LAS NUEVAS CRÓNICAS DE HAMBURGO (2)
FILMFEST HAMBURG 2008
27 de septiembre
EL CINE ESTABA EN OTRA PARTE
Pensaba ver la de Davies, a las diez, una de las películas que perdí en Cannes y que cada vez que lo recordaba no dejaba de sentir tristeza. Cuando me enteré que habíamos programado en Hamburgo Of time and the city, sentí una inmensa alegría; algo se reparaba y volvía a tener esperanza de poder verla. Los filmes de Davies son pocos, pero únicos y magistrales. Y no llegué.
A las nueve de la mañana me llaman y tengo que ir a un desayuno de trabajo. No sé muy bien de qué pero voy. Nada para contar. Nada. Luego: un encuentro con una comisión de cineastas israelíes y miembros destacados de la industria cinematográfica alemana. No entiendo muy bien por qué estoy allí, pero no puedo escaparme, pues son órdenes. Al ver a Gustav Wöhler, uno de los hermanos (el gordito) de Sabiduría garantizada, el último film bueno de Dörrie, me voy a charla con él.
Tras un largo rato de desconcierto me entretengo hablando con la directora israelí Nurit Kedar. Muy parecida a Beatriz Sarlo, esta irreverente, combativa y obsesiva realizadora, me cuenta de una película suya sobre judíos desaparecidos en la dictadura argentina, un documental que nunca consiguió proyectar en Argentina, aunque sí en Madrid, me dice, y recuerda cómo, a la mitad de la proyección, se fue todo el comité argentino de la embajada. El film se llama Asesino. Le preguntó sobre Avi Mograbi, a quien respeta muchísimo, y me dice que gente como él y ella quedan pocos. Después me dice que no entiende muy bien para qué hay tantos estudiantes de cine en Israel y despotrica contra la televisión, los fondos de apoyo y la falta de salas de arte en su país. Una verdadera pesimista activa. Aquí presenta un documental llamado Chronicle of a Kidnap, que no pensaba ver pero que tras hablar con ella intentaré verla.
A las 17.30 tenía que moderar el Q and A de la película Karoy, con la participación de la directora de Kazajstán. Ayer escribí sobre su película, que me pareció interesante, sobre todo por las elecciones formales y el tratamiento cuidadoso de la violencia. Hablando con ella me di cuenta de que sus logros estéticos fueron más azarosos que conscientes. Le pregunto sobre sus influencias y me habla de Almodóvar, aunque unos minutos más tarde también cita a Sokurov, cuya película puede llegar a tener algún aire de familia lejano, muy lejano, con algunos films del ruso.
Nuestro diálogo me dispara a pensar sobre la existencia de dos categorías de cineastas: están aquellos que filman y no piensan a fondo el cine y sus formas, ni tampoco parecen preocuparles constituir un discurso al respecto. Son mayoría: filman, escriben guiones, aprenden a pedir subsidios y con suerte viajan un poco. Cuando explican sus películas sus descripciones, casi siempre, no están a la altura de sus producciones. Un caso paradigmático es el de Lynch, cuyas películas siempre parecen ser más inteligentes que él. En la otra tribu de cineastas, las películas constituyen una puesta en práctica de un discurso estético que las ordena y fundamenta. Es el caso de Godard, Cronenberg, Linklater, Sokurov, Costa, por citar ejemplos diversos.
No se trata de elegir entre unos y otros, pero si la banda de quienes piensan sus películas puede traducir sus conceptos en planos, tal conquista impone un trabajo específico sobre por qué se filma. En otros términos, el plano es la conciencia, como diría Gilles Deleuze, y para el cineasta que así lo entiende, hacer una película es antes que nada una deliberación estética y política sobre la forma. Si el plano es la conciencia en movimiento, la forma es la política de esa conciencia.
Mientras largaba la segunda función de Tony Manero, Atom Egoyan recibía el Douglas Sirk Award. Una amiga me dice que el discurso de Wim Wenders, previo a que el canadiense recibiera el premio, fue lo mejor de la noche. Ayer, Charlie Cockney, me decía lo mismo: Wenders es un muy buen orador y, aparentemente, una muy buena persona. Muchos también sostienen que ya no es un cineasta, aunque nadie cuestiona la fuerza y el valor de sus primeras películas.
Cockney, quien estuvo presente en la segunda función de Tony Manero le sugirió a Pablo Larraín que el personaje de su película era la personificación del vacío moral en una sociedad determinada y en un tiempo específico. La descripción le gustó a Pablo, aunque creo que la moral es aquí una cuestión secundaria. Lo cierto es que hoy la rueda de preguntas y respuestas funcionó mucho mejor, y Pablo Larraín pudo suministrar información relevante ante una platea que parecía asentir y aprobar la película. Pablo me contó una anécdota notable sobre una carta que John Travolta le enviara a propósito del film. Pero debo resguardar el secreto. Su película es inconmensurable al chimento a la E Entertainment.
Fotos: 1) Wenders y Agoyan en el Cinemaxx; 2) El querido Charlie Cockney, mientras cenamos en un restaurant coreano en Grindel.
COPYLEFT 2008 / ROGER ALAN KOZA
Me gusta la pelicula que usted trajo y estaba muy bien lo que decia el realizador.
«pensar sobre la existencia de dos categorías de cineastas: están aquellos que filman y no piensan a fondo el cine y sus formas, ni tampoco parecen preocuparles constituir un discurso al respecto. Son mayoría: filman, escriben guiones, aprenden a pedir subsidios y con suerte viajan un poco. Cuando explican sus películas sus descripciones, casi siempre, no están a la altura de sus producciones. En la otra tribu de cineastas, las películas constituyen una puesta en práctica de un discurso estético que las ordena y fundamenta.»
Es buena la división, pero mas alla de esos tipos ideales se puede complejizar aun mas la división: asi como estan los autores que parecen menos inteligentes que su obra, también estan los que parecen mas inteligentes que su obra (los que tienen un discurso estetico para fundamentar sus peliculas, aunque el resultado estetico sea pobre). Es el caso de Jaime Rosales, por ejemplo.
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