¿QUÉ QUIEREN LAS IMÁGENES?

¿QUÉ QUIEREN LAS IMÁGENES?

por - Libros
26 Oct, 2017 11:50 | Sin comentarios
Un libro vital sobre teoría (de cine) puede sugerir un oxímoron; no es el caso de ¿Qué quieren las imágenes?, como aquí lo analiza Jaime Natche, cuya entusiasta lectura ya deja entrever la importancia de este título de W. J. T. Mitchell

EL DINOSAURIO TODAVÍA ESTABA ALLÍ

En una entrevista televisiva de 1992 titulada Serge Daney, itinéraire d’un ciné-fils (Serge Daney, itinerario de un cinéfilo), el recordado crítico francés se refiere a la película Río Bravo (Howard Hawks, 1959) en los términos en que se pondera a un viejo amigo: se trata de una obra acerca de la cual podría conversar durante horas y horas porque le acompañó a lo largo de su vida, viéndole crecer desde que era adolescente y sabiendo más sobre él de lo que Daney creía saber de la película. Casi siempre pensamos en las imágenes —sean fijas o en movimiento— como un producto concluido, muerto, al margen de las negociaciones provisorias de nuestro mundo sanguíneo. Nunca consideramos que una imagen pueda ser —al igual que Río Bravo para Daney— un organismo dotado de vida propia, capaz de ver y de saber, e incluso hasta de desear. De tal hipótesis, no por metafórica menos fecunda, parte el estadounidense W. J. T. Mitchell para desarrollar las reflexiones de ¿Qué quieren las imágenes?, que desde sus primeras páginas alude al libidinal televisor de Videodrome (David Cronenberg, 1983) como elocuente plasmación del deseo mutuo entre observador e imagen.

Sin duda, la publicación en español de este libro supone una gran noticia para todo interesado en el estudio de la cultura visual, pues W. J. T. Mitchell (profesor en la Universidad de Chicago) es uno de los máximos referentes actuales en este campo. Aparte de algunas colaboraciones en obras colectivas, hasta ahora solo se había traducido al castellano su anterior Picture Theory. Essays on Verbal and Visual Representation (Chicago, University of Chicago Press, 1994), publicado como Teoría de la imagen. Ensayos sobre representación verbal y visual (Madrid, Akal, 2009). Tal como ocurría en aquella obra, en ¿Qué quieren las imágenes? no existe una voluntad sistemática de hacer teoría sino de representar la teoría («picture theory»), de modo que el pensamiento sobre las imágenes se convierta en algo dinámico y flexible. Ambos libros consisten en una organización de escritos sobre diversos temas suscitados por ocasiones heterogéneas —conferencias, contribuciones en publicaciones periódicas…—, aunque atravesados por una permanente preocupación por describir el funcionamiento de la imagen en relación a la sociedad desde su misma génesis, y no como una mera segregación necesitada de un discurso verbal que la sitúe y explique a posteriori.

El libro se divide en tres bloques —«Imágenes», «Objetos» y «Medios»— que se corresponden con los tres estados en que una imagen progresivamente se inscribe en la sociedad y actúa en sus ámbitos de poder: primero, como una entidad abstracta que no depende de soporte físico; en segundo lugar, cuando adopta una realidad material; y, finalmente, cuando circula en los canales de comunicación. Al verter al castellano este itinerario por las vicisitudes de lo visual, uno de los notables aciertos de la traductora ha sido salvar las dificultades que entrañan los juegos con la lengua inglesa de la prosa de Mitchell. Es determinante, por ejemplo, la recurrente distinción entre los vocablos «image» y «picture», que igualmente pueden significar imagen aunque «picture» comporta una cualidad de objeto físico que «image» no posee.

La analogía que Mitchell establece entre las imágenes y un organismo vivo va más allá de la relación figurada. Como recuerda John Berger en uno de sus ensayos, las primeras imágenes de la humanidad fueron animales pintados con sangre de animal, así como, probablemente, un animal inspiró la metáfora más antigua empleada por el hombre. Pero a su vez, como un animal más, toda imagen vive y adquiere pleno sentido por una serie de demandas explícitas en su interacción con el observador. Por ejemplo, una imagen puede reclamar amor. Plinio el Viejo —como también el pintor J. M. W. Turner— sitúa el origen de la pintura en el trazo de la sombra del amado que, ante su partida al extranjero, fija en la pared una doncella de Corinto. La silueta obtenida por este acto afectivo —donde coinciden huella y réplica (índice e icono, según la tipología de Charles S. Peirce)— es una extensión de la persona querida que de algún modo continúa viviendo en su ausencia, por lo que también pervive su virtualidad deseante. Esa misma solicitud, en la miniatura bizantina de Cristo que ilustra un manuscrito del siglo XI, causa el propio desgaste de la imagen por el roce de los devotos lectores que aceptan la invitación de besarlo. Otras veces, lo que quiere una imagen no está tan claro: en el caso de un fósil, mientras que para nuestra cultura se presenta solo como un objeto de investigación científica, para otras no tiene sentido más que como motivo de culto religioso.

Las imágenes aumentan su agresividad en la época biocibernética, cuando la tecnología es capaz de hacer recobrar la existencia a criaturas extinguidas hace millones de años cuya imagen no ha fenecido con el tiempo, como los dinosaurios, relanzados al dominio de la Tierra por Parque Jurásico (Jurassic Park, Steven Spielberg, 1993) y sobre cuya improbable amenaza fabula el microrrelato de Augusto Monterroso que da título a esta reseña. O cuando los conocimientos adecuados permiten generar un material vivo susceptible de mimetizar cualquier identidad en Terminator 2: el juicio final (Terminator 2: Judgment Day, James Cameron, 1991). Innovaciones ontológicas que exigen actualizar los postulados sobre la obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica formulados por Walter Benjamin.

Aunque en ocasiones pueda parecer algo excéntrico, Mitchell elabora sus observaciones como una cascada de sugestivas conexiones sin adolecer en ningún momento de falta de perspicacia. Del bíblico becerro de oro a la oveja Dolly; de los grabados de William Blake a la fotografía de Robert Frank; de un anuncio de bebida azucarada a las películas de Spike Lee, ¿Qué quieren las imágenes? no resulta farragoso a pesar de las abundantes alusiones históricas, filosóficas y culturales —convenientemente ilustradas en blanco y negro y explicadas a pie de página— que lo respaldan. Y la edición de Sans Soleil está a la altura del cometido. Si acaso, dado el gran número de referencias bibliográficas utilizadas en sus notas, se hubiera agradecido localizar y mencionar las ediciones en castellano de las obras traducidas —empezando por las del propio Mitchell—, así como señalar la fuente citada cuando no es la versión en lengua inglesa que maneja el autor. Por otro lado, precisamente por el rigor de la edición, llaman la atención unos disculpables deslices fáciles de haberse evitado, como traducir incorrectamente una viñeta humorística que pierde así todo su efecto («Lo tenemos cubierto» en lugar de «Lo tenemos controlado», p. 41), o no identificar el filme Haz lo que debas (Do the Right Thing, Spike Lee, 1989) por su título original y, en cambio, asociarlo en un mismo párrafo a dos denominaciones distintas aunque aceptablemente traducidas: «Haz lo que debas» y «Haz lo correcto» (p. 374).

W. J. T. Mitchell¿Qué quieren las imágenes? Una crítica de la cultura visual (traducción del inglés de Isabel Mellén), Vitoria-Gasteiz, Sans Soleil Ediciones, 2017. 444 páginas.

 Jaime Natche / Copyleft 2017