76º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE LOCARNO: TSAI MING-LIANG SUELTO EN LOCARNO, ERRATAS Y CROSSOVERS

76º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE LOCARNO: TSAI MING-LIANG SUELTO EN LOCARNO, ERRATAS Y CROSSOVERS

por - Festivales
07 Ago, 2023 02:09 | Sin comentarios
En esta nueva entrega desde la ciudad suiza, hoy epicentro del cine contemporáneo, el cineasta taiwanés Tsai Ming-liang, al que se le rinde un homenaje, afirma preferir el 35m y haber encontrado algo esencial en Goodbye Dragon Inn; mientras tanto, Dupieux insiste con sus comedias inclasificables y críticos profesionales y jóvenes discuten algunas cuestiones relacionadas con su oficio. No es todo. Están las viejas películas mexicanas y también las nuevas que podrían verse en los festivales, pero sus realizadores prefieren otras formas de exhibición, por ejemplo, la piratería.

4 de agosto. Dupieux, dos cortos di domani y una errata

Llegamos a la conclusión de que los suizos deben mentir con el pronóstico del tiempo. Hablan de máximas de 25º, pero tras caminar solo dos cuadras bajo el sol se vuelve extremadamente sugestiva la idea de faltar al cine para ir a nadar al Lago Maggiore. A lo que no se puede faltar es a las clases de la Critics Academy. Por la mañana del viernes, la crítica Dana Linssen, el productor Pedro Fernandes Duarte y el cineasta Radu Jude tuvieron una charla en una de las aulas de la Locarno Academy acerca de la relación de la crítica con la “vida de las películas”. Temas como el valor artístico de la crítica, la hegemonía del poco fecundo ejercicio crítico volcado en un juicio de “buena” o “mala” y la necesidad de empaparse sobre nociones acerca de la artesanía del hacer cinematográfico para ver y escribir mejor fueron algunos de los tópicos que recorrió y discutió este panel interdisciplinario. Las vidas de las películas son sinuosas: pueden tener grandes estrenos y ser muy aplaudidas, pero luego pueden caer en el olvido y convertirse en obras menores que luego de un tiempo de hibernación devienen en clásicos e incluso (y de esto sabemos bastante)hasta pueden morir. Las variaciones son infinitas, y el lugar de la crítica históricamente ha sido crucial en estos cambios y modificaciones. 

Lo que se habló me hizo pensar en dos maneras de ejercitar la crítica: una crítica laboratorio y otra crítica exploradora. La primera analiza las muestras que le traen de afuera; la segunda sale a buscar materias nuevas, desconocidas u olvidadas; la primera nace mayormente en los festivales de cine y en las funciones privadas de prensa de estrenos; la segunda aparece de la nada, guiada por la curiosidad y el deseo; la primera traza su discurso sobre lo que los programadores y los calendarios de estrenos van ordenando; la segunda bebe de donde le sea conveniente y se apoya fuertemente en la piratería; la primera sigue los ritmos de la agenda mediática; la segunda nunca; la primera tiene muchas plumas; la segunda pocas. Si en el mundo del cine contemporáneo existe una proliferación de imágenes infinita, se genera el antecedente de que es posible renunciar a la los festivales en favor de la pirateria*; los cines son relegados de determinadas geografías y se perpetúan los estados calamitosos de preservación de los acervos históricos; ir hacia una crítica exploradora resulta un trabajo crucial. 

Yannick

Dicho esto, terminada la clase y abrazada la contradicción, es el turno de Quentin Dupieux, uno de los cineastas del presente que mejor utiliza el factor sorpresa, siempre tamizado en sus films por narrativas marcadas por una mirada siempre puesta al servicio del buen humor, sin importar el género. Incluso en sus películas más oscuras, Dupieux puede colocar un neumático asesino o una campera de cuero macabra como elementos disruptivos del orden (¡viva el absurdo!). En estas artimañas que trastocan el estado de las cosas se lee el amor por el divertimento que Dupieux despliega y profundiza película a película. Es desde ese posicionamiento que logra tocar zonas espinosas sin solemnidad, filmar los cableríos internos de ciertas situaciones de violencia sin golpear abajo del cinturón y emocionar a lo largo del camino. En sus películas, este sistema de apariciones lúdicas de lo impensado despiertan conflictos que traen de la mano dilemas filosóficos y/o políticos. 

