DRY MARTINA

DRY MARTINA

por - Críticas
01 Sep, 2018 09:28 | Sin comentarios
La tercera película de Che Sandoval confirma su talento para la comedia y su sensibilidad para indagar sobre ciertas formas de insatisfacción de una generación.

Narcisos de nuestro tiempo

El cine chileno cuenta hoy con varios nombres ya consagrados que trabajan en la gran liga global que subsume Hollywood (Sebastián Lelio y Pablo Larraín), otros que se consolidan paso a paso en la constelación de los festivales (Dominga Sotomayor y José Luis Torres Leiva) y asimismo los pocos maestros que filman esporádicamente y mantienen el merecido prestigio que ostentan (Patricio Guzmán e Ignacio Agüero).

El joven cineasta Che Sandoval ha construido una reputación atendible, menos estridente y más recluida que la de sus colegas, trabajando en el género más exigente de todos: la comedia. Su especialidad es el deseo, y no cualquier deseo, sino la expresión del deseo en un grupo específico, el de la clase media chilena (y ahora también argentina), y en hombres y mujeres de una generación, la que hoy tiene entre 25 y 40 años. Sandoval ha intuido que toda una generación, a la que él pertenece, sufre una determinación narcisista del carácter que impide que todo encuentro erótico apenas sume como recuerdo de un buen polvo. Parece un tema menor, pero no lo es, porque la soledad y la desventura de cualquier hombre y mujer no son algo menor.

En Dry Martina, una cantante pop de Buenos Aires es la elegida en cuestión. El título remite a la sequedad de su sexo; alguna vez Martina conoció un inigualable placer con un hombre, quien la dejó y de ahí entonces nunca más pudo humedecerse con la intensidad que merece cualquier encuentro sexual. Eso no significa que la protagonista ejercite el celibato, más bien prefiere persistir sistemáticamente en la búsqueda hasta hallar la solución del caso. Y quizás exista una respuesta en un joven chileno que conoce fortuitamente, novio de una joven del mismo país que dice ser su hermana. La esperanza puesta en él la lleva a viajar a Santiago, donde además quizás llegue a conocer a su verdadero padre mientras quien ha sido hasta ahí su padre argentino yace moribundo en un hospital porteño.

La inteligencia y la elegancia de las comedias de Sandoval radica en el magnetismo de sus intérpretes, la complejidad de los vínculos que escenifica, la precisión de los diálogos, que no están al servicio de explicitar una psicología que descifre las acciones, las decisiones de los personajes y un peculiar ritmo en la interacción entre estos. Eso no conlleva que Sandoval descuide la elección de un encuadre y prescinda de jugarse por un movimiento de cámara de cierto riesgo. La escena inicial lo prueba, como también otra que no tiene un gran peso dramático (pero sí estético), en donde un hermoso plano general permite divisar a cierta distancia la ciudad de Santiago de Chile.

Dry Martina es inimaginable sin Antonella Costa, quien resplandece como nunca debido a que Sandoval la imagina como el centro organizador de un microcosmos libidinoso en el que dos padres, varios amantes, una hermana y otros personajes secundarios giran alrededor de ella. Entre todos despunta una amable y tenue corriente afectiva, insuficiente para conjurar la contundencia de la soledad, aunque sí efectiva para aliviar al relato de un potencial cinismo de época. Sucede que Sandoval pertenece a esos nobles directores que sienten cariño por sus criaturas, acaso el cariño que no logran asir del todo en el universo que transitan.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en septiembre 2018.

Roger Koza / Copyleft 2018