LA COLUMNA DE KOGER ROZA: MUYBRIDGE, ILUSIONISTA Y PRECURSOR

LA COLUMNA DE KOGER ROZA: MUYBRIDGE, ILUSIONISTA Y PRECURSOR

por - Columnas
02 Oct, 2018 11:45 | Sin comentarios
El enigmático Koger confirma su predilección por la historia. En esta ocasión, le dedica un hermoso artículo a quien quiso como nadie capturar el movimiento.

La escena es la siguiente: en una pista hípica en California, un hombre se apresta a fotografiar un caballo. El nombre del fotógrafo es Eadweard Muybridge. El nombre del caballo, Occident. El que comisiona la foto es el magnate Leland Stanford. Corre el año 1872. La intención, tal vez nacida de una apuesta, es obtener una imagen del caballo trotando sin ninguna de sus patas tocando el suelo. Muybridge logra la foto, que la posteridad no conserva. Y sin saberlo, ese es el germen de sus famosos estudios de movimientos. Y ya que estamos, del cine también.

Captar nítidamente el movimiento era una asignatura que el joven arte de la fotografía aún tenía pendiente. Con Muybridge, los cuerpos en movimiento dejaron de ser fantasmas. Había nacido en Kingston upon Thames en Inglaterra en 1830. De joven emigró a Estados Unidos y se instaló en San Francisco. Por más de una década ejerció allí de librero. En un viaje al este, un accidente de diligencia le ocasiona una herida en la cabeza. Como parte de la convalecencia, un médico le aconseja hacer actividad al aire libre y es ahí donde Muybridge empieza a dedicarse a la fotografía de paisajes. Al principio se inclina por la técnica estereográfica, muy en boga en esa época, que obligaba a ver las fotos a través de un dispositivo que volvía las imágenes tridimensionales. Con el tiempo fue especializándose en formatos más grandes, que luego reproducía en cartas postales que se vendían como pan caliente. En San Francisco, Muybridge ofrece sus servicios de fotógrafo con el seudónimo Helios, mientras sigue vendiendo libros con su nombre real. A contramano de los tiempos, no realiza retratos.

Muybridge/Helios saca fotos de faros, puertos, indios, ferias, dependencias militares, cárceles, jardines, y una serie que realiza en las montañas de Yosemite le otorga cierta notoriedad. La inquietud de Muybridge era cómo capturar el tiempo en una foto, no un instante específico, sino plasmar las transformaciones del paso del tiempo en la imagen. Esa metamorfosis es el verdadero tema que gobierna su trabajo.

Y un buen día el ferrocarril propiedad de Leland Stanford unió Estados Unidos de costa a costa, y ya nada, ni siquiera el tiempo, sería lo mismo. El tren demandaba horarios sincronizados que las ciudades no tenían. Boston, por ejemplo, estaba 11 minutos y 45 segundos delante de New York. Había que terminar con eso. En las estaciones de tren se colocaban dos relojes, uno con el horario solar que era el que por tradición regía localmente, y otro con el horario del tren. Iban a pasar unos años hasta que los horarios se unificaran y el estándar horario actual fuera definitivamente aceptado. El tren, al igual que la fotografía y más tarde el telégrafo, era la última avanzada de la revolución industrial en su afán de aniquilar las ideas preexistentes de tiempo y espacio (nota mental: rever El caballo de hierro de John Ford). El amo de los trenes Leland Stanford llegó a ser gobernador de California y el fundador de la Universidad de Stanford. Es interesante pensar cómo Stanford, una figura infame a la manera de Charles Foster Kane, está vinculado a los orígenes de Hollywood y de Silicon Valley, las dos factorías de sueños made in California que cambiaron el mundo en el siglo veinte.

Pero volvamos a Muybridge. En 1871 se casa con la joven Flora Stone, a quien dobla en edad. Flora trabajaba como retocadora de imágenes. Vale decir que en esa época todo se retocaba, de hecho. Muybridge no tenía rival en sus composiciones de nubes aplicadas a los paisajes. Al desposar a Flora, Muybridge se deshace del seudónimo Helios y empieza a “firmar” sus trabajos con su nombre real.

