CONTRACAMPO: LAS CRÓNICAS DE MARCELA: CREENCIAS, SENTIMIENTOS Y APUESTAS
Me siento cansada. Voy a la mañana un rato a la playa. Mojo los pies en las olas que van y vienen como mis recuerdos de esos veraneos de infancia en Mar del Plata. Dejo que el sol me llene la cara, los ojos, la boca pastosa de sal marina, los dedos de los pies se entierran en la arena que se va afirmando cuando me acerco al mar. Miro a esas familias que rebosan alegrías y que seguro esconden deseos y dolores. Porque el Festival de Mar del Plata fue para mí siempre eso, la conjunción perfecta entre mar, amigos, colegas y cine. Me acerco despacio al Teatro Enrique Carreras, donde se desarrolla “Contracampo”; me saludan, a veces no sé quiénes son, si son colegas, exalumnos o gente de la organización. Me mareo un poco, ya no estoy acostumbrada a tanta felicidad. Retiro mis entradas que saqué con un abono y me tranquilizo, los lugares los tengo asegurados. Ojalá la vida sea eso, un reaseguro constante. Logré ver de corrido las tres películas pautadas para hoy: Los incrédulos de Máximo Ciambella y Damián Coluccio; Cuando las nubes esconden las sombras de José Luis Torres Leiva y finalmente Algo nuevo, algo viejo, algo prestado de Hernán Roselli.
Pareciera que hay un nexo invisible entre algunas de las películas que he visto: aquello que tiene que ver con el deambular, caminar, transitar rutas; la presencia de la naturaleza es otra constante. Veremos si este nexo continúa en los días sucesivos, al menos en un principio me llama la atención.
Los incrédulos de Máximo Ciambella y Damián Coluccio comienza en la ruta 38 de Córdoba y en ella dos hombres son los “incrédulos” (o no tanto) del título, dos hombres que buscan y encuentran una aventura. Esa aventura es un relato contado por una voz en off matizado por un seductor tono español. Como todo relato de aventura resplandece tintes mágicos, algunos místicos, tal vez sobrenaturales. El encargado de un edificio en el que viví durante unos años repetía constantemente “creer o reventar” ante cualquier suceso mínimamente sospechoso, mientras se palmeaba acaloradamente la cintura. Y no está mal el dicho popular porque esta película se alimenta de leyendas populares, mitos y creencias religiosas. Hay profetas pueblerinos, hay un mito conocido como el de Sísifo. Los viajeros encuentran a un hombre que junta botellas de plástico para sobrevivir. Los tres, los dos incrédulos y Néstor (o Santiago), construyen una historia donde el tal Néstor es un profeta que puede aliviar dolores y curar enfermedades con una sustancia verde, se trate de un globo o un diamante. La película transcurre entre esos dos caminos que son paralelos y a la vez se cruzan y se descruzan; la ficción y la realidad; la ficción y el retrato íntimo, la ficción y el documental.
Narrada a veces en tono de comedia y a veces teñido por un tono más íntimo, la película transcurre en plena naturaleza con sus bondades y sus mezquindades, con sus diques y sus basurales. Tal vez solo se trate de pensar en la persistencia de la fe, en aquellos que afortunadamente buscan aferrarse a algo que los salve, o que dé sentido a las cotidianas y ordinarias vidas (las propias vidas de “los incrédulos”) Como el Sísifo mitológico que carga su culpa en forma de piedra que arrastrará hasta el infinito, Néstor así cargará con su personaje de profeta. Los incrédulos es una comedia amable que propone pensar con mayor generosidad y profundidad las cuestiones de la fe, las creencias y el saber popular. A veces afirmando el deseo de creer, a veces cuestionando el acto de creer.
Cuando las nubes esconden las sombras de José Luis Torres Leiva me estremeció. Sobre el comienzo, se puede apreciar un plano rasgado desde donde podemos entrever un fragmento de la figura de una mujer durmiendo. Este inicio es revelador y anuncia lo que vendrá. Una mujer (la directora y actriz María Alché) se dirige hacia Puerto Williams en un barco carguero. Le cuenta a alguien cualquiera que es actriz y que se instalará en ese fin del mundo para filmar una película. Las coordenadas son las siguientes: metaficción y relato íntimo, diario de viaje y exploración de sentimientos. O, también, relatos de duelos privados y profundos.
