OFICIO DE DIFUNTOS

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por - Ensayos
27 Ago, 2008 03:28 | comentarios

LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL CINE (2)

Por Nicolás Prividera.

Acá va la segunda entrega de Prividera sobre una nueva serie de artículos: Los últimos días del cine. Crepuscular quizás, pero actual, y en esta ocasión, oblicuamente, Prividera discute con ciertos debates recientes que se desataron en la comunidad de críticos cinematográficos de la ciudad de Buenos Aires. Por mi parte, he intentado advertir ciertas mutaciones en cómo vemos el cine en el artículo El ojo privatizado, que está en este blog y se ha publicado en otros lugares en distintas versiones. Espero poder escribir algo más. Mientras, Prividera sigue con sus bienvenidas contribuciones. (Roger Koza)

1. Desde que tengo uso de memoria se viene hablando de «la muerte del cine» (primero fue la muerte del autor, y ahora la del espectador…). Pero sabemos que la Historia siempre «continuará», aunque el cine se haya convertido en un arte de museo (¿no era ese el destino obvio del «cine arte»?). Y que seguirá habiendo salas (como sigue habiendo circos o parques de diversiones), porque no decaerán ni la coacción al recuerdo (en sociedades cuya velocidad acicatea el memorialismo) ni la necesidad física de imágenes parlantes, sea cual sea su formato (aunque las historias se resientan, víctimas del efectismo). Pero el cine no será «masivo», porque ya no habrá «masas»: sólo una masa de consumidores privados (de lo público, como nos enseña la etimología). Ir al cine volverá a ser (como hace cien años) una experiencia en sí misma: iremos «al cine» (y ya no a ver tal o cual película). Lo único que podemos desear es que la tristeza no degenere en nostalgia.

2. El cine contemporáneo se vuelve primitivo (vuelve a ser un módico espectáculo de feria, o a fascinarse por el mero paso del tiempo), y los espectadores también. Como esos hombres que en su vejez se vuelven niños una vez mas (¿volveremos a emocionarnos con «el tren llegando a la estación» o «el beso», o sólo será que nuestra vida habrá pasado ante nuestros ojos en un instante?), antes de languidecer. Mientras tanto, poco a poco vamos olvidando la gramática, empezamos a balbucear entre las sombras. Nos dejamos llevar, mecer, acunar, por las imágenes, y luego vemos una breve luz muy brillante. Es el fin. O un nuevo comienzo (si es que hay vida después del cine).

3. Lo que no tiene fin en la Historia, mientras los hombres pasan, es la eterna renovación del Mercado: «El film es un arte, pero el cine es una industria». Creer en el diseño industrial (legado de la Bahuaus, no en vano arrasada por el fascismo) fue la utopía del arte en la era de su reproducción masiva. En el cine, unir arte e industria (como lo hizo Hitchcock) es la excepción, no la regla. (Los espectadores de Wall-E nunca verán Juventud en marcha: esa fórmula sólo funciona a la inversa.) La «industria» (que siempre fabrica espectadores para el fetichismo de su mercancía) nunca deja de avanzar sobre el «arte» (condenado siempre a un espacio marginal). ¿No se han convertido, en Buenos Aires y el país,  la sala Lugones y el MALBA en el último refugio de la cinefilia frente al avance de las unívocas multisalas? Los shoppings o los museos: ya no hay otra opción. En este escenario, si el cine ha sido el arte forense por excelencia (el perfecto embalsamamiento perseguido por la técnica), no es de extrañar que practique consigo mismo el goce final de la necrofilia: por fin se ha convertido en un verdadero «oficio de difuntos».

4. Para terminar, démosle entonces la palabra a uno de esos ilustres extintos: «La televisión es un mundo en el que, al haber desaparecido poco a poco la alteridad, ya no hay buenos ni malos procedimientos de manipulación de las imágenes. Estas ya no serán nunca «imagen del otro» sino imágenes entre otras en el mercado de las imágenes de marca. Y ese mundo, contra el que ya no me rebelo, que provoca en mí aburrimiento e inquietud, es precisamente el mundo «sin el cine». Es decir, sin el sentimiento de pertenencia a la humanidad a través de un país suplementario llamado cine. Y sé muy bien por qué adopté el cine: para que a cambio me adoptara. Para que me enseñara a tocar incansablemente con la mirada a qué distancia de mí empezaba el otro.»  (Serge Daney)

Fotos: 1) Fotograma de Wall E; 2) fotograma de Juventud em marcha.

Nicolás Prividera / Copyleft 2008