UNA VISIÓN DESDE ALGÚN LUGAR: UN MISTERIOSO FUERA DE CAMPO (DE LA FICCIÓN)

UNA VISIÓN DESDE ALGÚN LUGAR: UN MISTERIOSO FUERA DE CAMPO (DE LA FICCIÓN)

por - Ensayos
09 Dic, 2015 03:19 | comentarios
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El estudiante

Por Roger Koza

5 de marzo de 2076. En la Tierra ya no hay seres humanos. Las fantasías hollywoodenses del ocaso vital de nuestra especie en la Tierra, que tantas películas dieron, se ha cumplido, finalmente. ¿Quién iba a decirlo? Se había visto una y otra vez. El apocalipsis había sido una pesadilla dominante de la ficción, un género económicamente rentable, acaso una pulsión de muerte sublimada en ficción que daba buenos dividendos. Los que se hicieron millonarios con esos productos, no exentos de perversión, tampoco pudieron siquiera huir a otros rincones del cosmos. Lo intentaron. Había un plan de evacuación para pudientes, pero falló. Definitivamente, la humanidad pereció.

Quedaron restos, desperdicios arqueológicos, lógicamente: ciudades vacías, artefactos diversos, tecnología inútil, archivos de todo tipo, tanto analógicos como digitales. Los signos de una civilización estaban todavía disponibles para quienes supieran leerlos y tuvieran el interés. La historia del siglo XX y de las primeras décadas del siglo posterior resultaba distinta en su registro: se podía “leer” y revisar en imágenes. Una novedad que no era otra cosa que una diferencia cualitativa en las formas de almacenamiento de la memoria: los documentos visuales y sonoros se restringían a dos siglos, pero esto cambiaba las formas de relación con la Historia. Una distinción notable.

Para fines de marzo de ese año, una civilización alienígena, bastante parecida a la que habían formado los Homo sapiens sapiens, visitaba nuestra biósfera, ahora liberada de esa especie dominante que se había (auto)impuesto un sistema económico delirante llamado capitalismo. No eran exactamente igual a nosotros, pero no viene al caso detenerse en las diferencias. El sistema nervioso central y el funcionamiento del cerebro eran casi idénticos. Tal vez debido a los paisajes del lugar del que procedían, que carecía de horizontes, no habían pasado por una fase teológica en la evolución de su cultura. Se trataba sorprendentemente de una civilización materialista a secas. De nuestra historia, les llamaba la atención cierta tendencia regular al enfrentamiento. No conseguían profundizar en cuáles constituían las creencias que empujaban y condicionaban las conductas bélicas.

También les fascinaba el cine, en general porque encontraban en él una vía casi directa al corazón de la interacción humana sin tener que trabajar sobre las distintas lenguas que habían existido. Había una comunidad de investigadores –dividían los estudios por países– que se dedicaba exclusivamente a Argentina. Una curiosidad: los científicos de las estrellas no habían separado las ciencias por su presunta falibilidad; si se trataba de átomos, electrones y moléculas, la confiabilidad de los enunciados era democráticamente similar a los efectos de verdad que tenían signos y símbolos que describían las conductas de entidades parlantes. Habían llegado al conocimiento por otros senderos evolutivos.

Argentina era un capítulo entre otros, pero ellos tenían especial interés en comprender el nacimiento y la evolución de las naciones jóvenes, en particular aquellas que habían pasado por alguna instancia de colonialismo en su genealogía. Lo que había sucedido en países como India o Alemania tenían que rastrearlo en textos y evidencia arqueológica. Por eso mostraron tanto interés en países jóvenes. En las imágenes del siglo XX se podía leer la mitad de su Historia.

Al llegar al cambio del siglo XX al XXI se encontraron con una época de fuego y de estertores. Las imágenes era recurrentes: el espacio público era vital en esos días; los hombres y mujeres se expresaban bronca y desesperación. El siglo XXI había nacido agitado en la tierra de los gauchos.

