FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN 2011 (2)

FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN 2011 (2)

por - Críticas, Festivales
25 Sep, 2011 05:06 | comentarios

LOS CONCHUDOS

Todos los ganadores

Por Roger Koza

En San Sebastián, es un hecho, hay tiempo libre. Jonathan Rosenbaum, merecido presidente del jurado de la competencia Nuevos directores, tenía un tiempo libre por la mañana. Asi fue que nos encontramos a las 11am enfrente del “Palais” conocido como el Kursaal, al lado del mar, y nos fuimos a caminar un rato. Después tomamos un café, visitamos una librería y almorzamos. Como siempre sucede con Jonathan, nuestros diálogos reproducen una lógica digital de apertura constante de ventanas, como si la conversación fuera obligada a ser rizomática, como si se tratara de una navegación por la web. Sospecho que hay algo en el tipo de asociaciones que dominan el cerebro de Jonathan que remite un poco al ejercicio cognitivo que predomina en quienes la internet es un territorio simbólico extensivo de la identidad.

Hablamos de Mallick y su última película: los dos somos admiradores de las dos primeras (Malas tierras y Días de gloria), no tanto de la Delgada línea roja, detractores de Nuevo mundo y escépticos de su último film, El árbol de la vida, ganador de la Palma de oro en Cannes en mayo de este año. En verdad, pienso que los primeros 70 minutos iniciales del nuevo film son extraordinarios, pero luego una espantosa estética y reduccionista metafísica New Age fagocitan la belleza y la libertad del inicio. Así las cosas, el film menos narrativo del año salido de Hollywood fue uno de nuestros tópicos.

También hablamos sobre Drive (Jonathan la detesta), Albert Brooks, Adrian Martin y su nuevo proyecto editorial llamado Lola, la deliberación abierta y pública del jurado en Bariloche, de la Viennale, de San Sebastián y finalmente de Bela Tarr. Jonathan, me cuenta, vio tres veces El caballo de Turín, probablemente la última película del húngaro, pues “Bela dice haberse retirado”. Jonathan agrega: “En verdad odia el cine”. Jonathan, quien es muy amigo del responsable de esa obra magistral llamada Satantango, dice que Tarr piensa abrir una escuela de cine en Budapest y quiere que Jonathan dé un curso de cine clásico americano. No está claro si le pagarán o si tendrá que pagar para dar clases. Bela es un tipo extraño, y según Jonathan, “un hombre cálido”.

Jonathan adora las anécdotas. “Una vez –me dice- Bela estaba en Chicago debido a una conferencia sobre su cine. No faltaba mucho para que empezara cuando me dice que no podía quedarse, pues había surgido algo terrible en Hungría y tenía que volver en lo inmediato”. Una revelación curiosa, secretamente conmovedora: “Había muerto el gato de Bela”. Así, el cineasta, el mismo que en público parece ser un verdadero misántropo, consideraba este asunto como incuestionablemente grave. Tarr volvió a su país de origen. “Es un hombre cálido”, dice Jonathan (lo mismo se podría decir de Jonathan).

Jonathan Rosenbaum (a la izquierda)

 No vi la película alemana que Jonathan y otros miembros de su jurado premiaron: El río solía ser un hombre, de Jan Zabeil; el título me gusta, suena bien. Habrá que verla. Me cuenta que la deliberación, a diferencia del jurado de la competencia mayor que discutió por 5 horas, no llevó más de una hora.

En mi primer día en San Sebastián me crucé con Pablo Giorgellí, el director de Las acacias. Lo conocí el 4 de enero de este año en La Cumbre, a través de un amigo en común, el interesantísimo cineasta alemán Philpp Hartmann. En aquella ocasión, Giorgelli no podía ni siquiera intuir que el 2011 habría de ser el año de su vida, al menos en materia cinematográfica. Primero, la Cámara de Oro en Cannes, ahora el premio principal de Horizontes latinos, una competencia central en el diseño de festival de San Sebastián. En efecto, Las acacias, que solamente se vio en el país en el Festival Nacional de Cine y Video Río Negro Proyecta, y en donde no logró el beneplácito del jurado, pero sí la aceptación del público, se estrenará a mediados de noviembre en Argentina. El desafío será verla más allá de los premios, mirarla como una ópera prima en la que se puede constatar trabajo y compromiso en cada uno de sus planos. En Bariloche, inesperadamente, Las acacias encontró por primera vez resistencias; personalmente, la he defendido, tal vez porque mi encuentro con el film fue previo a sus reconocimientos en festivales. Será una película discutida, a pesar de su sencillez narrativa ostensible que se sostiene en un sólido trabajo de montaje.

