M
**** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver *Tiene un rasgo redimible ● Sin Valor
por Roger Alan Koza
LA VOLUNTAD DE SABER
M, Argentina, 2007.
Escrita y dirigida por Nicolás Prividera
*** Hay que verla
La película argentina más importante del año permanece ignorada por el público mientras que la crítica reconoce sus méritos aunque se distancia, pero quienes se permitan verla y pensarla habrán de reconocer que esta carqueja cinematográfica fortalece y edifica.
A propósito de una retrospectiva dedicada a su obra en Sendai, Japón, uno de los grandes cineastas del cine contemporáneo, el portugués Pedro Costa, decía en una conferencia: «Desde mi punto de vista, la función primordial del cine es hacernos sentir que no todo está bien».
La declaración de Costa bien puede definir el espíritu de la opera prima de Nicolás Prividera, M, un documental soberbio y necesario, cuyo punto de partida es la investigación sobre el secuestro de la bióloga Marta Sierra, madre del realizador y empleada del Inta, también integrante de Montoneros, en el inicio de la última dictadura militar en nuestro país. Pero la multipremiada M es algo más: una lúcida exposición de cómo la historia atraviesa la subjetividad colectiva, aquí ilustrada por la voluntad de saber cómo una decisión política de Estado determinó la intimidad de un sujeto y un grupo familiar.
El plano inicial es un destino y una circunstancia: un río visto a través de un alambrado. El Río de la Plata, la fosa abyecta elegida por los verdugos de un régimen ilegítimo, es una presencia ominosa y constante durante toda la película, cuyo contrapunto son las rejas y los alambrados de la ciudad de Buenos Aires. En algún momento se ve un pasaje de Ciudadano Kane: otro lugar enrejado con una leyenda que reza: «Aquí no se puede pasar». Prividera no habrá de detenerse y transgredirá cada interdicción con la que se tope.
Sin una voz en off que dirija el relato, Prividera está presente durante toda la película, pero su «protagónico» no es la voz oficial de esta historia sino su catalizador. Una conversación telefónica transmitida por radio expone el caso, y sintetiza una posición: si el Estado no responde ante un homicidio perpetuado en su nombre, pues es entonces este ciudadano el que debe buscar una respuesta. Se trata de dos derechos básicos: el de la información y la verdad.
Por momentos, M, parece un policial, incluso Prividera casi siempre luce un piloto claro, como si fuera el Colombo de Peter Falk tras las huellas de un incidente siniestro. Pero luego de las primeras pesquisas en algunas instituciones de derechos humanos y gubernamentales, su búsqueda excede el marco personal. La muerte de su madre se yuxtapone con ciertos antagonismos y contradicciones de aquella época, lo que implica una revisión (y una actualización crítica) de la militancia revolucionaria, la organización armada Montoneros y de la complicidad difusa de una sociedad con el terrorismo de Estado. M de madre, de Marta, de Muerte, de Montoneros, de Militancia, de Memoria.
Formalmente prodigiosa, Prividera no descuida su oficio de cineasta. La puesta en escena combina entrevistas, intertítulos que anuncian una idea, fotos, y algunas conmovedoras películas caseras en la que vemos lo ausente, el fantasma material de Marta Sierra, registrada por el ojo de su esposo, todavía vivo pero que eligió no aparecer en M, a diferencia del hermano menor del realizador, cuyas intervenciones ofrecen un punto de vista divergente. Si bien el filme carece de música, la banda de sonido no es un tema menor.
«Todos deberíamos estar enojados por lo que pasó». Prividera después se corrigió y reemplazó al enojo por la indignación. El primero es un sentimiento personal, el segundo un sentimiento colectivo. En efecto, la gran transgresión de Prividera es desarticular esa separación entre lo público y lo privado, propia de una filosofía política, el liberalismo. Su enojo es nuestra indignación.
Esta crítica fue publicada por el Diario La Voz del Interior durante el mes de septiembre de 2007.
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