DOCBUENOS AIRES 2017 (03): IMÁGENES VERDADERAS
Un concepto infame se naturaliza: posverdad. Se trata de un neologismo incitado por el desprecio de la evidencia y de la honestidad interpretativa que surgen de atenerse a los hechos para poder dotarlos de significación sin entregarse al capricho y la conveniencia. La quimérica epistemología de la posverdad le debe muchísimo al universo prepotente de las imágenes. La construcción capciosa de los noticieros depende mucho del arte del montaje y de la contundencia que aún tiene una imagen.
¿Qué puede hacer el cine frente a esto? Por un lado, defender la ficción y desmarcarla de ese suplemento conceptual de la posverdad: el relato. Por otro lado, el cine documental tiene la gran tarea de reordenar lo real en forma de pregunta y propiciar formas de visibilidad que escapen al sentido común, algo que nunca sucede en otros medios de comunicación audiovisual. Esto justifica política y estéticamente la existencia de una muestra como Doc Buenos Aires, una propuesta madura e inteligente que a lo largo de casi dos décadas ha ayudado muchísimo a todos los amantes del cine a aprender y gozar de un tipo de películas que casi nunca se estrena. Los días de la Muestra son un tiempo de clarividencia.
El cineasta ilustre
Con escasos recursos –situación que se acentúa cada vez más–, los organizadores consiguen siempre ingeniárselas para sorprender y mantener un estándar envidiable. La presencia de Stéphane Breton, cineasta francés y también antropólogo, es la apuesta más sustantiva de esta edición. Se pasarán seis de sus películas y el realizador dictará una clase magistral titulada “Reflexiones sobre el arte de mirar a los otros”. La materia de esa clase imperdible tiene un inmediato correlato con cualquier filme suyo.
Breton es un cineasta que suele disolverse en el mundo de los otros, al menos así puede constatarse en Algunos días juntos (2014) y El ascenso al cielo (2010), por citar dos ejemplos taxativos. La intimidad alcanzada con muchos de los pasajeros de un tren que atraviesa lentamente el extenso territorio ruso, viaje que denota indirectamente un multiculturalismo sorprendente, es poéticamente asombrosa. El personaje principal, un exsoldado del Ejército Rojo, asume de inmediato su rol de organizador simbólico del filme, dialogando con otros pasajeros, expresando sus pareceres y permitiendo que alguien lo siga en su periplo sin rastros de incomodidad. Lo que sucede casi en el final con un pasajero que poco tiene de ruso es un indicio del formidable trabajo del cineasta, que queda en fuera de campo, pero cuya ausencia presupone un laborioso modo de erigir confianza entre sus protagonistas y él. Lo mismo sucede con El ascenso al cielo: aquí puede registrar una discusión de vecinos o seguir a los pastores en su vida cotidiana en un pueblo perdido en Nepal, y nadie parece notar que hay allí un hombre que filma. Las cosas suceden como si no existiera un observador.
Breton, además, tiene una sensibilidad admirable para atribuir al rostro humano un potencial narrativo, virtud que alcanza su mayor esplendor en la hermosa película Querido humano, que remite un poco al cine de Chris Marker, y también en la conmovedora Los desparecidos, un magnífico cortometraje que transcurre probablemente en el mismo tren de Algunos días juntos y que tan solo se ciñe a registrar a los pasajeros durmiendo. Filmar a un hombre durmiendo conlleva cuidado, y más todavía en un espacio público. Algo tan íntimo como acostarse y entregarse al desprotegido universo onírico exige una dosis de pudor. Breton así lo entiende y el resultado es misterioso: los hombres descansan como pueden, vestidos y abrigándose con lo que tienen a mano, y en la visión en conjunto se puede sentir la soledad rotunda de cada uno de ellos.
Hay varios títulos para tomar nota. Hamlet en Palestina de Nicolas Klotz y Entre fronteras de Avi Mograbi están a tono con el infinito malestar de Medio Oriente, dos películas de dos autores esenciales. Otro filme que no debería dejarse pasar: Tadmor de Monika Borgmann y Lokman Slim.
También se podrán ver algunos filmes de Jean Rouch, un cineasta fundamental en cuestiones de cómo filmar a los otros, que bien podría ser un “abuelo directo” de Breton, aunque las diferencias entre ambos son ostensibles. La posibilidad de ver Yo, un negro en una versión recientemente digitalizada es una cita obligatoria. Volver a encontrarse con esos jóvenes nigerianos que llegan a Abiyán para trabajar (y desencantarse aún más con la nueva vida que tienen) y a quienes Rouch convoca para hacer un filme en el que improvisan una reconstrucción de sus vidas será otro de los puntos altos del festival. He aquí una poética distinguida y lúcida sobre cómo trabajar lo documental (en clave de ficción) y conjurar de un plumazo cualquier atisbo de posverdad. ¿Hace falta decir que los buenos cineastas tienen siempre un interés por la verdad? Eran otros tiempos, pero la vigencia del “método” es incuestionable.
Este texto fue publicado en Revista Ñ en el mes de octubre de 2017
Fotogramas: 1) El ascenso al cielo (en encabezado); 2) Los bosques oscuros
Roger Koza / Copyleft 2017
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