28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (07): RETROSPECTIVAS Y FOCOS

28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (07): RETROSPECTIVAS Y FOCOS

por - Críticas, Festivales
14 Nov, 2013 06:30 | comentarios
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Miklos Jancsó

Por  Jorge García

Para los críticos que, además, nos consideramos cinéfilos, entre las secciones de un festival de cine más esperadas siempre están las que corresponden a retrospectivas. En el caso de esta edición del festival de Mar del Plata no es la excepción, ya que los nombres de Roberto Rossellini en copias restauradas, Miklós Jancsó, la insólita de Pierre Étaix, que ya se había hecho hace tres años, Gabriel Figueroa, Bong Joon-ho, Jorge Cedrón y Juan Antonio Bardem, más la exhibición de tres clásicos de la etapa muda de Alfred Hitchcock, también en copias nuevas, resultan, en su mayoría, lo suficientemente atractivos como para justificar hacerse presente en el evento. Varios años en los que pude concurrir al festival de San Sebastián, tuve la oportunidad de ver retrospectivas completísimas y memorables de grandes directores (un año se proyectaron nada menos que las de Frank Borzage, un enorme realizador al que no se suele encontrar en los podios, y Otar Iosseliani) que se constituían en un auténtico festín. Como la de Pierre Étaix se va a exhibir también próximamente en la Sala Lugones del Teatro General San Martín, y las películas de Bong Sang-ho se han visto hace relativamente poco no me referiré a ellas. Será interesante ver la obra de Jorge Cedrón, muy poco conocida en nuestro país, y también la de Bardem que, aunque falte la que es para mí su mejor película, Calle Mayor, puede deparar alguna sorpresa. Pero me centraré brevemente en las que me parecen las más atractivas: las dedicadas a Hitchcock, Gabriel Figueroa, Miklós Jancsó y Roberto Rossellini.

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The Ring

La indiscutible maestría de la mayoría de las películas del período americano de Alfred Hitchcock provoca que se menosprecien, con excepciones, sus obras de la etapa inglesa, tanto mudas como sonoras. Sin embargo, una mirada atenta descubrirá desde sus primeros trabajos varias de las constantes estilísticas y temáticas que lo convertirían en uno de los cineastas fundamentales de la historia del cine. Estas afirmaciones son aplicables a los tres films mudos de AH que se exhibirán en Mar del Plata, los que se proyectarán con acompañamiento de música en vivo.

The Lodger, 1926, es una versión muy libre de la historia de Jack el Destripador para la que utiliza como protagonista en un rol marcadamente ambiguo a Ivor Novello, un exitoso galán de la época. Las  ideas de la culpa y la inocencia, desarrolladas posteriormente en numerosas ocasiones en su obra y varios hallazgos visuales convierten al film en una pequeña joya.

The Ring, 1927, es posiblemente la mejor película muda de AH. Con perfecto dominio de los medios técnicos y una sólida estructura narrativa, el film, que tiene como protagonista a un boxeador, desarrolla con precisión varias subtramas y muestra un estilo visual en el que se detectan claras influencias del expresionismo alemán. Único guion original suyo en su filmografía.

De Blackmail, 1929, Hitchcock hizo una versión muda (la mejor) y otra sonora, que fue el primer film hablado de Inglaterra. Un relato de corte policial que propone varias innovaciones desde lo narrativo y en el que ya puede decirse que están presentes todos los rasgos que definen al cine del director.

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Cuando se hace referencia a los grandes iluminadores de la historia del cine, el nombre del mejicano Gabriel Figueroa está generalmente presente, ya que a lo largo de una carrera de medio siglo y más de 200 películas, es un auténtico referente en ese terreno. Por cierto que esa enorme filmografía está al servicio de films de muy diversas calidades, con un núcleo central entre 1936 y mediados de la década del 60. En esos años fue colaborador esencial de Emilio “Indio” Fernández y Roberto Gavaldón, los dos directores más importantes del cine clásico mejicano y nada menos que de Luis Buñuel, en su fructífera estancia en tierras aztecas (con quien tuvo sus buenos tironeos). En esos años desarrollará un estilo caracterizado por la maestría en la utilización de las luces y las sombras, la precisión de los encuadres y la belleza plástica de sus composiciones en las que los personajes se ven empequeñecidos ante la imponencia de la naturaleza y el paisaje. Justamente sus trabajos con estos directores son los que están representados en este homenaje. Pasemos muy brevemente a ellos.

Enamorada, 1946, fue la primera colaboración entre el Indio Fernández y María Félix, la diva máxima del cine mejicano. Rotundo melodrama que narra la relación entre un general zapatista y una muchacha de clase alta que pasa raudamente del desprecio al enamoramiento profundo. Un film muy típico del estilo del Indio, con su apasionado romanticismo, cierta ingenuidad para describir las relaciones de clase, su refinada composición visual en la que se entremezclan las influencias de los grandes muralistas de su país, referencias a Sergei Eisenstein y la capacidad de Figueroa para captar en primer plano la belleza inigualable de la Félix.

