FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2016 (10): A QUIET PASSION

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2016 (10): A QUIET PASSION

por - Críticas, Festivales
20 Nov, 2016 04:10 | Sin comentarios

dickinson-jpg-crop_-promo-xlarge2-696x496-jpeg-pagespeed-ce-0wmbm4l_5a EL ALMA DE LA ESCRITURA

Por Roger Koza

En una de las tantas discusiones entre Emily Dickinson y su padre, la poetisa defiende el derecho de poseer su alma frente al clamor del padre, que entiende, más allá de su moderado estilo de librepensador, que el alma pertenece a Dios. Dickinson da sus razones con la vehemencia habitual y con el inconfundible modo de argumentación característico de los anglosajones (quizás más inglés que estadounidense; Davies también escribió el guión).

A Quiet Passion, Terence Davies, Reino Unido-Bélgica, 2016

El alma puede ser entendida aquí literal o metafóricamente. El religioso cree que anida incorpóreamente en la materia de su cuerpo; el incrédulo ve ahí una palabra heredada con la que se expresa la composición de su propio yo. “¡El ateísmo hay que mantenerlo lejos de casa!”, afirma un personaje. En el film la escritora oscila entre esas dos posturas, pero no Davies, que se ciñe a registrar la intersección entre la biografía y la poesía, lo que se evidencia en cada fragmento pronunciado en off de las rimas de Dickinson.

Esa disputa por la soberanía del alma no es menor para alguien dedicado a las letras. Se escribe siempre en el marco de una tradición, en conformidad o disidencia, y en el caso de Dickinson ese imaginario combate tiene un plus que hoy puede resultar anacrónico: ella pertenece a una minoría, es una mujer, y el orbe decimonónico de las letras lo dominan los hombres. El hermoso pasaje en el que la escritora le pide permiso a su padre para escribir de las 3 de la mañana hasta el amanecer es bastante más que una anécdota fidedigna de una peculiar necesidad de establecer condiciones ideales para la creación artística. Allí están las marcas del tiempo, como también se adivina en la omisión del nombre de un poema en la primera publicación de Dickinson en el diario local. El anonimato es el equivalente a ser una autora.

A Quiet Passion empieza en el momento en que Dickinson culmina su educación y tiene que elegir un destino. Los geométricos planos generales con los que Davies presenta a su personaje en contraposición a la autoridad educativa y al resto del alumnado femenino son magníficos y reveladores: el destino de la escritora, más allá de que estará siempre cerca de su familia, es la soledad. En efecto, el confinamiento doméstico es el precio que pagará para escribir a su manera. Esto no se dice, pero se ve. El único momento de deseo de estar con otro también se ve. Davies escenifica una austera fantasía erótica de la escritora. Un plano fijo de una puerta cerrada se abre inesperadamente y un travelling avanza sobre el cuerpo de la escritora mientras suena un tema musical de John Harle. Tal vez un amante la visite. Una secuencia de Davies por excelencia.

Davies tiene la ostensible virtud de asir el tiempo de una vida. En A Quiet Passion pasan más de 30 años como si nada. La resolución de la elipsis que va de la juventud a la madurez es decididamente genial, no menos que las fotos fijas con las que Davies introduce la Guerra de Secesión; el tiempo de una vida siempre participa de una página de la Historia.

El cine de Terence Davies es intempestivo. La gran tradición clásica vibra todavía en sus películas, pero él filma en nuestro tiempo, en el que ocupa un lugar enigmático.

Roger Koza / Copyleft 2016