El archivo televisivo no admitía dudas sobre lo ocurrido. Los estudiosos del cosmos habían distinguido que este sistema de colección de imágenes sonoras tenía una peculiar importancia en la representación y diversión en la vida de los grupos sociales, aunque podían divisar cierta ineficacia epistemológica. La manipulación y las contradicciones se pronunciaban de forma ostensible. Se dieron cuenta de que a fines de la primera década del siglo, una batalla de signos enloquecía a la población. Se preguntaban cómo habían hecho los protagonistas de la nación para sostener una coherencia mínima frente a una batalla incesante de signos opuestos que impedía una noción de verdad mínima. Fueron entonces en búsqueda de otras formas de procesamiento de la imagen. En ese momento, creyeron que en el cine habrían de encontrar otros matices y mayor profundidad. Seleccionaron y agruparon todas las películas que se habían realizado desde el año 2006 en adelante, hasta llegar al año 2015, un año antes de las explosiones nucleares que devastaron la vida humana en la Tierra. Por otro lado, 10 años les parecía un buen recorte para sus estudios.

Habían podido identificar que los cineastas trabajaban sobre lo real bajo dos formas de aproximación: en ocasiones registraban el presente como podían y luego reordenaban un relato sobre las imágenes para hallar entonces algo que no se veía del todo sin la ayuda de ese instrumento óptico (y sonoro). Otros cineastas jugaban a imitar esa realidad planteándole interrogantes. Escribían historias y trataban de decir algo ocurrente. Los que se dedicaron a la ficción se toparon con problemas para el estudio del período, obstáculos inconcebibles cuando empezaron con sus investigaciones. Sabían, o más bien suponían, que el imaginario de una sociedad a veces se visualizaba mejor en sus fantasías e hipótesis lúdicas.

Uno de los investigadores encontró una sola película argentina que anticipaba ese malestar que se veía en las calles a comienzo de siglo. El documento clasificado se denominaba Nueve reinas. Era una película extraña, y trataron entonces de dar con alguna similar perteneciente al período posterior, el que va de 2006 en adelante. Prácticamente no había ningún indicio de lo que se veía en los programas de televisión de la época, las revistas de actualidad y los diarios. Las ficciones cinematográficas poco decían del presente.

Identificaron, no obstante, dos patrones llamativos en las ficciones: al primero lo denominaron “fuga de intimidad o repliegue interior”. Aplicaban esta vía hermenéutica a películas en las que los personajes se entregaban a cuestiones personales y obsesiones privadas, siempre alejadas de todo contexto histórico y social. Eran películas que solían reunir a personas de una misma generación y, en la mayoría de los casos, la edad dominante rondaba entre los 20 y los 35 años. Se llegaron a preguntar por qué la juventud era tan importante en las ficciones de ese momento. El otro camino de la ficción que se repetía y era sintomático tenía características distintas: muchas películas transcurrían en el pasado: la mayoría entre 1968 y 1980; había, además, una variante tardía, que de 2010 en adelante se repetía: muchos títulos retomaban el siglo XIX como escenario de las ficciones. En estos casos, la Historia estaba presente, pero siempre remitiendo a un tiempo lejano que no necesariamente decía algo del presente; y se evitaban la alusión, la confrontación y las referencias directas.

La hipótesis lúdica podría seguir. Hasta aquí es suficiente.

