EL LADO LUMINOSO DE LA FALLA

EL LADO LUMINOSO DE LA FALLA

por - Ensayos
28 Abr, 2020 04:54 | Sin comentarios
Una clave poética del cine de Martel; una forma de leer la "puesta en escena" de la pandemia.

La pandemia y el método para combatir el contagio, el confinamiento hogareño, ocasionan daños (colaterales) de todo orden, modifican prioridades, trastocan hábitos domésticos y públicos, desacomodan el invisible funcionamiento del psiquismo y asimismo la percepción de todo lo circundante. La experiencia del tiempo y el espacio es otra, y por tanto la conciencia de la duración y el movimiento resulta distinta. Un imaginario principio de regularidad de todos los actos está averiado.

La cineasta Lucrecia Martel ha insistido en sus talleres de cine, que imparte en muchísimas ciudades de todo el mundo, en que la búsqueda poética de su cine consiste en producir lo que ella denomina “la falla”. Por esto entiende un fenómeno inesperado en el curso del relato que irrumpe en la normalidad cotidiana y destituye momentáneamente la protección simbólica con que se inviste la realidad para poder funcionar en ella. Cuando ocurre algo así nada puede del todo conjurar las revelaciones incómodas sobre lo endeble de las creencias y la contingencia de todas nuestras prácticas. El accidente inicial en La mujer sin cabeza, percibido apenas como un sonido diferenciado en el andar del automóvil que conduce la protagonista, alborota la seguridad de clase del personaje; en La niña santa, un hombre desnudo cae parado del piso de arriba del edificio de la protagonista e interrumpe la clase de catequesis en la que la joven se esfuerza por combinar los deberes con el Altísimo y los imperativos inmanejables del instinto. Todo el cine de Martel se predica de ese imperceptible desperfecto que pone en riesgo las certezas cotidianas.

Eso que Martel llama falla no se elige, más bien acontece, sin ningún aviso, cuando menos se espera, y suscita, irremediablemente, una experiencia de dislocación y extrañamiento. Ante algo así, la angustia y la ansiedad llevan a la desesperación administrada o a la eventual pérdida de los estribos. También puede alentar a aceptar hacer una pausa y transitar deliberadamente la dislocación en un estado excepcional de percepción en el que se puede pensar todo de nuevo, o mucho de todo aquello que constituye el repertorio de creencias que validan y orientan las convicciones y las acciones. Ver lo falso como falso puede ser arduo, pero también liberador.

Permanecer en la falla es incompatible con la necesidad de hacer predicciones, una secreta forma de indulgencia para no dejarse estar en eso que no funciona y conmina a pensar todo de nuevo. ¿No es que antes de hablar hay que pensar, y antes de pensar se requiere hacer algo de silencio? De pronto, algo puede pasar, lo más parecido a un destello de clarividencia, una reconsideración de todo, una nueva ubicación. La gran fuerza de La mujer sin cabeza consistía en adentrarse en el silencio psíquico de su personaje atravesando aquella anomalía. La discreción de la puesta en escena apenas sugería el momento de la toma de conciencia, lo más parecido a un relámpago en el interior del cerebro.

*Este texto fue publicado en la columna mensual en la revista Número Cero en abril 2020

Roger Koza / Copyleft 2020