UN ANIMAL LLAMADO HERZOG (COMPLETO)

UN ANIMAL LLAMADO HERZOG (COMPLETO)

por - Ensayos
02 Feb, 2010 01:55 | comentarios

Por Roger Alan Koza

Ahora que algunas voces conservadoras, tras la muerte de Bergman y Antonioni, decretan el fin del cine de autor, un sofisma propio de una generación de cinéfilos y de cierta crítica perezosa en cotejar en dónde están hoy los autores, es menester hacer memoria y resistir ante este ejercicio de retórica crepuscular. El cine de autor, categoría difusa aunque útil, existe. Sokurov, Kiarostami, Bartas, Iosseliani, Godard, Tarr, Oliveria, Van Sant, Haneke, Alonso, Martel. La lista podría ser muy extensa.

Werner Herzog es autor indiscutible. Icono de una cinefilia pasada y uno de los miembros más versátiles del llamado Nuevo Cine Alemán, todavía hoy el realizador germano y responsable de El enigma de Gaspaur Hauser, Fata Morgana, Fitzcarraldo, entre otros títulos destacados, sigue haciendo películas. Como antaño, Herzog puede hacer documentales o ficción, pero su búsqueda y obsesiones como artista están intactas, acaso han madurado. En efecto, una cierta predisposición a filmar lo que todavía carece de imágenes, una indagación sobre las conductas extremas en los hombres, un interés constante por todo aquello que constituya una excepción a la regla: enanos, volcanes, esquizofrénicos, conquistadores dementes, sobrevivientes, comunidades heteródoxas, vampiros.

El primer cortometraje de Herzog, Herakles, de 1962, es un buen ejemplo. Extraña película. Todo empieza en un gimnasio en el que se retratan cuerpos característicos del fisicoculturismo para luego mostrar un conjunto de bombardeos sobre poblaciones y ecosistemas. Un paulatino montaje paralelo, que por momentos remite al cineasta cubano Santiago Alvarez, sumado a una banda de sonido incompatible con las imágenes, producen un efecto de percepción enrarecido, en el que se vincula la peculiaridad del cuerpo humano y sus fuerzas con el poder de destrucción. Sin embargo, la elección de este tipo de deportista contiene una significación precisa: es un ejemplar exótico de la especie, un freak anatómico.

Pero hay una presencia constante en el cine de Herzog, un personaje mudo e impersonal, pero cuya presencia es el cuerpo del lenguaje, de las culturas, de la civilización. Es la Tierra ofrecida como paisaje, y luego también concebida como morada, como extensión (in)finita de saqueo y conquista, como espejo orgánico en donde los hombres se descubren como especie, como fuente de lo extraordinario; en síntesis, como lo Otro de la civilización.

En una entrevista realizada por Lawrence O’Toole en la revista Film Comment de noviembre-diciembre de 1979, el propio Herzog decía: “¿Cómo podemos recuperar la inocencia de la visión, nuestra visión que ha sido terriblemente contaminada? Tenemos que encontrar nuevamente imágenes adecuadas” ¿Qué le hemos hecho a nuestros paisajes? Hemos avergonzado a los paisajes”. En efecto, quienes hayan visto La Soufriére, Lecciones de oscuridad, Signos de vida pueden predicar de la cita del realizador el por qué de esas películas.

Lo cierto es que el Herzog del siglo XXI prosigue con sus obsesiones pretéritas. Y después de un fallido film de ficción, El Invencible (aunque recientemente acaba de estrenar Rescue Dawn, un nuevo largometraje de ficción que retoma a un personaje de un documental suyo de 1997, El pequeño Dieter necesita volar) es en el documental en forma de ensayo en donde puede constatarse la evolución de sus primeras obsesiones en un nuevo contexto histórico y clima cultural global. El tiempo lo ha convertido en un realizador curiosamente cercano a la poética de Darwin, cuyo mérito indiscutible es proponer una imagen de nuestra especie como una especie entre especies, no siendo los hombres el punto culminante de la evolución, sino una de sus derivas más complejas. Y eso implica una evaluación sobre cómo esta especie ha habitado sobre los paisajes de la tierra.

En este sentido, La salvaje lejanía azul, pertinentemente comparado con Odisea en el espacio 2001, de Kubrick, es fundamental. Utilizando material filmado por la NASA en una de sus tantas exploraciones espaciales y en conjunto con otro material registrado en las profundidades de la Ántártida, Herzog propone una fantasía de ciencia ficción que como dijera alguna vez “tiene la habilidad de articular imágenes que se asientan profundamente en nosotros, y que él las puede hacer visibles”.

Una tesis: un planeta devastado, una civilización a la deriva. Más allá del discurso cosmológico y político del extraterrestre interpretado por Brad Dourif que mira y nos habla, más importante es el lugar desde el que enuncia sus inverosímiles aunque poéticas hipótesis. La tierra es un baldío. La salvaje lejanía azul es un relato instructivo sobre el devenir destructivo de una especie, aunque su espíritu es incompatible con toda tendencia apocalíptica.