Lo primero que vemos en Yannick, su nueva película, es una puesta en escena, un teatro donde tres actores interpretan una obra teatral con un tono cómico digno del Paseo La Plaza de Buenos Aires y con un título de hit de temporada marplatense: “Le cocu” (el cornudo). A los pocos minutos, Yannick, protagonista del film interpretado por un genial Raphael Quenard, se levanta de su butaca e interrumpe la obra: ¿Cómo puede ser que después de trabajar semanas sin descanso, viajar 45 minutos en tren y caminar 15 minutos, estos artistas entreguen un entretenimiento tan pobre en el que uno termina más triste que cuando entró a la sala? El hombre lanza su crítica y pide que hagan otra cosa (¿Una declaración poética del propio Dupieux, quizás?). La discusión y el absurdo empieza a rodar gracias a este hombre que dice no estar muy bien de la cabeza, mientras despliega un inteligente humor ácido a cada intervención. Todo escala hasta que el atraco figurativo de la obra se convierte en un hecho tras la aparición de un arma. Hay películas en las que una pistola puede ser un golpe de realidad fuerte, como una piña en medio de una discusión. A partir de este punto de giro cargado de intensidad, la película comienza su paulatino descenso a un valle de reiteración y llanura a lo largo del segundo acto. Queda claro que el sistema Dupieux necesita de un grado de transformación constante de los status quo para sostenerse. El arma aquí congela todo, achata la película y la convierte en un escenario donde el muchacho Yannick hace, con más o menos efectividad, dependiendo el caso, su rutina. Así, los personajes revelan su condición de seres esquemáticos y funcionales a un sistema de rarezas; son como un montículo de hojas movidas de acá para allá por un soplador. Este sistema sin mutación niega la posibilidad de profundizar en ellos. La mala caricatura y el cliché aparecen en este segundo acto: el tipo es bruto, por tanto violento; el actor que lo enfrenta vanidoso, por tanto cretino. Todo pierde intensidad en esta quietud decretada a punta de pistola. Recién cuando este estado de las cosas se modifica nuevamente y empieza a suceder una circulación de poder, la película puede salir de su valle para subir a otra cima, un pico alcanzado gracias a la emoción, quizás cursi, pero no por eso menos genuina, de verse reflejado en el arte. 

Hay que admitir los errores: cuando hice la cuenta de las películas dirigidas por latinoamericanos se me pasó por alto el cortometraje Du bist so wunderbar, de los directores brasileños Leandro Goddinho y Paulo Menezes (por tanto, el porcentaje correcto de películas de la programación dirigidas por latinoamericanas queda en 3.2%). El cortometraje forma parte de la sección “Pardi di domani: Concorso internazionale”. La ficción ocurre en la Berlín contemporánea, una ciudad arrasada por una gentrificación predatoria y convulsionada por manifestaciones en su contra, donde un muchacho brasileño busca por todos lados un cuarto para alquilar. La cámara en mano movediza que aparece desde las primeras escenas, la textura de video, un plano escatológico que casi inaugura al corto y el humor tragicómico que hilvana a esta pequeña historia, son elementos que confirman que en Locarno también se puede reír y vibrar. Cada visita a un departamento es un episodio que estructura a este cortometraje que navega en las diferencias culturales entre un joven latinoamericano y otros personajes y estereotipos de la juventud europea. Hay bastantes subrayados, pero Du bist so wunderbar representa un lindo golpe vital dentro de un programa de cortometrajes dominado por la impersonalidad. 

