que este profiera las sabias palabras que invierten el asco: “La sangre es sagrada”.

En la escena más ridícula del film, Jodorowsky sale a caminar con unos enormes zapatos verdes. Un hombre en la calle le pregunta en dónde compró esos zapatos y el poeta explicará la razón y su gusto por los payasos. Acto seguido, el poeta participa en un número de circo: empieza tirándose pedos y termina arrojándose desnudo en las manos de la audiencia como si se tratara de un cristo rockero. Tras declarar su irrefrenable deseo de ser poeta, el mundo lo reconoce como el iluminado.

Las transgresiones de Jodorowsky desestiman la economía y desdeñan cualquier lectura política. El horizonte de posibilidad de cualquier transgresión depende de una condición previa que permite reconocer una ley y el deseo de desobedecerla. Las transgresiones del poeta son planas e irrisorias, sin una conciencia crítica que cuestione el lugar del que se imparte la indisciplina. El cine de Jorodowsky, con sus ideas cinematográficas toscas y desgarbadas, con un literalismo omnipresente que desconoce la comilla y se sostiene en la alusión desenfrenada, es la transgresión solicitada por el propio sistema que combate.

Roger Koza / Copyleft 2016