BERLINALE 69 (04): LOS OFENDIDOS NO SE RINDEN

BERLINALE 69 (04): LOS OFENDIDOS NO SE RINDEN

por - Festivales
19 Feb, 2019 06:29 | Sin comentarios
El ganador del premio Teddy en Berlín habla sobre su última película: Breve historia del planeta verde. En el papel la sinopsis parece una locura; en imágenes y sonidos, es una película de Loza, quien cada vez parece más libre y sus películas más accesibles.

El año pasado, en esta misma ciudad, Santiago Loza presentaba Malambo, un hombre bueno. Un año después hizo lo mismo con un film que parece pertenecer a otra galaxia, literalmente. ¿Qué tienen en común el universo masculino del folclore y la cultura de los ofendidos a la que pertenecen los tres personajes principales de Breve historia del planeta verde? Loza emplea aquí música electrónica, uno de sus protagonistas es una chica trans y hay un alienígena que respira y viaja en una valija con el trío protagónico por el extremo sur del país. En los papeles, la inconmensurabilidad entre esas dos películas es indesmentible.

Sin embargo, todas las películas de Loza, como sus obras de teatro y asimismo su literatura, están signadas por la experiencia visceral del desgarro espiritual. Loza no celebra el sufrimiento, pero lo reconoce e intenta conjurarlo estéticamente en cada ocasión en que dispone de una cámara, una lapicera o un escenario. El hermoso film que estrenó en Berlín es probablemente su obra más feliz y delirante. ¿Quién puede combinar una ascensión teológica con una abducción cósmica? ¿Quién puede apropiarse de un verso de Almafuerte como “mantra de batalla” ante los intolerantes del mundo?

Breve historia de un planeta verde arrancó con todo. En un mundo gobernado por la amabilidad y la sensibilidad, este film debería ser un éxito de taquilla. No es el caso, pero si así fuera, el cine mejoraría bastante y el mundo sería menos amargo y oscuro.

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Roger Koza: Debe ser tu película más accesible y asimismo una de las más arriesgadas. Este reconocimiento es inesperado y uno de los más importantes de tu carrera. ¿Qué significa este premio en tu trayectoria?

Santiago Loza: El Teddy puede ser visto como un chiste debido a que es el premio del osito, pero es un premio muy prestigioso en el universo queer.A su vez es un premio que está vinculado a mi cine y mi persona, lo que me resulta muy conmovedor para mí y para toda la gente que hizo la película. Y no es menor que también recibimos un premio de la crítica queer. Son dos premios, algo inesperado. En cierta forma, una situación como esta cura ciertas heridas de todos los que estamos involucrados, de muchos, muchas o muchxs. El proyecto estaba definido por el riesgo. Supimos muy tarde que la película había sido seleccionada en la Berlinale, y entendemos que el festival al incluirla también tomó un riesgo. Nuestro riesgo era estético, político y económico. Entendíamos que se trataba de una película de aventuras, pero que en los papeles todo indicaba que era un disparate, no para quienes estábamos en el proyecto, porque para nosotros era la normalidad.

RK: Seguramente es así, en tanto que los tres protagonistas son una mujer trans, una chica amablemente depresiva y un chico gay que no parece estar del todo definido en su preferencia sexual. Los tres viajan por el sur con un alienígena. El drama y lo humorístico conviven. No debe haber sido fácil explicar a los productores y fondos de coproducción de qué se trataba todo esto.

SL: Era muy complicado explicar la trama, transmitir que iba a tener mucho humor y también una profunda melancolía. A esto se sumaban los elementos de ciencia ficción, un tono pop general y una cierta sensibilidad trascendental de la experiencia humana, que en nada tenía en común, desde luego, con la espiritualidad Nueva Era. Nuestro alienígena era glam y enteramente queerExplicar todo esto fue arduo y solamente la fe ciega de los productores que apostaron, algunos fondos que nos terminan salvando (Hubert Bals, World Cinema) y la convicción de todo un equipo que apostó hizo posible el film. Sin duda, la humanidad de Romina Escobar fue decisiva, porque puso su cuerpo y su interpretación preciosa y delicada al servicio de la película.

RK: Breve historia de un planeta verde parece desmarcarse de toda tu filmografía. Basta recordar la precedente, que estaba ligada al mundo masculino del folclore, para ver la diferencia. Sin embargo, aquellos personajes, como todos estos, parecen estar espiritualmente unidos por la vulnerabilidad. ¿No es un poco ese sentimiento el que reúne a todas tus películas? A ese estado anímico sumaste aquí el retrato de la amistad. ¿A qué se debe?

