
MISERICORDIA / MISÉRICORDE (02)
En Misericordia hay dos escenas casi consecutivas en donde un cineasta como Alain Guiraudie, uno de los más grandes de nuestro tiempo, es capaz de plasmar el sentido más feliz de la libertad y asimismo el más honesto retrato de la piedad. En ambos casos, el personaje es el mismo, y no es el protagonista, aunque es un secundario inolvidable. Con él se empieza a comprender que Misericordia es una insospechada comedia y no solamente una película sobre una inquietud teológica, cuyo relato parte de un duelo al que pronto se suma un asesinato. ¿Quién podría sugerir en esos minutos iniciales que la risa teñirá el todo?
El personaje en cuestión es un cura con oficio. Lleva décadas dando misas y escuchando el alma en pena de los feligreses de su pueblo en la montaña. A propósito de la confesión. La escena donde ya es evidente de que el disparate contenido rige la lógica de la película es aquella en la que el cura y el protagonista invierten la posición en el confesionario. Es el religioso el que repone los remordimientos de su conciencia y el protagonista quien orienta sus orejas para intentar oír lo que no se llega a decir del todo y reposa en la unión silenciosa de las palabras. Es una escena inesperadamente hilarante, como tantas otras, aunque ninguna como la que ya se ha anunciado, en la que se corroborará una libertad absoluta. Como advertencia, ese instante de algarabía sucede en la noche, cuando los gendarmes ya no saben qué hacer para esclarecer la desaparición de un hombre del pueblo. La otra secuencia indeleble viene después, en un momento clave. Se revela en un abrazo. La misericordia desconoce a los elegidos. El amor de Cristo es descaradamente democrático.
Misericordia transcurre en un pueblo del sur de Francia durante el otoño. No hay una fecha precisa; a Guiraudie le gusta situar sus relatos en un sin tiempo. Las marcas ausentes de una época permiten introducir una sensación abstracta que es también la sustancia propia de los sueños. En Guiraudie, la lógica onírica se inmiscuye siempre en alguna que otra escena. No hay acá una escena semejante, pero la película en sí luce como un extenso episodio onírico durante el descanso de un afortunado que durante el sueño puede imaginar personajes singularísimos y situaciones ominosas y cómicas por igual. Los personajes son escasos: se circunscriben a un panadero que regresa a su pueblo para despedir a su maestro del oficio, la viuda, el hijo, otros miembros de la familia, el cura, un vecino y dos gendarmes.
Las situaciones en Misericordia se acopian con distintos matices y funciones. La escena inicial del velorio es breve pero suficiente para transmitir el misterio de toda muerte. Plano y contraplano: el muerto inmóvil y Jérémie mirándolo. De inmediato, un tercer plano, ahora más cercano, de la cara del muerto. Suficiente para meditar sobre el enigma de que alguien deje de existir. Luego están las escenas del deseo, que son varias, y otras asociadas que están concentradas a una investigación policial. Habría una cuarta categoría de escenas, desligadas de la trama: las que se le dedica al viento. Al fenómeno natural más cinematográfico de todos se lo honra con varios planos hermosos. El paso del viento se constata en el movimiento de los árboles y en la caída de sus hojas. La naturaleza es una fuente de estímulos dados a la percepción que los buenos cineastas saben filmar para agradecer la abundancia materialista que acompaña la puesta en escena.
Pocas películas se hacen ya como Misericordia. Reírse, sentir, pensar, todo junto en una película inclasificable como la mayoría del cineasta francés, quien concibe el deseo disociado de cualquier reivindicación identitaria y quien, siendo ateo, puede componer un plano perfecto sobre la noción cristiana de su título, en una forma de religiosidad que está más allá del bien y el mal. El cine es libre y benevolente cuando Guiraudie está detrás de cámara.
*Publicado en La Voz del Interior en el mes de mayo.
Roger Koza / Copyleft 2025
Otros textos sobre el film de Guiraudie:
Primera crítica en Cannes 2024. (Leer acá)
Segunda crítica de abril 2025. (Leer acá)
Hola,
la vi hace algunas semanas en Buenos Aires. Me resultó totalmente desconcertante y misteriosa, algo que no es frecuente con el cine actual. Para agregar a lo que señala tu crítica: lo magistral es cómo pasa del drama al film noir y de allí a la comedia en el mismo tono, sin ahorrarse una escena previsible en la que se explicita el torcido existencialismo del cura y en donde es obvio que el director quiere «hablar» para exponer su anticlericalismo y su visión de la religión como opio. La «misericordia» calma la conciencia desgarrada, ayuda a racionalizar el mal del mundo.
Hay otro factor que tiene que ver con tópicos muy difíciles de no leer con lentes psicoanalíticos: la novela edípica usurpada por el protagonista. Desea al padre y a la madre del amigo, a quien a su vez parece rechazar eròticamente (juegan en el bosque y antes de empezar a acusarlo de okupa le dice «estás más rellenito», dejando en claro que lo mira). En rigor el deseo gay y dirigido a los padres sin represión, lo cual conduce al crimen, lo cual conduce a la calma de la falsa conciencia y a la evasión de la justicia con un cura homosexual encubridor de hechos y de conciencia, resulta a todas luces reaccionaria, como lo era la fatal conjunción entre eros gay y pulsión de muerte en «El desconocido del lago». Lo brillante es la ambigüedad de la forma con un tono que podría ser de Rohmer, casi de comedia veraniega que desafía la forma de mirarla. Esa ambigüedad de la forma permite la ambivalencia de otras escenas y lecturas: el cura se lo lleva a la cama para ocultarlo o para estar desnudo con él? (las dos cosas), el policía que entra a su cuarto es real o es producto de su conciencia culpable o desgarrada (las dos cosas). Y sin embargo, es totalmente naturalista.
Evade la ley, comete crímenes, subvierte el heterosexismo y la novela burguesa: un cura gay vendrá a salvar tu conciencia y a encubrir el mal del mundo (la culpa de los europeos en su omisión de detener guerra y genocidio).