LA LUZ TARDÍA DE UNA TRADICIÓN

En el cine de Aki Kaurismäki, el solapamiento entre el presente y el pasado no responde a un descuido indecoroso o a una deficiencia de producción. En El puerto, como en El otro lado de la esperanza, dos películas recientes sobre la inmigración ilegal, tema por antonomasia para los europeos, pasaba lo mismo que en Hojas de otoño: los objetos y la época no parecían concordar, no había gente sacándose selfies ni mensajes de WhatsApp que responder, tampoco computadoras portátiles que indicaran inequívocamente el tiempo en que se desenvolvía el relato. En Hojas de otoñolas noticias de la invasión rusa de Ucrania llegan transmitidas por radio. En esta anacronía deliberada, en esa desobediencia a calcar tal cual la vida presente, hay un secreto.

La clave reside en el nombre del perro que adopta Ansa, la hermosa protagonista, o más todavía en el plano final que remite directamente a Tiempos modernos de Chaplin. Nombrar a Chaplin o a Renoir, como sucede en Hojas de otoño, y filmar en cierta forma parecido a Bresson, es simplemente reconocer que se encarna una tradición, acaso la gran tradición del cine. Chaplin glosa cabalmente esa invención del siglo XX. Fue él quien supo representar como nadie a los que nada o poco tenían. Demostraba la decencia de los plebeyos con un gesto y en la medida que podía se reía de los poderosos y sus instituciones. En Hojas de otoño la luz de una tradición alumbra piadosamente a nuestro mundo sumido en la mezquindad, la estupidez, la perversidad y la falta de imaginación.

Hojas de otoño cuenta la historia de amor entre una trabajadora y un trabajador. A ella la despiden del supermercado por llevarse un alimento vencido; a él lo dejan cesante del taller mecánico por excederse en la bebida. Viven como pueden, tienen un espacio modesto para dormir, a veces tienen trabajo estable, siempre están solos. La película se suma a la notable trilogía del proletariado, películas que retrataban la vida obrera finlandesa de fines de los ochenta del siglo pasado.

Pero como Kaurismäki cree en el cine y al hacerlo cree en el mundo y en los seres vivos, el relato los reúne primero en un karaoke y posteriormente confirma que el amor es posible entre ellos, después de que salen de un cine. Todo lo que pasa alrededor de ese vínculo entre Anse y Holappa es hermoso y delicado. Los gestos de la mascota, una mano sobre la otra, la combinación de colores en la preparación de la mesa para una cena romántica se plasma con una precisión de caligrafía japonesa. Nada está de más, lo que se dice y se ve delinea lo que se necesita para filmar una experiencia tenue y pasajera como la felicidad.

Hojas de otoño es una de las películas más amables del año en curso (entiéndase: esa amabilidad no es ingenuidad ni evasión, sino coraje y conocimiento poderosos), a contramano de un mundo signado por la hostilidad y un celebrado tipo de cine unidimensional que la profundiza y que persiste en vindicar obscenamente la guerra interminable entre las personas.  La paradoja mayor reside en que, debido a la prescindencia del naturalismo, propia del estilo del director, la verdad de cada sentimiento y la dignidad de cada personaje puedan percibirse como incuestionables. Es que cada plano destila el imperceptible movimiento de un sentimiento en la acción de cada personaje. “Que los sentimientos causen los acontecimientos”, decía Bresson. He aquí una prueba irrefutable de esa oración clarividente.

Hojas de otoño / Kuolleet lehdet, Finlandia-Alemania, 2023

Escrita y dirigida por Aki Kaurismäki.

*Publicada en el diario La Voz del Interior en el mes de diciembre.

***

Roger Koza / Copyleft 2023

*Acá se puede leer una crítica más extensa publicad en mayo 2023