Sus fotos de Yosemite le abrieron nuevos horizontes laborales. Contratado por el ejército, Muybridge documentó la guerra entre los blancos y los indios Modoc. En su bello libro “River of Shadows”, Rebecca Solnit dice que Muybridge les daba a sus empleadores “un imaginario que llamaba la atención por todo lo que dejaba fuera de su alcance: los paisajes que no explorarían, las culturas que no saldrían a encontrar, las vidas que no vivirían, los movimientos que no podían ver y las preguntas que no sabían responder”(1).

Muybridge se la pasa de viaje sacando fotos. Su manera de trabajar se va a haciendo más sofisticada. Transporta casi una tonelada de equipos y unos cuantos asistentes. Durante uno de sus fugaces regresos a casa, Flora queda embarazada. Al hijo que nace lo llaman Florado Helios. Meses después, Muybridge descubre una foto de su recién nacido que Flora guarda a escondidas. La foto lleva en el dorso una dedicación secreta de su mujer a un amante, lo que le da a Muybridge la certeza que el niño es hijo del otro y no suyo. Como un enajenado, Muybridge sale inmediatamente en busca del amante, un tal Larkyns. Lo encuentra jugando a las cartas. Muybridge se presenta, le dice que tiene un mensaje para él de su mujer, saca un revólver y lo mata en el acto frente a una docena de testigos.

El juicio es muy comentado en la prensa. De ser hallado culpable, a Muybridge lo espera la horca. El jurado, increíblemente, lo absuelve. Al poco tiempo, muere Flora. Muybridge deja al chico en un convento y acepta más comisiones de trabajo. Mientras más lejos lo lleven, mejor. Saca fotos en varios lugares de Centroamérica, y al regresar a San Francisco, realiza un panorama de la ciudad que lo termina de legitimar como artista. El panorama ofrece una representación imposible de la ciudad, la transformación de una visión circular en un espacio lineal. Como si fuera una película, el panorama es el resultado del montaje de una serie discontinua de unidades de tiempo en una continuidad ficticia. En otras palabras, el panorama contiene todos los elementos de los estudios de movimientos a los cuales Muybridge se iba a dedicar exclusivamente de allí en adelante.

Habían pasado cinco años desde aquél encargo de Stanford con el caballo. En todo ese tiempo la tecnología se había perfeccionado, especialmente en relación a la velocidad de obturación. Muybridge empieza a documentar secuencias de cuerpos andando, corriendo, saltando, siempre financiado por Stanford. Las imágenes, montadas en una serie continua, reproducían los ciclos de acción completos. Muybridge inventó un arte que documentaba un proceso en marcha, la dinámica de un acto, la representación de los cambios temporales y espaciales de un hecho específico. Incorporó una idea de narrativa que la fotografía hasta ese momento carecía. La posibilidad de hacer exposiciones múltiples sobre una misma placa permitía que un atleta realizando un salto se convirtiera en una multitud de atletas reproducidos en acción simultáneamente. Era como un presagio del cine que dejaba al descubierto la evidencia del truco.

Muybridge va a fondo con sus estudios de movimiento. Se utiliza frecuentemente a sí mismo como modelo desnudo, y luego organiza proyecciones de los trabajos usando un aparato de su invención al que llamó Zoopraxiscope. Cuando el mundo empieza a reconocerlo, Stanford, como era previsible, lo caga con los copyrights. Solnit contrapone en su libro las analogías entre el ferrocarril y la fotografía. Sugiere que el trabajo de Muybridge preparó en cierta medida al público para la aparición del cine, pero que la contribución mayor a esa experiencia fue dada de hecho por el ferrocarril, y que la esencia del espectador de cine nace viajando en tren, viendo el movimiento a través de la ventanilla.

La década de 1880 encuentra a Muybridge viajando por el mundo dando conferencias y haciendo demostraciones, y en 1888 tiene un promocionado encuentro con Edison, cuyo kinetoscopio por venir está claramente en deuda con las invenciones de Muybridge. Cuando George Eastman inaugura al poco tiempo el uso del film de celuloide, las técnicas y métodos artesanales de Muybridge quedan reducidos a un mero anacronismo. Al final de su vida Muybridge se reinstala en su Kingston upon Thames natal y llega a ver en vida las películas de cinematógrafo de los Lumière. Muere de un cáncer de próstata en 1904.

1. “River of Shadows”: Eadweard Muybridge and the Technological Wild West, Rebecca Solnit, Penguin Books 2003.

Koger Roza / Copyleft 2018