EL CINE PUEDE VER SUS VIDAS PASADAS
Por Nicolás Prividera
De un tiempo a esta parte, los críticos y programadores suelen dedicarle mucho espacio al “cine del futuro”. Sin ir más lejos, la victoria de Apichatpong en el último festival de Cannes ha reavivado ese dictum, así como los festejos del bicentenario encienden “la chispa de esperanza en el pasado” (como diría Benjamin). ¿Pero cómo combatir la sensación de que son excepciones a la regla y al común olvido, sin encontrar una continuidad que nos haga soñarlos –soñarnos- como parte de algo más que un deseo (de) colectivo?
Cuando se habla de “cine del futuro” no se hace (sólo) referencia, por supuesto, a los diversos “avatares” tecnológicos que vienen transformando al viejo invento de los Lumière, sino precisamente a la amenaza que se cierne sobre ese glorioso pasado. No se trata (sólo) de un mero acto de nostalgia, de una simple fetichización de una tecnología obsoleta: el cine es (¿fue?) ante todo, un literal lenguaje de las luces, es decir, una invención inequívocamente moderna. Por eso, durante sus casi cien años de existencia, siempre se pensó como arte del presente (como diría Daney).
¿Por qué entonces esta actual preocupación por el futuro del cine? Porque el cine, tal como lo conocemos, es percibido ya como un arte del pasado… No tanto por su impronta fotoquímico, porque el cine es una forma que puede sobrevivir el cambio de soporte: de hecho (más allá de los fundamentalistas del fílmico), el digital lo ha democratizado… Pero la revolución digital también ha hecho que las pantallas se vuelvan homogéneas, cada vez más dependientes de un mercado que tiende a anular las diferencias, en un fulgor instantáneo que disuelve lo que queda (o pretende quedar) fuera de su campo.
No es esa rapidez abrumadora ni esa disolución salvaje, sin embargo, lo que amenaza la densidad de su historia: el problema de fondo es que la Historia misma ha sido puesta en cuestión en nuestros tiempos posmodernos. Y en ese presente perpetuo en el que todo se relativiza, ¿como no iba a ser juzgado obsoleto un invento de fines del siglo XIX, aun cuando nació como arte del futuro? (ese futuro que en los albores del siglo XX pareció brillar y luego estallar para siempre).
Pensar en el “cine del futuro” no deja de ser una vuelta a los orígenes, cuando las primeras décadas del siglo revirtieron el famoso dictum de Lumière (“el cine es un invento sin futuro”). No es casual, entonces, que los films a los que un siglo después se prodiga esa sentencia parezcan querer “redescubrir” el cine como si nunca hubiera desarrollado un lenguaje, como si para salvarlo hubiera que negar esa Historia que terminó condenándolo. Bajo la convicción de que si el cine sobrevive, será sólo gracias a la altivez de los injustamente vencidos, que vuelven con su pregunta irredenta a refrendar -aunque sea como romántica resistencia- lo que nunca fue. (Por no hablar de los que se pliegan cínicamente al “international style” para salvaguardar su gran o pequeño lugar en el sistema, en este caso el del globalizado mercado audiovisual, del cine “independiente”.)
Hay otra posibilidad, claro, y es asumir la Historia. Es decir, asumir la tradición y sus herencias, incluido su lenguaje (que no es sólo la del conquistador –Hollywood- sino la de los que pelearon –como las vanguardias- incluso equívocamente, contra su hegemonía). Y reconocerse en esa Historia plagada de deserciones, traiciones y batallas perdidas. Pero no para resignarse a la Reserva o entregarse al Museo, sino para seguir apostando por un cine del presente (un cine que no se construya desde el miedo, sea al pasado o al futuro…).
Nada resume mejor esta cuestión (y tantas otras) que un milenario haiku de Basho: “No busques en tus antepasados./ Busca lo mismo / que ellos buscaron.” (Y nadie resume mejor hoy esa búsqueda que el citado Apichatpong, un cineasta que parece proponerse como puente entre dos mundos: oriente y occidente, razón y creencia, y –por supuesto- cine del pasado y cine del futuro…)
Foto: Joe Weerasethakul.
Nicolás Prividera / Copyleft 2010
aca una que no cree en lo sobrenatural
http://elsimposio.wordpress.com/2010/05/30/wafa-sultan/
Me gusta este texto, tiene un toque esperanzador. Cuando te referís a «asumir la Historia», hablando de un cine del presente, me hace pensar en que el gran problema podría llamarse «cine del pasado», el cine que se mira a sí mismo como eterno pero encasillado en las trágicas formas que lo hicieron surgir. Y el «futuro del cine» me parece más que nada otro cine del presente pero con una duda inquietante. Me imagino algo todavía inconcebible, y eso está bueno.
Muero de ganas de ver la película de Apichatpong.
Saludos.
Hablando de «asumir la historia», y ligándolo a lo del bicentenario, si me permitís cerrar la relación que esbozás: es claro que si el kirchnerismo repunta es porque «construye relato», como se vió en los festejos, mientras que la oposición habla mucho del futuro pero no lo puede poner en perspectiva, ni pasada ni futura.
Saludos.
yo creo humildemente que hablar de cine del futuro es una paparruchada. Hay dos tipos de cine: el que deviene del teatro: espectacular, hiperdramático muy encarnado en hollywood y concebido mas bien como entretenimiento (tal vez su pico sean películas como Hechizo del Tiempo)…
y luego otro cine que se construye como un documental de la vida real y que intenta mostrar las causas ocultas del síntoma. es mas bien didactico (tal vez su punto mas elevado sea el cine de Truffaut).
las dos lineas tienen ramificaciones y se entrecruzan, las dos continuan generando peliculas interesantes (Two lovers en la linea hollywood, Rosetta en la linea «realismo»).
pero las dicotomías solo sirven para pensar u ordenar el pensamiento, luego se esfuman: como los tipos ideales de weber.
No hay «dos tipos de cine». En el cine (en el arte) no hay «tipos ideales» (al menos no en el sentido weberiano).
Y si se quiere reducir todo movimiento a dos únicas líneas que atraviesan tiempos diversos, se puede hablar de clasicismo (sea lo que sea para cada época, aunque todas lo llamen «realismo») y todo lo demás (incluidas las deformaciones posmodernas de lo clásico): cualquier arte se define a partir del canon, sea a favor o en contra…
Pero no se trata de un enfrentamiento lineal (entre «cine del pasado» y «cine del futuro»), sino de una relación dialéctica siempre renovada: no hay futuro sin pasado (sin ese pasado continuamente resignificado desde el presente), ni siquiera para las vanguardias, que jugaron a abolir la tradición… y -claro- solo se incorporaron a ella.
En ese sentido, sí: solo logra trascender (a su tiempo) quien logra «construir un relato» (es decir, encontrar un lugar en la Historia).
el problema es que al canon lo han construído maricas como Daneyy gente que como la mayoría de los críticos envejecen bastante mal. El caso paradigmatico que se desnuda continuamente a cada paso es el salame inconsistente de Quintin y el paroxismo de la gaguez que representa un anulado intelectual como No-riega- al frente del LA revista de cine.
Ellos no me van a venir a imponer a mí ningún puto canon.
El que está bueno es el Canon de Pachelbel.
Salu2