UNA CIUDAD DE PROVINCIA

UNA CIUDAD DE PROVINCIA

por - Críticas
29 Abr, 2018 10:47 | comentarios
Una película amable y simple nunca es una película menor.

**** Obra maestr a  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

UN MUNDO MISTERIOSO

Un mundo misterioso, Argentina, 2017

Escrita y dirigida por Rodrigo Moreno

*** Hay que verla 

Un retrato sobre una pequeña ciudad conducido por la curiosidad y el deseo de entender la vida de los otros. 

El cineasta colombiano Luis Ospina caracteriza la diferencia entre el cine de ficción y el cine documental a partir de dos figuras que remiten a viejas costumbres de supervivencia. El cineasta de ficción es un cazador; el otro, un pescador. La diferencia radica en que el primero ya sabe qué animal será su presa, mientras que el segundo está un poco más signado por la suerte y la sorpresa. La virtud del cazador se define por la puntería y el conocimiento firme del territorio y del comportamiento animal; al pescador se lo reconoce por la paciencia y un saber no menos valioso que está a merced del peso del ejemplar que ha mordido el anzuelo y la técnica con la que recoge a su azarosa víctima. La metáfora de Ospina no es perfecta, pero sí establece una posición: el documentalista acopia y selecciona, el otro planifica, prueba y elige.

En la hermosa y delicada Una ciudad de provincia, un documental observacional que se propone reunir un conjunto de acciones y circunstancias en las que se puede imaginar la vida cotidiana en Colón, ciudad entrerriana fundada por Justo José de Urquiza hace más de un siglo y medio en la que no habitan más de 30 mil personas, la pesca es un medio de vida y también un deporte. En las dos oportunidades en que Rodrigo Moreno elige filmar a los colonenses pescando, quizás sabiéndolo, él se duplica en esas escenas de una precisión estética manifiesta. En efecto, la cámara sustituye a la caña y en la espera va recolectando evidencia. De lo que se trata, un poco después, durante el montaje, es de organizar un todo, o al menos reconstituirlo, donde se pueda intuir una forma de vida.

Los episodios elegidos no son particularmente trascendentes. La lógica del espectáculo desentona con la observación sistemática y el deseo de asir y comprender las prácticas de un conjunto de hombres y mujeres de distintas generaciones que conforman esa abstracción llamada ciudad. La escala del lugar elegido prodiga una ilusoria exactitud, impuesta por un perímetro poco extenso y una escasa población que no se vuelve una multitud inasible. La puesta en escena sugiere un espacio acotado, un ecosistema reconocible y un urbanismo identificable. El tamaño importa, la escala es aquí una contingencia positiva.

Cuando un cineasta decide como en este caso filmar un conjunto, necesita discernir cuáles episodios podrán servir para delinear un retrato y quiénes son aquellos que encarnan los actos pertinentes, que suelen pertenecen al orden de la repetición. El método consiste en asociar eventos y agentes. Moreno trabaja sobre dos ejes precisos: las situaciones de ocio y las laborales. Todo lo que sucede en Una ciudad de provincia es afectado por esa dialéctica que define la imperceptible economía del tiempo. También es cuidadoso en reunir por igual a hombres y mujeres, y no desatiende tampoco la representatividad de miembros de distintas generaciones. Según la edad, el ocio puede circunscribirse al boliche, a una cancha de rugby, a tocar música con los amigos o jugar a los naipes. En materia laboral, el cineasta prefiere al trabajador de comercio y al hombre que tiene un oficio. La excepción es un empleado municipal encargado de la prensa. De todas formas, el punto de vista se enuncia en todo su esplendor y con total conciencia en un plano que descansa la mirada en la marca de una bebida, “Amargo Obrero”.

No es una novedad en el cine de Moreno la predilección por atender el tiempo de un trabajador. El custodio, Un mundo misterioso y Réimon son películas de ficción cuya intersección simbólica se vislumbra en cada caso en el empleo del tiempo de sus personajes. Al tomar como protagonista ya no a un sujeto específico sino a un territorio delimitado y a quienes habitan en él, el problema consiste en conquistar una síntesis capaz de concretar un retrato de conjunto. Sin duda, la naturaleza inagotable de una ciudad resulta imposible de filmar, pero sí se puede esbozar una cadencia. Basta un par de planos nocturnos del Río Uruguay para advertir que ese extenso espejo de agua organiza física y poéticamente la vida de los coloneses. Al respecto, Moreno deja en fuera de campo cualquier actividad turística y recreativa en el río, pero evoca con razón y elegancia la importancia decisiva de este en el ecosistema y en la vida espiritual de los habitantes de Colón. El contrapunto es el diseño urbano, en el que casi no se repara, con excepción de algunos negocios que dan a la calle, un campo de deportes, varios pasajes y casas. A Moreno le interesa la circulación en la ciudad y los espacios en común donde interactúan los ciudadanos, y prescinde del monumento y el paseo turístico. A su vez, la vida doméstica se difuma o es patrimonio de la privacidad a la que no tiene acceso, un objetivo que no se propone observar, lo que no conlleva renunciar a transmitir una paradójica intimidad. El hombre que pesca solo en la noche, el que juega con su perro en el jardín y el que demuestra                                                                       la educación de su oído para reconocer el canto de los pájaros transmiten la peculiaridad de una experiencia.

Frente a varias películas argentinas recientes que se burlan de la vida ordinaria de los pueblos y las ciudades pequeñas como las de Colón, títulos ponzoñosos que disimulan inteligencia y superioridad en el cinismo que ejercitan riéndose inescrupulosamente de sus personajes e instituyendo una forma de complicidad socarrona con sus espectadores, Una ciudad de provincia convida amablemente a aventurarse en la lógica sobre la que asienta su puesta en escena. La curiosidad es la virtud del cineasta, aplicada aquí a observar el mundo circundante, un estímulo que puede ser vertido y reorganizado como una experiencia estética. ¿No es justamente ese placer el que depara Una ciudad de provincia? Sin duda, la película trabaja sobre la sensibilidad con la que se interactúa con todo aquello que separa al yo de los otros. La ciudad es el lugar de los otros.

Por esa razón, Una ciudad de provincia no ridiculiza ni idealiza el pausado ritmo en el que están insertos los coloneses, un universo fluido donde la emoción estética puede asomar cuando en la apariencia ordinaria de los días asoma un discreto misterio en el paisaje y en quienes son parte de este, descubrimiento cinematográfico que conjura cualquier evaluación displicente sobre un estilo de vida que parece homogéneo e insignificante para todos aquellos que padecen de un cosmopolitismo etnocéntrico incurable

*Esta crítica fue publicada en Revista Ñ en el mes de abril 2018

Roger Koza / Copyleft 2018