La perla, 1947, con guion del escritor norteamericano John Steinbeck, fue rodada en castellano y en inglés, y muestra otro de los rasgos del cine de Fernández, esto es, la mirada paternalista sobre los pobres y humillados, en un film que muestra los aspectos más cuestionables del estilo fotográfico de Figueroa, un desmedido esteticismo que en ocasiones asfixia la concentración dramática del relato. Una película con un innegable tufillo for export.

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Salón México

Salón México, 1949, es, junto con Víctimas del pecado (1950), la mejor película del Indio. Aquí abandona sus habituales ambientes rurales para desarrollar un desbordado melodrama cabaretero, con claros ecos del film noir y también del cine de Joseph von Sternberg, en el que capta con precisión la sordidez de los ambientes nocturnos del bajo fondo del D.F. y en el que el formidable trabajo de luces y sombras de Figueroa es un protagonista más del film.

Para los que creemos que la etapa mejicana de Luis Buñuel es la más importante de su obra no nos sorprende que allí haya filmado varias de sus obras maestras. Los olvidados, 1950, es una de ellas, en la que retrata con inusual crudeza, no exenta de toques surrealistas, la vida cotidiana de un grupo de adolescentes marginales. Primera de las colaboraciones de Buñuel con Figueroa, es una película formidable, en la que se dan cita, dentro de un contexto latinoamericano, todas las obsesiones del realizador y su visión anárquica de la sociedad.

Nazarín ,1959, es otra enorme película. Basada en la novela de Benito Pérez Galdós  (de quien también Buñuel adaptó la genial Tristana), es una buena oportunidad para apreciar la peculiar religiosidad del realizador aragonés. Por supuesto que la traslación está ambientada en un contexto intransferiblemente mejicano en el que el poderoso realismo de varias escenas entra ocasionalmente  en colisión con el esteticismo de Figueroa. Extraordinaria la secuencia final con los tambores de Calanda de fondo.

Macario, 1960, es una de las muy buenas películas de Roberto Gavaldón, un fino estilista que realizara varios melodramas deslumbrantes (La otra, Días de otoño). Dueño de un estilo más refinado que el del Indio, aquí desarrolla una historia en la que abunda el humor negro y macabro tan caro a los mejicanos y en la que Figueroa se destaca por su trabajo en las contraluces.

El homenaje se completa con Miradas múltiples, la máquina loca, de Emilio Maillé, un documental en el que se muestran varios aspectos del trabajo de Gabriel Figueroa comentados por otros maestros de la iluminación, como Vittorio Storaro, Darius Khondji y Raúl Coutard, entre otros.

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Hace varias décadas (fines de los 60, principio de los 70) se estrenaban en Buenos Aires películas de directores importantes del cine europeo de la época. Uno de los favorecidos por esa política fue el húngaro Miklos Jancsó, de quien pudieron conocerse en esos tiempos algunos de sus títulos fundamentales. Cineasta esencial en aquellos años y que ha influido en grandes directores actuales como su compatriota Béla Tarr (a pesar de que este lo negara en un reportaje que le hiciera durante un Bafici), a partir de Los desesperados, comienza a definir un personalísimos estilo visual, cuyos elementos principales eran la utilización sistemática del plano secuencia, un extraordinario uso de la profundidad de campo, los movimientos casi coreográficos, tanto individuales como de masas, expuestos a través de una cámara de extraordinaria fluidez y una maestría absoluta para el uso del montaje dentro del plano y el fuera de campo. Esas películas están casi todas basadas en sucesos históricos ocurridos en Hungría y países aledaños (la formidable Siroco de invierno, 1971, transcurre en la Yugoeslavia dominada por los ustachi, guerrilleros fascistas), en los que se han querido ver oblicuas referencias a la Hungría de los años del estalinismo, pero su filmografía, desde mediados de los 70 y a partir de Vicios privados, virtudes públicas modificará radicalmente su rumbo y perderá consenso dentro de la crítica. Lamentablemente su obra de las últimas décadas (Jancsó sigue activo y ha filmado un film a los 90 años) es absolutamente desconocida en nuestro país por lo que no hay manera, hasta el momento, de evaluar la calidad de la misma. El ciclo que se ofrecerá en el festival de Mar del Plata recupera varios de los títulos esenciales de aquella magnífica primera etapa, a saber:

Con numerosos cortos en su haber y también algunos largometrajes, Jancsó considera sin embargo a Cantata 1963, su ópera prima. Historia, en este caso, con un protagonista individual –un médico rural con contradicciones existenciales- si bien se perciben claras influencias de la obra de Michelangelo Antonioni, ya muestra atributos visuales propios.