SL: En Malambo, un hombre bueno todo estaba concentrado en un mundo masculino; sin embargo, yo tenía la impresión de que todos ellos se montaban en una indumentaria que no era muy diferente a la de un drag. Por otro lado, el personaje de ese film me interesó porque estaba lastimado. Esas heridas no del todo a la vista son las que me importa filmar. Hay un escritor alemán que no leo hace un tiempo, pero que me gustaba mucho, Heinrich Böll, quien hablaba de una “teología de la ternura”. Cuando lo leía sentía que sí creía en eso; yo no soy creyente, no comulgo con ningún credo religioso, menos aún el catolicismo, pero sí puedo abrazar esa teología.

RK: ¿Sería como una teología ejercitada en la amistad?

SL: Sí, porque tenía necesidad de hacer un tributo a todos mis amigos que me fueron salvando a lo largo de mi vida de situaciones muy complicadas. El cuidado de los otros, el amparar y ampararse resultan cruciales, sobre todo para muchos de nosotros que fuimos muy ofendidos y lastimados en algún momento de nuestras vidas. Todos nosotros sabemos que en esos momentos nuestra fuerza residió en estar juntos. Esa práctica de solidaridad tenía que convertirse en una película.

RK: Si bien en tu film precedente la música cumple una función determinante, aquí la banda de sonido es manifiestamente relevante. ¿A qué se debe?

SL: La música de Diego Vainer es fundamental; el tipo es un genio. Te voy a contar algo que no he dicho. En el guion existía una voz en off narrada por un niño. Un poco antes del rodaje sentí que ya no quería emplear ese recurso y así fue que la extirpamos. La música vino a compensar ese acompañamiento, y le da también esa sensación fluida que tiene el relato. De inmediato pensé en Vainer, porque es un músico delicadísimo. Y no me equivoqué, porque su acercamiento amoroso al proyecto se siente en cada nota. Nos acompañó en el guion y en el montaje.

RK: Si uno recuerda el film precedente, los planos son más fijos; aquí el movimiento es perpetuo, la cámara flota. Has dicho, en algún momento, que el propio film es trans. ¿Qué querés decir con eso? La experiencia identitaria es siempre abierta y cambiante. ¿Es por ahí?

SL: Así es, y la necesidad de calificar todo es una contante que no convalido. Hay quienes han querido ver en el film realismo mágico, cuando en verdad el film vive corriéndose de cualquier categoría que lo defina y fije. Por momentos es una comedia, por otros un drama, ciencia ficción. Es un relato mutante. Por eso la imagen tiene que desplazarse en todo momento. Eduardo Crespo, desde la fotografía, así lo entendió desde un inicio. Detenerse no era una opción, y tampoco queríamos imprimirle al relato una expresión vertiginosa. La forma era una alusión a una caminata de amigos. El tiempo sobra, no nos detenemos.

RK: Has dado referencias impensables para pensar tu película. Cielo líquido, por ejemplo, también ET.

SL: Sí, aquella película punk me encantaba; por otro lado, nuestro ET es sudaca, patagónico, queer, triste, pobre. Son películas que amé en la adolescencia, antes de adentrarme a otro tipo de cinefilia, tal vez más sofisticada. El procedimiento en el que la fantasía venía a auxiliar lo que la realidad no podía saldar, me conmovía. También hay otras referencias, como las películas de John Waters y Cielo líquido. Las descubrí en trasnoches y en cineclubes. Ahí me di cuenta de que el mundo estaba poblado por otros raros, y por lo tanto yo podía llegar a encajar en algún lado. El mundo era más grande que la percepción que yo tenía desde Córdoba en la década de 1980. Todo me resultaba opresivo. Digo estos títulos, pero lo mismo me sucedía con Stalker: La zonade Tarkovski, film que no he vuelto a ver desde aquella época. Creo que hacer una caminata buscando el espacio de lo sagrado es algo que a mí me sigue interrogando. Pink Flamingos de Waters y Stalker: La zona de Tarkovski pertenecen a un espacio común de mi imaginación.

RK: La cita de Almafuerte utilizada en un momento clave de la trama es tan ingeniosa como pertinente. ¿Por qué esa cita? Es una tradición distinta a la que te has referido, una tradición que suele olvidarse y está enteramente disociada del universo del film.

SL: Un amigo me recordó el poema, que repetía en mi escuela. A mi padre también le gustaba. Me di cuenta de que había algo en ese verso, como si fuera un mantra de batalla, una invocación, un manifiesto. Ese verso puede ser perfectamente el manifiesto de nosotros, los excluidos. En ese verso se siente una fuerza, una convicción de que vamos a seguir. Solamente trabajando sobre otro modo de codificación, el verso adquiría otra fuerza, apropiándose –si se quiere– de una cultura de la que a los outsiders no se les permite hacer uso. Era un acto de justica que así fuera.

Esta entrevista fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de febrero de 2019.

Roger Koza / Copyleft 2019

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