Póster de Las acacias

La gran ganadora de esta edición fue Los pasos dobles, el film devenir de Isaki Lakuesta. Excentricidad para la competencia y rareza impasable para la prensa española, a la película ganadora se le acusa de ser incomprensible. En verdad, muchos acreditados parecen no comprender ni la película, ni la decisión del jurado en premiarla, al menos así parecía en la conferencia de prensa. La primera pregunta ya parecía una objeción corporativa, y su traducción ideológica más precisa sería la siguiente: “No se da cuenta que se consagró una película que nadie entiende”. Lakuesta respondió muy bien, sin petulancia y con moderada alegría: “La película se entenderá”.

Es que se trata de un premio extraño, radical, a contramano para este festival que acostumbra a dosificar lo heterogéneo y que en la misma competencia presenta filmes españoles que todo el mundo entiende, como La voz dormida, cuya actriz, María León, se llevó el galardón a la mejor actriz, un verdadero despropósito si se examina con cuidado. Su composición de una mujer inocente, si se quiere simplona y simpática, cuya hermana reside en una prisión en tiempo de Francos, indiferente en un principio a la política, hasta que paulatinamente cambiará su perspectiva, es como mínimo un estereotipo; un poco como la misma película, políticamente correcta, predecible, un clisé del cine de la memoria y la evocación del heroísmo ciudadano. La actriz de este film académico, cuyo valor didáctico y humanista podrá obtener el reconocimiento del público, pertenece al universo de las estrellas que tanto amor produce en algunos. Ni bien se compara su trabajo con el de las tres mujeres que articulan el relato de Sangue do meu sangue, la gran película portuguesa de la competencia, por momentos extraordinaria y virtuosa, de Joao Canijo, es incomprensible la decisión del jurado, aunque que quizás la explicación habría que encontrarla en el sistema de compensaciones que suele dominar la racionalidad de los facultados. Lamentablemente, el experimento Río Negro no llegó todavía a Donostia; aquí, los jurados deliberan en privado.

Los pasos perdidos

Los pasos perdidos empieza con un par de cachetazos y una pregunta que se repite: “¿Cómo te llamas? Con la jeta enrojecida un posible François Augiéras (negro) responde: “Un día te mataré”. Luego, unos hombres forman circularmente (o bailan) con unos bastones en sus espaldas mientras que un superior los arenga: “Somos uno” grita, repite e insiste. La secuencia parece pertenecer a Bella tarea, de Claire Denis, pero sin tanto esmero coreográfico y ascetismo. En una escena cercana, los mismos hombres se dejan caer al vacío mientras que un compañero recibe el peso y detienen el impacto de la caída. Esta versión de Augiéras, que después tendrá otro nombre, ya no francés sino árabe, será castigado por su tío cuando deje caer a uno de sus compañeros. De todo eso surgirá un viaje iniciático, cómico, incomprensible, poético.

Al inicio se pueden leer unos títulos de presentación. Se habla del pintor, de su deseo de realizar una obra a la que se compara con la Capilla Sixtina, situada en un búnker militar que se hundió en la arena. En el futuro, en este siglo, dice el texto, alguien lo descubrirá. También se podrá ver a un pintor, Miquel Barceló; en el inicio, tal vez reconstruyendo la obra de Augiéras, luego pintando, lo que será de importancia, pues existe un orden de continuidad entre el registro cinematográfico y la pintura de Barceló que puede apreciarse en varios pasajes. El montaje, de hecho, funcionará como un juego de espejos, al igual que el relato lúdico y lúcido que ordena la película: el viaje de Augiéras se intercalará con una expedición para localizar la obra perdida del pintor y la de Barceló, a quien se lo suele ver simplemente trabajando con sus pinturas.

