UNA SEMANA SOLOS

UNA SEMANA SOLOS

por - Críticas
23 Oct, 2008 01:57 | Sin comentarios
**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
por Roger Alan Koza

PEDAGOGÍA DEL NO OPRIMIDO

Una semana solos, Argentina, 2008.

Escrita y dirigida por Celina Murga

*** Hay que verla

Aunque no se ha estrenado, el film de Murga, a diferencia de lo que postulan muchos colegas, es un paso adelante respecto de su opera prima, Ana y los otros.

Roland Barthes decía en Mitologías: «El pequeñoburgués es un hombre impotente para imaginar lo otro». La sentencia bien podría aplicarse a una debilidad ostensible del llamado Nuevo Cine Argentino, en especial a quienes trabajan en esa categoría omniabarcante e imprecisa, al examinarla con delicadeza, llamada ficción.

Puede ser que en el cine documental, esos otros que no lucen como la mayoría de los espectadores que frecuentan la sala de cine (y los realizadores, que también suelen pertenecer a la misma clase), estén presentes como sujetos distintivos de relatos destinados más que a entretener a entrever y representar cómo ciertas prácticas sociales atraviesan el cuerpo social. Aunque películas problemáticas como Estrellas, de Federico León, o Vida en falcón, de Jorge Gaggero, por ejemplo, títulos recientes y celebrados por cierto sector de la crítica, demuestran que la ineficacia para imaginar lo otro no es prerrogativa de un género, sino más bien de una generación de cineastas.

Sean documentales o ficciones, el problema es el mismo: ¿cómo filmar y mirar lo inconmensurable de una clase social a la que no se pertenece? ¿Cómo no imponer sobre el objetivo el semblante del otro travestido en el reflejo y proyección de quién está detrás del dispositivo de registro? A menudo, los otros se parecen al nosotros que produce y consume cine. Por eso, un film como Luna de Avellaneda, paradigma de una impericia estructural de nuestro cine, imagina que una niña de una villa del gran Buenos Aires baila al compás de Liszt. La indigencia se estetiza como excentricidad admirable o se la redime como excepción notable.

La segunda película de Celina Murga, Una semana solos, constituye una saludable e inteligente anomalía, pues elige pensar la otredad a través de los prejuicios característicos de una clase pero aplicado a la conducta propia de ésta. En vez de visualizar al otro como tal, aquí se lo compone como un fantasma, espectro de otro que habla por un grupo social que se desconoce a si mismo. En efecto, Una semana solos es un film que desviste el inconsciente de una clase específica (media y media alta), y en su striptease ideológico materializa una operación fascinante en donde los ricos quedan despojados de su presunta dignidad y se comportan como aquellos que estigmatizan. 

La historia es sencilla: unos niños y preadolescentes que viven en un barrio cerrado de las afueras de Buenos Aires, debido a que sus padres salen de viaje, quedan solos por una semana. Una mucama, muy joven y responsable, los cuida, aunque la ausencia de sus progenitores habilita una radicalización de algunas fantasías propias de la edad y otras impropias de su clase.

Murga entonces va configurando un sistema de observación sobre la interacción libre de adultos. Los chicos juegan, cocinan, comen, bailan, cantan, van a la pileta, algunos no van a la escuela. Todo vale. En un primer momento, sabiendo que no todas las casas del barrio privado son habitadas por sus propietarios, parte de la diversión consiste en entrar y utilizar mansiones ajenas. Lo que se inicia como travesura habrá de convertirse en catarsis colectiva, un pasaje de una contundencia cinematográfica admirable.

En efecto, faltar al colegio por propia decisión o manejar un auto pueden ser un atisbo de un estadio en el que no hay quien legisle sobre uno. Pero algo muy distinto es devenir en vándalo, o irrumpir en la propiedad ajena para desatar una furia sobre los objetos y riquezas de los vecinos del barrio. En un caso se explicita un juego dialéctico entre ley y deseo; en el otro ya no se trata de una aventura psicológica sino de una puesta en acto de una inimaginable e inconfesable antojo de clase, un desprecio por la acumulación, y quizás un cuestionamiento y una sospecha difusamente articulada respecto del método de cómo se adquiere todo tipo de pertenencias. Que los niños parezcan ladrones no es una mera cuestión de apariencias.

Formalmente rigurosa y conceptualmente lúcida, la pélícula de Murga no privilegia a ningún niño como protagonista, aunque sí le da a cada uno una característica propia. El grupo expresa una conciencia de clase. Con mucha astucia, introduce en la mitad del relato a un personaje que desestabiliza la homogeneidad de clase. Así, cuando el hermano de la joven que los cuida llega desde una provincia norteña a visitarla, tomará su tiempo para que éste ingrese a este universo cerrado. Su paulatina participación en la vida cotidiana de los chicos es un triunfo de la película, pues la tensión contenida se evidencia plano tras plano, hasta llegar a la exposición de la vergüenza y la mezquindad del pudiente, en ese pasaje en el que tres adolescentes se compran tres latas de gaseosas sin convidarle o comprarle una al hermano de la sirvienta, que los acompaña en la pileta y supone ser ya parte del grupo.

Murga sugiere y a veces explicita, pero jamás subraya. Por eso le bastará un plano subjetivo casi imperceptible, en el que un personaje regresando de la escuela observa al costado de la panamericana otro tipo de barrio «cerrado», el reverso perverso y el correlato necesario de estos paraísos urbanos. Los otros están, siempre están.

Una semana solos es más accesible y placentera que la precedente película de Murga, Ana y los otros, pero secretamente es una película rebelde e incómoda. No solamente porque no se le dé al espectador los elementos típicos para identificar lo que debe pensar y sentir. Nada de música extradiegética, nada de concesiones sentimentales. El film de Murga es una película de aprendizaje. La última línea de la película revela una didáctica de la puesta en escena. Es que todos los planos se orientan a ese momento final en el que algo se ha modificado. Aprenden los personajes, aprende el público.

Esta crítica fue publicada por la revista Prometheus, en el mes de junio, 2008.

COPYLEFT 2008 / ROGER ALAN KOZA