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El movimiento

En otras palabras: el problema acuciante del cine de ficción argentino que arranca en 2001 y llega hasta nuestros días se circunscribe a una evasión del presente social: las ficciones no dicen absolutamente nada del presente; las tensiones permanentes del discurso público están elididas. En síntesis: el kirchnerismo, el signo excluyente y organizador conceptual del orden simbólico de nuestro tiempo, permanece en un total fuera de campo, es el inconsciente de la ficción que se llega a decir. ¿Cómo puede ser que el evento simbólico por excelencia que atraviesa campos tan diversos como el orden afectivo, laboral, estético y cultural haya permanecido borrado en las ficciones cinematográficas? La paradoja absoluta se puede constatar en dos películas claves del período, ambas de Santiago Mitre, en ambos casos programáticamente políticas en principio, pero que eluden nombrar la historia, referenciar en tiempo presente y dar nombres propios. Ni El estudiante, una película sobre la traición política en el contexto universitario, ni La patota, un relato sobre la militancia en plena actualidad, dan cuenta de su tiempo. En ambos casos, opera una principio de abstracción por el que se priorizan los rasgos universales de la conducta de los personajes pero sin alusiones directas a su tiempo. Lucha de clases, asimetría del poder, justicia social, pero sin referencias. ¿Es posible?

La película de ficción más política hasta la fecha, que recurre a un período histórico lejano como coartada para interrogar el presente, todavía no se ha estrenado comercialmente. Se vio primero en Jeonju, Corea del Sur, y recientemente en Locarno, Suiza. Se llama El movimiento, es de Benjamín Naishtat y ya su título implica una inscripción en el presente que alude a un pasado no tan lejano, el de la segunda gobernación de Juan Manuel de Rosas, una figura que, como pasó primero con Perón y después con el kirchnerismo, divide a la sociedad argentina. Paradójicamente, en el segundo film de Naishtat tampoco se refieren las cosas enteramente por su nombre: algo similar a lo que ocurre en El estudiante. Si en la película de Mitre las paredes pintadas de la universidad contaban que Néstor Kirchner había muerto, pero ningún estudiante discutía sobre la muerte del expresidente, un cuadro de Rosas se divisa en una escena en la que los personajes están en una pulpería. Pero las coordenadas del pasado son las del presente.

En El movimiento, un grupo liderado por Pablo Cedrón recorre el país en busca de apoyo económico y civil. Los discursos del personaje interpretado por Cedrón no son tímidos, como tampoco lo es la película. El “movimiento” exige entrega y el destino de la patria pide sacrificios. Las escenas suman situaciones dispares: una extorsión, un fusilamiento, un momento de esparcimiento del batallón, viajes en la noche, una arenga final. El film no sólo se sostiene en su relato sino también en la forma elegida, que parece sintonizar por momentos con los estados psíquicos alterados de Cedrón. Su trabajo es magnífico y la física del film lo acompaña en su intensidad.

La película podría ser leída como una alegoría, pero no lo es del todo. El desplazamiento temporal solamente sirve como un reforzamiento para poder leer con cierta distancia conveniente los signos de hoy proyectados en el pasado. De ahí que en el final, los representantes reales del pueblo mirando a cámara den su opinión sobre el movimiento mientras se puede divisar una camioneta que pasa en el fondo del plano, una estrategia de puesta en escena que traiciona conscientemente la verosimilitud temporal para situar el film directamente en nuestro tiempo. La estrategia no es nueva y el director ha reconocido la filiación de su película con La comuna de Peter Watkings, en donde esta yuxtaposición cronológica era programática.

El movimiento es la única película que, a punto de clausurarse una etapa del “movimiento”, dice algo directo sobre la Argentina de la segunda década del siglo XXI. Indirectamente, Francia de Adrián Caetano también enunciaba una discreta utopía doméstica en clave peronista que estaba en consonancia con este tiempo difícil de ser pensado con justeza y claridad. A los estudiosos alienígenas, como a nosotros, no nos sobrarán documentos de estudio de este período, si quisiéramos entender un fragmento de nuestra historia a través de las ficciones cinematográficas. La ficción en la era kirchnerista ha sido siempre el gran fuera de campo de su relato, aquello que se resistía a ser leído en clave de ficción, acaso porque se trataba de un relato complejo que pedía una lucidez sociológica ausente en la generación de cineastas formada en la última década del siglo pasado.

Este artículo fue publicado con otro título por la revista Quid en el mes de octubre 2015

Roger Koza / Copyleft 2015