¿Qué más decir? Augiéras tendrá una novia, se convertirá en místico, andará con una pandilla que en vez de caballos montan motocicletas e intentará responder durante toda la película un acertijo: “¿cuál es la única cosa que al compartirla se destruye?” La respuesta llegará a menos de un segundo del final, pero los interrogantes más vitales permanecerán abiertos.

En efecto, esta película inclasificable, a veces western, otras comedia, casi siempre una película de aventuras, y en forma dispersa pero verificable, un ensayo libre y poético sobre el mito, vuelve sobre un tema que parece atravesar toda la obra de Lakuesta: la contingencia de la identidad y su correlato inmediato y necesario, la construcción, a través de la ficción, de lo real. Desde Cravan vs Cravan, Lakuesta ya insistía con el fenómeno del doble, la repetición y la diferencia; aquí, la idea del paso doble implica una política de la identidad: mimesis, disfraz, máscara, devenir. No dejar huellas es insistir en un concepto de identidad voluble. Así, el ritmo cambiante y los cambios de registro son propios de un principio discreto de incertidumbre siempre presente. No se trata de una desconfianza sobre lo real; más bien de una certeza sobre cómo la realidad está constitutivamente abierta. Hay una escena en donde unos exploradores parecen haber encontrado una pinturas rupestres. ¿Son pinturas prehistóricas, primitivas? Habrá una sorpresa inesperada que podrá en duda su veracidad. De este tipo de inestabilidad epistemológica, la película respira y pone en marcha su filosofía. En realidad, la película de Lakuesta que anticipa a ésta es su pequeño homenaje a Chris Marker: Las variaciones Marker. Aquel viaje por los fotogramas de Marker, organizado por un texto magnífico, se retoma aquí bajo materiales propios.

Hay escenas magníficas: Augiéras subirá a un árbol y vivirá en él por un tiempo, una alusión tal vez a los padres del desierto, los primeros religiosos delirantes de la cristiandad. Rápidamente, la proeza metafísica atraerá a los mortales. Los seguidores nacerán, pero él los despedirá. No mucho después, unos hombres árboles bailarán en su nombre, pero ya sin devoción. Este momento Monty Phyton finalizará con una meditación sobre la desolación que se siente cuando uno hace el amor con alguien a quien no ama. Un cabra será testigo, y tal vez el fuera de campo sugiera zoofilia, pero el remate de este pasaje delirante induce a pensar en algo menos salvaje y desafiante.

Lakuesta

La sexualidad, de todos modos, estará implícita en dos ocasiones: al inicio, entre Augiéras y una bellísima mujer, y luego, en una escena conmovedora en donde Augiéras y una especie de negro albino jugarán a tocarse. Si bien nada explícito sucede, es un instante lúdico e implícitamente erótico, en el que la homosexualidad de Augiéras es palpable y aludida, a pesar de que la lectura sexual respecto de la escena no se predica enteramente de lo que sí puede verse. Rara vez, vemos a los hombres jugar; tocarse entre hombres parece sospechoso.

Esta aventura de Lakuesta por los desiertos de África, por los territorios de los Dogón y su fascinante arquitectura, este paso por el mito, la estética, la pintura y los géneros cinematográficos  podrá ser tildado, por el impaciente y el injusto, de ridículo y caótico, incluso de infantil y paternalista. Los adjetivos descalificativos están siempre al alcance de la mano, y ya se ha decretado: la película no se entiende. Es que filmar metamorfosis, convocar lo inconcluso, pintar la existencia desbordada, guiado por el fervor dionisíaco de un cineasta que no parece temer al desafío, resulta incómodo e intempestivo, incluso ante compatriotas autoconscientes y orgullosos de su hedonismo (de billetera). Una película feliz y libre, sin duda imperfecta y ligera, se desmarca entonces del academicismo, la publicidad y el espíritu de gravedad que muchas veces sobrevuela al cine español contemporáneo. La noticia del día no puede ser otra cosa que un film que nadie entiende.

Roger Koza / Copyleft 2011