Nocturno para uma floresta 

Otra excepción dentro del mismo programa de “Pardi di domani2, aunque en un registro estético completamente diferente, es el cortometraje Nocturno para uma floresta dirigido por la portuguesa Catarina Vasconcelos. La película gira en torno a una obra de la pintora barroca Josefa de Óbidos, la cual fue encomendada por los monjes del Convento de Buçaco; quienes, además de encerrar la pintura dentro de las paredes del lugar, cercaron todo el bosque de las inmediaciones para alejar específicamente a las mujeres. Vasconcelos salpica al espectador con esta información en una charla que mantienen una serie de plantas (sí, plantas) de este bosque que pinta como un espacio mitológico. Con esta atmósfera enrearecida, construida con una serie de planos detalle trastocados visual y sonoramente de objetos, la directora crea un entramado de referencias históricas que friccionan entre sí con humor y elegancia; llegando hasta el punto de poner en contacto al movimiento Me too con la obra escondida de Josefa de Óbidos, pintora que cobra vida en la película gracias a un voice over realizado a cargo de la gran actriz portuguesa Paula Guedes. Se trata de una figura importante para Locarno, ya que es una de las protagonistas de O Bobo, obra maestra de Jose Álvaro Morais que ganó el Pardo d’oro en 1987. Lo curioso es que esta es la primera vez que Guedes visita Locarno, una presencia importantísima pero no anunciada como el festival debería. Prácticamente nadie sabe que está aquí. (De hecho, pude encontrarla a la salida de una proyección de la nueva película de Radu Jude, mezclada entre la muchedumbre como cualquier visitante, y tener una charla con ella. Pero dejemos eso para después). 

5 de agosto. Suavecito, Tsai Ming Liang estrena una exposición rodeado de cortos

Una de las cosas que más le llama la atención al visitante de Locarno es un pequeño castillo que se emplaza en medio de la ciudad, el Castello Visconteo. Apretado entre una rotonda recubierta con hormigón y una urbanización un tanto laberíntica que se recuesta sobre las pendientes de la montaña, aparece esta edificación de piedra de más de 500 años. Según estiman algunos expertos, hay muchas chances de que esta edificación que ahora funciona como museo arqueológico haya sido concebida por Leonardo Da Vinci a pedido de los Visconti (sí, la familia de Luchino). En el Rivellino, el bastión defensivo que le da cobertura al castillo, hoy funciona un complejo cultural que durante el festival será la sede de Moving Portraits, una exhibición que busca posar preguntas sobre el futuro del cine realizada por Tsai Ming Liang en colaboración con Anong Houngheuangsy, protagonista de los últimos trabajos del director Taiwanes.

Sin dudas, Tsai es el gran invitado de este festival. Como miembros de la Locarno Academy tuvimos el privilegio de presenciar una charla moderada por Kevin B. Lee y Christopher Small que tuvo lugar por la mañana del día sábado en el SUPSI. Estos eventos suelen ser difíciles. Un poco por las apretadas agendas que tienen los invitados y otro tanto por las barreras lingüísticas; Tsai Ming Liang no se maneja en inglés en eventos como este. Por suerte, la presencia de grandes traductores, un auditorio entusiasta y varios miembros de la academia que preguntaron cosas directamente en mandarín ayudaron a crear una atmósfera tranquila donde el director de películas como Vive L’Amour Stray Dogs pudo explayarse. Los temas fueron muchos: habló de su preferencia del formato de 35mm y comparó la textura de esa imágen con la pintura, pero remarcó que el paso al digital le dió nuevas posibilidades, principalmente temporales. Todo el auditorio estalló en risas cuando definió que la única razón por la que sus tomas ahora son más largas es porque con el video no hay que cambiar de rollo. Haciendo un recorrido por su carrera, aseguró que en Good Bye Dragon Inn se encuentra una imagen muy importante para su carrera: un plano general de cinco minutos de mil asientos vacíos del cine que es escenario del film. Dijo haber sentido muchas cosas mientras filmaba ese plano improvisado, y añadió, además, que tanto su montajista como otros allegados querían sacarlo de la película. Señaló que ahí había algo que era justo lo que necesitaba y que iba a continuar persiguiendo. 

