LOS AMANTES IRREGULARES (01): RESPUESTA A LA “POLÉMICA” SOBRE TIERRA DE LOS PADRES EN “EL AMANTE”

LOS AMANTES IRREGULARES (01): RESPUESTA A LA “POLÉMICA” SOBRE TIERRA DE LOS PADRES EN “EL AMANTE”

por - Críticas
25 Ago, 2012 03:10 | comentarios

QUÉMESE ANTE DE LEER

Por Nicolás Prividera

(Nota del editor: en el primer comment que se puede leer al final de la nota el lector podrá leer la crítica escrita por Hernán Schell, con quien aquí Prividera discute)

En una esclarecedora nota titulada “Simplemente sangre”, Hernán Schell condensa todo lo que no debería hacer un crítico (lo que podría verse apenas como un error personal o editorial, pero visto que el director de la revista la consideró “la mejor” de todas, lo tomamos como una declaración de principios). Desde el inicio, la nota expone un procedimiento muy común, que invariablemente se va a repetir en las otras críticas “en contra”. Dice Schell: “En un momento de Tierra de los padres vemos que una mujer que está por leer un texto de Evita tiene que callar frente a unos alumnos de escuela primaria. Esta escena exhibe con bastante poca sutileza la intención de Prividera de mostrarnos que hay una historia que no se enseña en las escuelas. No se trata de que yo contraste aquí “mis” razones con las del crítico, porque más allá de los motivos “reales” por los que la mujer efectivamente calló, o las motivaciones “estéticas” por la que elegí usar ese plano en ese momento de la película, Schell es tan libre como cualquier espectador de  interpretarlo como le parezca… Pero del mismo modo tiene que asumir que la “intención” (que él mismo “exhibe  con bastante poca sutileza”) está en su propia lectura, en vez de endilgársela livianamente al director. Yo jamás hablaría de las intenciones de un crítico (no se puede juzgar una supuesta intencionalidad): basta señalar la endeblez de los razonamientos (y formular algunas hipótesis al respecto…).

Porque lo más curioso es que, dicho esto, Schell prosigue diciendo: “Puede que Prividera tenga razón.” Y agrega: “Hay muchas cuestiones de nuestro pasado que no se da en los colegios y algunas de ellas las toca Tierra de los padres. A mí no me enseñaron en la secundaria, por ejemplo, que Sarmiento era racista, tampoco se ahondó demasiado (o al menos yo no recuerdo) en la persecución de Roca a los pueblos originarios, ni en las contradicciones políticas de gente como Rosas.” Puede que Schell tenga razón, pero el tema no es lo que le enseñaron o no sobre “gente como Rosas”, sino lo que hace él con su asumido desconocimiento (más pretendiendo tener un pensamiento crítico): “Personalmente desconozco hasta qué punto eso es aceptable o no, si sigue siendo así o no, incluso desconozco hasta qué punto esto tiene una raíz ideológica y/o educativa”, dice. Y esperaríamos que a partir de esta aceptación socrática de desconocimiento viniera luego una reflexión al respecto (o algo que nos explicara como un crítico puede seguir escribiendo algo después de enunciar eso), pero Schell se desentiende del problema con una hipótesis absurda, que más bien ilustra el porque prefiere no complicarse demasiado: “Después de todo, puede que la razón de que en la secundaria no me hayan enseñado las contradicciones de Sarmiento sea para no complicar demasiado a los alumnos, del mismo modo que en literatura no se enseña, por ejemplo, el Ulises de Joyce.” E increíblemente culmina diciendo: “Son asuntos sobre los que no tengo aún una opinión demasiado formada”.

Desconozco cuándo espera el crítico -o si espera alguna vez- tener una opinión formada (como si todo lo que dice no fuera precisamente una evidente doxa), pero es vidente que eso no le genera ningún reparo a la hora de escribir su crítica, como si ni siquiera necesitara de la precariedad de una opinión más o menos “formada”. Porque si al menos se hiciera cargo de su opinión, podría decirle -por ejemplo- que lo que para él es una anomalía para mí es un elogio (y me pasa lo mismo con otras frases arrojadas en las otras notas, como veremos): “Debe haber incluso pocas películas (nacionales o internacionales) en las que se convoque tantas veces la figura de la muerte y la sangre derramada”. Pero claro: Schell sólo ve en ello “una idea de la patria reducida a un montón de muertos y de persecuciones”, cuando es su misma sinopsis la que reduce la película a “una idea de patria” (sin que siquiera sepamos cuál es la suya…).

