LOS NÚMEROS DEL BIEN

La conjetura de Goldbach dice así: “Todo número par mayor que 2 puede escribirse como suma de dos números primos”. El matemático nacido en Prusia, hoy Rusia, ayer Königsberg, hoy Kaliningrado, así expresó en el año 1742 un dilema distintivo en la teoría de los números y en las matemáticas en general. Que una película se proponga imaginariamente resolver la conjetura al mismo tiempo que su protagonista de 25 años aprende a vivir es un mérito suficiente para asistir a una función y dejarse asombrar por las fórmulas que se plasman en distintos pizarrones. La mayoría de la audiencia leerá los signos como jeroglíficos, pero sabrá reconocer la pasión de su protagonista.

En algún momento, el profesor que dirige la tesis de Marguerite le sugiere claridad en su exposición ante miembros de la ENS. El consejo que prodiga el personaje interpretado por el siempre dúctil Jean-Pierre Darroussin, un axioma de la calidez humana en las películas de Anna Novion, es exactamente lo que define el procedimiento cinematográfico empleado por la directora: los temas de su tercer largometraje, e incluso el modo de abordarlos, remiten a ciertos dramas psicologistas de Hollywood, de esos sobre los que estrellas como Matt Damon o Ethan Hawke erigieron su reputación, pero los matices favorables que ostenta la película desobedecen para bien los énfasis de la tradición aludida. La diferencia recae en una característica admirable: en la evolución de las matemáticas, no es el genio el que moviliza los límites de un saber. La inteligencia de una comunidad o el trabajo mancomunado es el que permite solucionar problemas. 

La película comienza con un inesperado fracaso académico seguido por una crisis personal; después se concentra en la lenta reconstrucción de la vida de Marguerite y en el tercer acto la resolución de la conjetura vuelve a la escena con elegante opacidad, matizada por la pasión que demuestran la joven matemática y un colega de su edad con el que trabaja en la resolución de la conjetura de Goldbach. A esa altura del relato, la joven matemática ha aprendido a tener un orgasmo, a valorar la amistad que desarrolla con una bailarina con quien comparte su departamento y a jugar al mahjong. La introducción del famoso juego chino es un hallazgo narrativo y un sagaz modo de proponer cómo el pensamiento complejo trabaja en la resolución de problemas de forma indirecta o metafórica.

Como cineasta, Novion prefiere la elocuencia a la estetización justificada o excesiva. Es ostensible su predilección por los travellings laterales para abrir algunas escenas y asimismo la reiterada elección por la sobreimpresión para visualizar una fórmula matemática. No son recursos novedosos ni ingeniosos, pero sí efectivos. La musicalización es, lamentablemente, ubicua, pero la composición y la orquestación a cargo de Pascal Bideau tienen su propia fuerza estética y nunca desentonan con la vida afectiva de los personajes y sus circunstancias. Ella Rumpf y Julien Frison, como Marguerite y Lucas, transmiten honestamente el amor por las matemáticas. Lo que sucede entre ellos es tan hermoso como verosímil. 

El teorema de Marguerite exhibe un mérito paradójico: cuenta una historia en la que los personajes transitan por el camino de mayor exigencia para la inteligencia, pero prefiere la discreción para acompañar el descubrimiento de una ecuación o señalar el contrapunto emocional y legítimamente vulgar de la vida de los matemáticos. Tal modestia es propia de una película que iguala sin ruborizarse la dignidad de los comunes con los signos que mentes brillantes pueden manipular como si se tratara del abecedario del que provienen las letras para anotar una receta o escribir un insignificante memorándum para dejar constancia del balance de una empresa.

El teorema de Marguerite / Le théorème de Marguerite, Francia, 2023.

Dirigida por Anne Novion.

Escrita por Agnès Feuvre, Marie-Stéphane Imbert, Anna Novion y Mathieu Robin.

*Fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de enero de 2024

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