 El suavecito

En el vernisage al aire libre, de un inconfundible clima de cocktail-con-gente-en-camisa, Tsai habló de la muestra como un ejercicio de “crossover” entre medios. Luego de sus palabras, Anong Houngheuangsy cantó acapella una bella canción singapurense frente a los invitados y se dio por inaugurada Moving Portraits. La exhibición esta localizada en un subsuelo de Rivellino, en una suerte de túnel interno del castillo de una humedad aplastante pronunciada por varias goteras acá y allá. El lugar parece una cueva antiquísima, en sus paredes cuelgan pinturas y en dos pantallas proyectan en un loop Your Face y otra realización protagonizada  por Anong Houngheuangsy. Apesar de sentir que ahí abajo se respira agua, la experiencia es tan abrumadora como magnética; hay un sentimiento de cobijo entre esas imágenes dispuestas en este lugar que en la oscuridad parece prehistórico. Allí las imágenes de Tsai se asemejan a vestigios de una humanidad lejana, extinta hace milenios. El espacio parece erigirse en ruinas donde por accidente quedó encendido un proyector en loop. Es una muestra que plantea repensar el futuro del cine como medio, y es así que, con contradicciones, lo que me terminó por llevar de esa cueva es el sentimiento de que el cine es quien mejor puede alcanzarnos, al menos en imagen y sonido, al futuro. 

Una hipótesis: cuando Carlos Alberto Solari escribió la frase “Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón” acababa de ver El suavecito (1951). El Perfumes, antagonista de El gran campeón, era el contendiente del premio a mejor nombre de personaje del festival hasta que llegó el protagonista de esta película de Fernando Méndez. Todo el abanico léxico del slang mexicano que uno puede imaginar sale por la boca de este hombre interpretado por Victor Parra que de buenito no tiene nada. Vestido con saco ancho gris clarito o negro de a rayas, el hombre vive casi exlusivamente en la noche mexicana entre mujeres y mesas de paño verde. Pero al igual que los tangueros porteños obnubilados por las luces de la ciudad, el Suavecito tiene dos puntos débiles: la chica del barrio y su mamá. La dupla director/ intérprete funciona en armonía: por un lado, Parra le aporta una sutil fragilidad que aleja al personaje de lo payasesco para acercarlo al de un cretino querible; por el otro, además de entender cómo filmar sus mejores gracias (los bailes, principalmente), Méndez sabe utilizar el fuera de campo para profundizar cierto apego: llegado un momento, parece que el Suavecito descarriado va a faltar el ansiado almuerzo de cumpleaños de su propia madre, una ausencia pesada que se transmite gracias a dos planos que convierten a la silla vacía de una mesa repleta de comensales en el color más triste que un pintor pueda concebir. En esta secuencia, Méndez es dos Jean Renoir en uno: retrata la fragilidad de ese amor que cabe en el seno de los ritos de comunión entre pares y después estalla todo en una explosión vital sin freno una vez que unos mariachis comienzan a oírse al otro lado de la puerta… ¿Cómo no se va enganchar de este idiota la muchacha de bien interpretada por Aurora Segura? El tipo puede ser adorable, pero más de una vez traduce su falta de palabras en violencia física. Siempre es un regalo poder querer y odiar tan intensamente a un personaje que hace sentir el aura trágica de una de las culturas más coloridas. Así, entre suizos y stands, contento y bailando, uno vuelve feliz y reflexivo al hostel para descansar.

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* Hace pocos meses, el cineasta estadounidense Travis Wilkerson anunció en una publicación de Karagarga, el foro cinéfilo de piratería más grande de la actualidad, que se retira de los festivales de cine (su principal ventana de exhibición desde sus primeros trabajos) porque “esa clase de lugares, con su obsesiones por el reconocimiento, los premios, los rankings, la verticalidad social – reside en diametral oposición a lo que quería hacer”. El texto acompaña al post (realizado por el propio Wikerson) donde se puede descargar una nueva película que solo estará disponibles para bajar de ahí.

Tomás Guarnaccia / Copyleft 2023