Y ahí es donde aparece algo que se repetirá también en otras notas: la reconvención (casi escolar) de que “cuando se saca el contexto en el que se desarrollaron cada una de estas acciones (sus motivos políticos y/o económicos y la idiosincrasia cultural de esa época), se deja de reflexionar sobre la historia –o la política, o la identidad de un país–”. Ya volveremos sobre esta repetida y absurda cuestión de “sacar de contexto”, pero lo haremos cuando discutamos notas cuyos argumentos vayan más allá de recordar un programa de Pergolini y Pigna que no viene al caso… Algo que el mismo Schell, después de dedicarle un largo párrafo a ‘Algo habrán hecho’, reconoce al decir: “Yo no creo que Prividera piense que se puede conectar tan fácilmente el pasado con el presente”. Yo no creo que Schell piense que se pueda conectar tan fácilmente el susodicho programa con Tierra de los padres, pero…

El problema entonces parece no estar tanto en la película como en la mirada del crítico, que “en su desesperación por abarcar tantas épocas en tan poco tiempo, transmite permanentemente esa sensación de que el país fue siempre un mismo fluir de persecuciones y perseguidos”. Es decir: el crítico confunde la estrechez de su lectura con la película misma (lo único que parece retornar una y otra vez –como vemos y veremos– es ese gesto repetido). Fluir sí, porque la película hace fluir y confluir “ideas enfrentadas”, pero no el “mismo” porque la Historia no se repite: cada momento histórico tiene su particularidad, aunque siempre se lo lee desde el presente. Y eso es lo que la película muestra cuando “cruza más de un siglo de historia a una velocidad feroz” (la velocidad es feroz porque así es la Historia, claro), “apenas unida por la evocación de muertos en territorio argentino”… Si la película fuera “apenas” esa evocación territorial (en la que el cementerio es a la vez metáfora y “contexto”), ya estaría justificada, porque no deja de ser una elegía. Pero la Historia es apenas la materia de la que está hecha (de la que estamos hechos): el tema profundo es la tensión entre pasado y presente, aquello que precisamente la nota de Schell (y todas las otras, aunque algunas amaguen con hacerlo) deja “fuera de contexto”. Si “el pasado es una tierra extranjera” – como me recuerda innecesariamente Schell con una cita incompleta (“….allí las cosas suceden de otro modo” decía Hartley, para hablar de la extrañeza de toda mirada retrospectiva) queda claro que es el crítico quien no se aproxima a él con el “debido cuidado”, visto que ni siquiera tiene “una opinión demasiado formada”. O simplemente la asunción de su propio contexto de lectura (es decir, de su ideología: algo de lo que nadie puede escapar, aunque muchos intenten ocultarla, o incluso crean que no la tienen…).

Porque –para adelantar una refutación general–, no se trata de que haya que ir (aun  teniendo una “opinión formada”) “mirando los debidos contextos y las debidas particularidades de cada tiempo”. Y no solo porque un film no pueda ser leído como un académico libro de historiografía, o porque la cita funcione más bien como fragmento benjaminiano, sino ante todo por el relativismo que asoma en verdad tras ese argumento  historicista: la sensación de que, a pesar del repetido “que se entienda, no quiero desestimar la cantidad de muertos que hubo en la Argentina , mucho menos quitarle valor histórico”, no toda parece ser “sangre relevante”. O al menos la constatación de que su mera mención provoca en algunos un hastío y cansancio que no muestran ante la historia que dicen haber recibido en la escuela y sobre la que dicen aun no tener opinión demasiado formada… En ese sentido, Tierra de los padres es como un espejo que devuelve la imagen negada de la propia visión de la historia.

A lo sumo, la historia planteada por Tierra de los padres está, sí, mucho más atravesada por la opresión que cualquier otra.”, dice Schell en un final rapto de admisión, o en otro elogio a su pesar. Y de eso se trata, claro: pero no sólo de una historia de la opresión, sino de la opresión de la Historia (por eso la película se inicia con una famosa cita de Marx sobre el peso de “las generaciones muertas”). Algo sobre lo que al menos puedo decir que tengo una opinión formada.

CONTINUARÁ…

Ver aquí Los amantes irregulares: Palabras preliminares (editorial del blog sobre la fundamentación de este espacio de discusión)

Nicolás Prividera / Copyleft 2012