El film de Herzog apuesta por el asombro; el universo es infinito, y es esta proposición el principal argumento contra todo pesimismo metafísico. Sin dudas, se trata de una fantasía de ciencia ficción, pero es también una prueba epistemológica sobre cómo interpretar cualquier registro audiovisual: ¿son reales esas imágenes de la tierra desde el espacio? ¿Los astronautas son actores o científicos? ¿Están en Andrómeda o en un pasaje desconocido de la tierra? Los científicos son cosmólogos pero también son cómicos, y Herzog contextualiza sus teorías como ficciones verdaderas y/o conjeturas refutables. Desde ya que no hubo ninguna invasión extraterrestre, pero la perspectiva cosmológica de Herzog, de no ser alienígena, excede el arraigo de nuestra especie al perímetro imaginario de la biosfera.

Lo que resulta increíble es la concepción de algunos científicos que participan en el film. Uno de ellos sugiere que, en la actualidad, si pudiéramos conquistar el espacio y construir una nueva civilización esta se asemejaría a un shopping estelar. Un paradigma perfecto de colonización espacial. Y advierte también que en otro tiempo hubiéramos fantaseado con un bosque amazónico. Uno de los astronautas, casi al cierre del film pronostica que la tierra habrá de convertirse en un Parque Nacional de la Humanidad. Se trabajará en algún asteroide, y luego se juntará el dinero para pasar unas vacaciones en la Tierra. El inconsciente está expuesto: el propio Capitalismo se ha convertido en un modelo evolutivo, un telos de la especie que trastoca la abundancia de la tierra en baldío. Pero Herzog cierra el film con unas panorámicas contundentes de la pristina belleza de la Tierra. En su fantasía, la Tierra, el paisaje no necesariamente nos precisa.

El hombro oso es un film típico y atípico. Típico porque el personaje central de este documental, Timothy Treadwell, bien podría haber sido un descendiente lunático de Klaus Kinski. Este conservacionista independiente y educador amateur, alguna vez alcohólico y depresivo, vivió durante los últimos quince veranos de su vida en compañía de osos salvajes en una reserva de Alaska. Atípico porque una gran parte de las imágenes de El hombre oso provienen del material audiovisual filmado por el propio Treadwell en sus expediciones solitarias, un recurso que Herzog no suele utilizar en sus documentales, aunque su inteligencia (y su ética) se verifica en aquello que decide mostrar y no mostrar respecto de lo “rodado” por Treadwell.

Treadwell, junto a su compañera, literalmente, fueron devorados por unos de los osos a los que tanto amo y cuidó. Herzog fascinado por este hombre al que considera un extraño colega suyo, ofrece una meditación extraordinaria sobre los límites de la razón y la civilización, y la interacción impredecible entre la naturaleza y los hombres. Hay algunos pasajes sublimes, en donde el propio Treadwell se baña junto a un oso salvaje, o en dónde éste camina mientras un oso lo sigue como si fuera una mascota. Son planos magníficos.

Si bien Herzog se reconoce por momentos en  Treadwell, y en otros guerreros de la naturaleza como Thoreau, acaso por esa fascinación por los extremos, sus concepciones respecto de la naturaleza de la naturaleza son esencialmente opuestas. Una versión infantil, a veces repetida por cierto ecologismo new age sobre la armonía intrínseca de de la naturaleza en contraposición a una respetuosa pero no sacralizada interpretación de la naturaleza como salvaje, caótica, bellísima pero no desprovista de crueldad. Dice Herzog: “Lo que me persigue es que en todas las caras de todos los osos que filmó Treadwell no veo ningún rastro de parentesco, ni entendimiento, ni piedad. Sólo veo la abrumadora indiferencia de la Naturaleza”.

Pero el realizador de los paisajes y de los fenómenos extremos es un hombre. Y si bien siempre ha proferido admiración a la Tierra nunca ha renunciado a lo que les propio, como cualquiera de nosotros. “No se trata de mirar la vida salvaje, sino de mirarnos a nosotros mismos, a nuestra naturaleza”. El cine de Herzog.

Fotos: 1) Herzog; 2) La salvaje lejanía azul.

Este texto se publicó en la revista Quid durante el 2006. En forma incompleta estaba disponible en este blog. Aquí va su versión completa, aprovechando que todavía está la retrospectiva de todos los documentales de Werner Herzog en el teatro San Martín de la cudad de Buenos Aires, programa que llegará a Córdoba en los próximos meses.

Links: Oscar Cuervo ha escrito un muy buen texto sobre Herzog, el que dialoga indirectamente con éste y directamente con Avatar (2) de Nicolás Prividera.

ROGER ALAN KOZA / COPYLEFT 2010