UN MUNDO DE SENSACIONES: LOS CORTOS DE EDUARDO “TEDDY” WILLIAMS

UN MUNDO DE SENSACIONES: LOS CORTOS DE EDUARDO “TEDDY” WILLIAMS

por - Críticas, Ensayos
19 Nov, 2014 11:28 | Sin comentarios
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Pude ver un puma

Por Marcela Gamberini

Si uno hace la experiencia de ver seguidos los cortos de Eduardo “Teddy” Williams, nota rápidamente sus obsesiones estilísticas, formales y temáticas. El mundo de Williams es el de los jóvenes varones que se funden y se confunden en su camaradería etaria y social, sin importar la nacionalidad, la pertenencia, la clase o la lengua.

El primer corto, Tan atentos, comienza con un plano de un supermercado surcado por góndolas de alimentos, mientras jóvenes van y viene recorriéndolo. Sus paisajes urbanos son espacios destruidos, en construcción o en destrucción, mezclando el nacimiento con el apocalipsis. Esta idea de encuadre, esta apuesta a lo formal es también una idea filosófica: la reversibilidad del tiempo, aquello que nace a la civilización y entonces está en construcción o aquello que muere y está en destrucción. Las ruinas, las grietas, las cuevas remiten al orden de lo primitivo o tal vez a lo que haya quedado después del apocalipsis. El primitivismo de estos jóvenes que, como en la magnífica Pude ver un puma se animalizan en las grutas donde viven o pernoctan o transcurren es pre o pos apocalíptico. Los tiempos se confunden porque sus marcas temporales concretas están diluidas en ciudades cualesquiera, porque esa es la voluntad del realizador. El espacio y el tiempo se vuelven indistinguibles, el tiempo es solo el tiempo subjetivo, el de las caminatas por las ciudades con los pies en el barro, el de los recorridos por las terrazas, por los techos, saltando como animalitos asustados, el tiempo es el del abrazo en el que se funden los dos chicos sobre el final de Tan atentos. En Pude ver un puma el recorrido es perfecto, el comienzo del corto va desde la luz y los cielos abiertos que se dejan ver en los altos de las ciudades, allí donde la tierra –los edificios, las ciudades- se juntan con el horizonte, pasando por el paisaje urbano en ruinas hasta llegar al final, donde la oscuridad, las sombras, el sorprendente ruido del viento, y los árboles meciéndose enloquecidos, plantean la idea de un viaje del orden de lo filosófico. Viaje que es puesto en marcha por cuerpos, cuerpos de jóvenes que apenas se les entiende lo que dicen, porque no es lo importante el registro lingüístico, sino el cuerpo que en su modo dinámico recorre espacio y tiempo. El final de Pude ver un puma es apabullante, no solo por lo que vemos sino por el estallido de sentidos y sobre todo de sensaciones que provoca; miedo, desolación, espanto, los sonidos colaboran para anclar estas sensaciones.

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Que caigo

En El ruido de las estrellas me aturde el comienzo es el mar, en un bello encuadre tomado desde arriba, como en casi toda su producción, Williams elije poner su cámara, su mirada, en lo alto, desde donde construye encuadres perfectos donde el vacio del espacio se va habitando de personajes que son como hormigas. Y los insectos forman parte de su universo, sus criaturas son alternativamente jóvenes y/o animales. Sus sujetos se convierten en animales cuando trepan a las azoteas, cuando entran en las grutas como el caso de Que caigo, cuando hurgan en las grietas de los árboles. La cámara en mano lo hace a Williams partícipe de las andanzas de sus personajes, a quienes sigue de cerca o de lejos alternativamente logrando una sensación de alejamiento y acercamiento con sus criaturas que es notable por la libertad que destila. En una escena central de El ruido de las estrellas me aturde, Williams logra una sensación extraña: los cuerpos de sus adolescentes están apretujados en un espacio ínfimo, en un plano cerradísimo que deja ver cabezas, brazos, torsos y el diálogo inconsistente que mantienen se ve interrumpido por un plano abierto, aéreo sobre los techos de la ciudad que recuerda vagamente al plano final de Shara, la genial película de Kawase, con sus rasgos poéticos que marcan el final de una época.

En Que caigo (Que je tombe tout le temps?) el escenario cambia y estamos en África, en Sierra Leona, en una especie de supermercado que como el de varios de sus otros cortos es un lugar de encuentro, un rasgo de una modernidad eterna y a la vez predecible. El mercado como lo nuevo y a la vez lo viejo conjugados. Sus jóvenes, esta vez hablan un idioma extraño pero son iguales a los jóvenes retratados antes. Nada de lo lingüístico está en juego en Williams, sólo le importa la imagen, las sensaciones y efectos de sentido que producen. Y se suceden los cortes abruptos entre escenas pasando de la luz a la oscuridad, de los pozos a los cielos, del fondo del mar a la superficie. Esta “abruptez” en los cortes funciona, tal vez, con una lógica onírica o tal vez como un llamado de atención al espectador; el cambio es también para Williams uno de los modos de la continuidad.

En J´ai oublié su último corto, el escenario vuelve a cambiar (o tal vez no) y estamos en Hanói, Vietnam. En este caso, más que en los otros cortos, el plano secuencia es la matriz formal del corto. El movimiento acompaña a este grupo de jóvenes que en skate, ruedan y ruedan por las terrazas de los edificios, mientras conversan; estos movimientos son registrados por la cámara de Williams con la calidad de un entomólogo y la poesía de un escritor, con la garra y la pasión de un cineasta que, desde el comienzo, sospecha que las imágenes son más poderosas que cualquier relato.

Lo notable en la obra de Williams es la conjunción entre libertad formal, riesgo estilístico y composiciones precisas. Sus encuadres enrarecidos, sus cuerpos en escorzo, sus personajes trepando en las terrazas cerca del cielo, sus situaciones inconexas remiten, tal vez, más a la literatura que al cine, más a los sentidos y a la estructura de autores como el uruguayo Mario Levrero o como el argentino Pablo Katchadjian, cultores de la forma sobre el contenido, tipos obsesivos y recurrentes, tipos que apuestan a un modo de narrar donde el eje es la sensación que produce el choque de las imágenes mentales que provocan. Y otra vez, esta idea se vuelve novedosa aunque ya lo haya dicho Kuleschov mil años ante

Marcela Gamberini / Copyleft 2014