EL CINE PUEDE VER SUS VIDAS PASADAS

EL CINE PUEDE VER SUS VIDAS PASADAS

por - Ensayos
27 May, 2010 06:01 | comentarios

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Por Nicolás Prividera

De un tiempo a esta parte, los críticos y programadores suelen dedicarle mucho espacio al “cine del futuro”. Sin ir más lejos, la victoria de Apichatpong en el último festival de Cannes ha reavivado ese dictum, así como los festejos del bicentenario encienden “la chispa de esperanza en el pasado” (como diría Benjamin). ¿Pero cómo combatir la sensación de que son excepciones a la regla y al común olvido, sin encontrar una continuidad que nos haga soñarlos –soñarnos- como parte de algo más que un deseo (de) colectivo?

Cuando se habla de “cine del futuro” no se hace (sólo) referencia, por supuesto, a los diversos “avatares” tecnológicos que vienen transformando al viejo invento de los Lumière, sino precisamente a la amenaza que se cierne sobre ese glorioso pasado. No se trata (sólo) de un mero acto de nostalgia, de una simple fetichización de una tecnología obsoleta: el cine es (¿fue?) ante todo, un literal lenguaje de las luces, es decir, una invención inequívocamente moderna. Por eso, durante sus casi cien años de existencia, siempre se pensó como arte del presente (como diría Daney).

¿Por qué entonces esta actual preocupación por el futuro del cine? Porque el cine, tal como lo conocemos, es percibido ya como un arte del pasado… No tanto por su impronta fotoquímico, porque el cine es una forma que puede sobrevivir el cambio de soporte: de hecho (más allá de los fundamentalistas del fílmico), el digital lo ha democratizado… Pero la revolución digital también ha hecho que las pantallas se vuelvan homogéneas, cada vez más dependientes de un mercado que tiende a anular las diferencias, en un fulgor instantáneo que disuelve lo que queda (o pretende quedar) fuera de su campo.

No es esa rapidez abrumadora ni esa disolución salvaje, sin embargo, lo que amenaza la densidad de su historia: el problema de fondo es que la Historia misma ha sido puesta en cuestión en nuestros tiempos posmodernos. Y en ese presente perpetuo en el que todo se relativiza, ¿como no iba a ser juzgado obsoleto un invento de fines del siglo XIX, aun cuando nació como arte del futuro? (ese futuro que en los albores del siglo XX pareció brillar y luego estallar para siempre).

Pensar en el “cine del futuro” no deja de ser una vuelta a los orígenes,  cuando las primeras décadas del siglo revirtieron el famoso dictum de Lumière (“el cine es un invento sin futuro”). No es casual, entonces, que los films a los que un siglo después se prodiga esa sentencia parezcan querer “redescubrir” el cine como si nunca hubiera desarrollado un lenguaje, como si para salvarlo hubiera que negar esa Historia que terminó condenándolo. Bajo la convicción de que si el cine sobrevive, será sólo gracias a la altivez de los injustamente vencidos, que vuelven con su pregunta irredenta a refrendar -aunque sea como romántica resistencia- lo que nunca fue. (Por no hablar de los que se pliegan cínicamente al “international style” para salvaguardar su gran o pequeño lugar en el sistema, en este caso el del globalizado mercado audiovisual, del  cine “independiente”.)

Hay otra posibilidad, claro, y es asumir la Historia. Es decir, asumir la tradición y sus herencias, incluido su lenguaje (que no es sólo la del conquistador –Hollywood- sino la de los que pelearon –como las vanguardias- incluso equívocamente, contra su hegemonía). Y reconocerse en esa Historia plagada de deserciones, traiciones y batallas perdidas. Pero no para resignarse a la Reserva o entregarse al Museo, sino para seguir apostando por un cine del presente (un cine que no se construya desde el miedo, sea al pasado o al futuro…).

Nada resume mejor esta cuestión (y tantas otras) que un milenario haiku de Basho: “No busques en tus antepasados./ Busca lo mismo / que ellos buscaron.” (Y nadie resume mejor hoy esa búsqueda que el citado Apichatpong, un cineasta que parece proponerse como puente entre dos mundos: oriente y occidente, razón y creencia, y –por supuesto- cine del pasado y cine del futuro…)

Foto: Joe Weerasethakul.

Nicolás Prividera / Copyleft 2010