La escasa comunidad de Puerto Williams y su naturaleza que embelesa y a la vez atemoriza es el escenario perfecto para narrar esta historia que de tan íntima duele y perfora el alma. El ruido del viento sobre los árboles, los márgenes de una isla imperfecta, los escasos habitantes, la pequeñez de algunos insectos frente a la inmensidad del bosque construyen un clima entrañable que cuenta una historia también entrañable. Esa relación de distancia y lejanía entre las cosas pequeñas y las inmensidades es la matriz de la película. El modo amoroso en el que Torres Leiva filma el paisaje es su modo de plantarse frente a la amplitud de la naturaleza, ya sea humana o geográfica. Este paisaje natural, como el paisaje del cuerpo, está habitado por cosas ínfimas que parecen invisibles pero que en el fondo constituyen la esencia de todo lo que existe y conforman la propia identidad.
La película por la que María viaja nunca empieza, pero lo que sí comienza es un relato de sanación: ¿Cómo lidiar con las ausencias? ¿Qué se hace con esos cuerpos que ya no están pero siguen merodeando? ¿Cómo empezar a llorar, lenta y pausadamente para que el alma pueda purgar sus dolores y penas? Preguntas que nos hacemos algunas veces en el transcurso de la vida, interrogantes que llevamos en la espalda (como María): porque la pena duele y las ausencias perforan el cuerpo. Irse a deambular al fin del mundo es uno de los remedios caseros que propone la película, espacios que nos contienen y nos muestran tal como somos.
Cuando las nubes esconden las sombras es una película sutil en su puesta, elegante en sus encuadres, sencilla en sus decisiones formales y esto es tal vez porque el tema que toca es tan humano, que se vuelve sencillo, ligero. Las elecciones formales son las que se precisan para que los duelos, las ausencias, las extrañeces y lo espeso de los sentimientos humanos puedan verterse en cada plano con naturalidad y elocuencia.
Algo nuevo, algo viejo, algo prestado de Hernán Rosselli no tiene nada que ver con Cuando las nubes esconden las sombras. Difieren en sus temáticas y en sus concepciones de puesta en escena, pero en ambas se repite un juego: una ficción se acomoda en otra ficción.
En la nueva película de Rosselli hay algo viejo: el tema de la circulación del dinero, como también su legalidad o su ilegalidad ya estaban presentes en Mauro, su primer largo. También se repite el modo en que el director trabaja con sus actores, que no son profesionales, un modo de trabajo que saca provecho de lo íntimo. El escenario es el mismo, el conurbano bonaerense. Podría decir algo más. Hay algo prestado: las referencias cinematográficas provienen del policial americano: Scarface, Buenos muchachos, El padrino, etc. Pero lo más interesante reside en lo nuevo. ¿De qué se trata?
Lo que sucede en el cruce entre unos videos hogareños y una voluntad de ficción que se apropia de lo filmado tiempo atrás con algo nuevo es perfecto. El montaje es sobresaliente, porque los materiales pretéritos se emplean al servicio de un relato policial que no deja nunca de sorprender.
Cuenta Rosselli en el catálogo de “Contracampo” que “un día, mi amiga Maribel Felpeto se acercó y me mostró una caja llena de VHS que Hugo Felpeto, su papá, filmó entre 1986 y 2000. No se trataba de simples “home movies”, sino del trabajo de un cineasta amateur. La película que Hugo estaba filmando y nunca llegó a editar era la del proyecto de fundación de una familia” Ahí es cuando el director empieza a pensar en una nueva composición, creando un nexo entre el pasado y el presente, uniéndolos en un gran relato sobre el juego clandestino, la circulación del dinero ilegal, las drogas. Sobe esa línea narrativa signada por una economía delictiva, se suma otra línea argumentativa erigida por casamientos, cumpleaños, fiestas familiares, peleas caseras. Vida familiar y economía marginal. El encanto de la película reside en que sobre esa historia familiar se va yuxtaponiendo una historia de gánsteres bonaerenses, donde se muere y se mata por apuestas clandestinas, con centro de cómputos incluido y con máquinas cuenta billetes, con amenazas policiales y requisas que no parecen subordinarse a un procedimiento institucional aceptable.
Una de las cuestiones más relevantes de la película recae en el trabajo que realiza Rosselli con el sonido. El concepto sonoro es el mismo que manejan los casinos: la sonoridad de la monedas que caen, los murmullos de gente que apuesta, la música mecánica de los tragamonedas y las voces que llegan desde la televisión (siempre en Crónica TV) sobre la quiniela oficial. La materia sonora es de una densidad admirable.
Inteligente y trabajosa, divertida y un poco cruel, Rosselli logra una vez mas con Algo nuevo, algo viejo, algo prestado una apuesta (el término no miente) que transpira una forma de realismo lúcido y lúdico, un retrato incómodo y lateral del presente.
Marcela Gamberini / Copyleft 2024
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