MALAMBO: EL HOMBRE BUENO

MALAMBO: EL HOMBRE BUENO

por - Críticas
07 May, 2018 10:47 | Sin comentarios
Una película sobre una danza folclórica es el punto de partida para una toma de conciencia.

****  Obra maestr a  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

LOS PASOS DE LA CONCIENCIA

Malambo: El hombre bueno, Argentina, 2018.

Escrita y dirigida por Santiago Loza

*** Hay que verla

La película más accesible del director de Cuatro mujeres descalzas gira en torno a un bailarín de malambo. Tal descripción es apenas un estímulo para otras cosas. 

El título es indesmentible. La nueva película de Santiago Loza es sobre un bailarín de malambo. El título dice algo más de él e indica un atributo de su espíritu. Hay que admitir aquí dos cosas: “el hombre bueno” no está relacionado necesariamente con el arte folclórico; menos todavía parece ser esa una cualidad de la voluntad que goce de amplia popularidad. En el filme, sin embargo, el hermoso acoplamiento del título evoluciona en el relato como si fueran dos líneas paralelas que siempre se tocan.

El inicio es tan preciso como el plano de cierre, círculo narrativo que es también un destino. Pasada cierta edad, a los bailarines que alguna vez brillaron en un escenario solamente les queda entregarse al exotismo y la pedagogía. Bailan en transatlánticos o se disponen a transmitir un saber a los pocos interesados en una tradición criolla. Los minutos en el enorme barco en el que viajan por el océano turistas de todo el mundo tienen su contracampo en la flota: asiáticos y sudamericanos trabajan para el placer de los otros. Es un apunte inicial que demarca una lectura general y una posición.

La mayor parte de Malambo: el hombre bueno pasa por el entrenamiento de Gaspar para volver a competir en un certamen que tendrá lugar en Cosquín y los obstáculos que debe sortear para poder presentarse: un problema de hernia y los propios demonios interiores, los cuales son canalizados verbalmente por una voz en off externa al mundo del personaje (una amable conciencia omnisciente, la del propio Loza, que traduce los pensamientos del malambista). Es aquí donde la circunspecta épica del personaje toma dos rumbos: el del esfuerzo por superar el dolor físico que mitiga el deseo de bailar y asimismo el del intermitente trabajo de conciencia del personaje, que aprende a pensar sobre sus adversarios y a la vez sobre sí.

El resto del filme son secuencias que acompañan esa contienda física y espiritual e introducen a otros entrañables personajes: un compañero de cuarto, la madre y la abuela de Gaspar, una hermosa mujer que lo ayuda con su columna, e incluso uno de los fantasmas que lo inquieta asiduamente en sus sueños. Las pesadillas de Gaspar son los pocos momentos en los que Loza juega un poco con otros registros, coreografiando el malambo como si se tratara casi de un duelo en un western. En efecto, la mencionada voz en off y esos pasajes oníricos o imaginarios constituyen los desvíos (orgánicos) con respecto al relato clásico que sostiene el filme.

Malambo: el hombre bueno tiene alguna reminiscencia de la saga de Rocky, pero en un contexto inesperado y en una cultura inconmensurable a la del pugilista; la naturaleza popular de aquellos filmes de saga y de este filme los familiariza, pues en ambos la voluntad de superación define a los personajes, como también el origen proletario. Pero Loza desconfía del éxito y del individualismo triunfante. Sus valores son otros y es por eso que prefiere un discreto esplendor y el lento avance de la clarividencia del personaje sobre el sentido de la benevolencia.

*Este texto fue publicado en el diario La voz del interior en el mes de mayo 2018

Roger Koza / Copyleft 2018