Los desesperados, 1966, es la primera obra maestra de Jancsó. Ambientada en el contexto de la revolución campesina en Hungría de 1848, el film transcurre en una desolada planicie en la que se levantan dos fuertes. Extensas tomas con movimientos coreográficos y un ascetismo demoledor  que convierte al film en una auténtica tragedia, en la que las relaciones entre dominadores y dominados aparecen en su apogeo. Una memorable secuencia: la del suicidio de los prisioneros y un final antológico. Simplemente extraordinaria.

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Los rojos y los blancos

Los rojos y los blancos, 1967, ambientada en la Rusia rural en los momentos inmediatos a la Revolución de 1917 profundiza, si cabe, las relaciones entre el circunstancial poder y la opresión mostrados en su más simple esencialidad: alguien da una orden y al que no la cumple, lo matan. Obra de un conciso dramatismo, con algún inesperado y bellísimo interludio lírico, en la que el director más allá de la opinión de algunos críticos, muestra una clara toma de posición (ver el plano final). Otra obra maestra.

Salmo rojo, 1972, ambientada en el contexto de una revuelta  campesina hacia fines del siglo XIX está inspirada en versos del gran poeta húngaro Sándor Petofi y  continúa con la utilización de prolongados planos, pero aquí el director incluye una gran cantidad de bailes y canciones y su postura ideológica se hace más explícita. Una suerte de musical político de una notable tersura y de más fácil acceso que los anteriores films es, para muchos, la última gran película del realizador.

Electra, 1974, es un auténtico tour de force. Rodada en muy pocos planos y con poco más de 70 minutos de duración, la gran tragedia griega es recreada por el director, que la convierte en una fábula política en la que también la música juega un papel esencial. Para quienes conocen la obra de Jancsó, el final de su período más creativo y fructífero.

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Es imposible abarcar en pocas líneas una figura de la importancia de Roberto Rossellini, tal vez el más relevante director de la rica historia del cine italiano, Tras una trilogía de películas que le valieron no pocas críticas por sus coqueteos con el fascismo, inaugura, junto a la dupla Vittorio De Sica/Cesare Zavattini uno de los movimientos más importantes de la posguerra, el neorrealismo, dentro del cual rodará una notable trilogía. Tras un lapso de transición en el que aparecerá uno de sus films mayores, Francisco, juglar de Dios, vendrá luego el período Bergman, donde se verán films de gran modernidad, de un estilo más intimista y tras una etapa más despareja, comenzarán sus trabajos para la televisión, con algunos títulos fascinantes y otros no tanto. En cualquier caso, la obra de Rossellini ofrece un apasionante material de estudio para teóricos, críticos y cinéfilos. El ciclo que se ofrece en Mar del Plata –se dijo, en copias restauradas- es una buena muestra de los diferentes estilos de un realizador esencial. Los films a verse serán:

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Rossellini en el rodaje de India

Roma, ciudad abierta, 1945, rodado en condiciones muy precarias, mantiene intacta la fuerza de varias secuencias, mientras que otras están impregnadas de un sentimentalismo que irá desapareciendo gradualmente en trabajos ulteriores del realizador.

Paisá, 1946, narra en seis episodios diversos aspectos de la guerra de resistencia contra el nazismo. Aun aparece algún sentimentalismo algo gratuito, pero el último capítulo es una pequeña obra maestra.

Alemania, año 0, 1948, está ambientada en las ruinas del Berlín destruido por las fuerzas de ocupación y narrada desde la mirada de un niño de 13 años. Rigurosa y sin concesiones, es una trágica mirada sobre la posguerra a través de un relato mucho más depurado que el de sus films anteriores. Obra maestra.

Amore, 1948, compuesto por dos mediometrajes para lucimiento de la gran Anna Magnani , en particular el desolado monólogo de La voz humana, drama unipersonal sobre el deterioro de un personaje femenino, sobre una obra teatral de de Jean Cocteau.

Stromboli, 1950, es la primera colaboración entre Rossellini e Ingrid Bergman, ésta en su vertiente más áspera y salvaje. Cuestionada en su momento, como una traición del director al movimiento que fundara, hoy aparece como una obra mayor de su filmografía. Se verá en su versión completa (la edición norteamericana estaba absolutamente mutilada).

Viaje a Italia, 1954, dio lugar a la famosa y por cierto verosímil, frase de Rivette de que con su estreno el resto del cine había envejecido diez años. Film de una absoluta modernidad, también con la Bergman, sobre el deterioro de una relación matrimonial, no es una exageración decir que  es una de las más grandes películas de la historia del cine.

India, 1959, muestra la vertiente documental de RR aunque incluye algunos elementos ficcionales-  que luego desarrollara en profundidad en algunos de sus trabajos televisivos. Visión lúcida y poco complaciente sobre el país asiático, es una de las obras menos vistas del director. Para no dejar pasar.

Jorge García / Copyleft 2013