FESTIVAL DE CANNES 2012 (08): LOS ISLEÑOS DE LA NADA

FESTIVAL DE CANNES 2012 (08): LOS ISLEÑOS DE LA NADA

por - Críticas
22 May, 2012 02:15 | Sin comentarios

Por Roger Koza

Mi impresión es que la Quincena de los Realizadores, la mítica sección nacida del Mayo Francés, ahora dirigida por Edouard Waintrop, ha mejorado respecto de los dos años anteriores (la era dorada de Peré se mudó a Locarno). Ya  no se insiste con películas de género, algunas al borde de lo ridículo y lo amateur (en el peor de los sentidos), sino en un cine de emociones. Sinceramente, no tengo la menor idea de qué se quiere decir con eso (como tampoco cuando se cree que en un fotograma asoma el éter y las energías numinosas del universo). Al ver Infancia clandestina en esa sección me di cuenta que si hoy estuviéramos hace 3 años atrás, El secreto de mis ojos bien podría haber sido parte de la Quincena. Creo que es eso lo que se quiere decir con sentimientos. De ser así, no es el mejor camino a seguir. Esta fue siempre la sección de la vanguardia. Lo que sí sé es que en Quincena no habrá este año película más radical que Fogo. Frente al devenir pop de los festivales esta película es por aquí un acorde de Lygeti.

Los títulos de las películas de Olaizola son una cifra de su cine. La intersección de dos calles del Distrito Federal con nombres de escritores, Shakespeare y Víctor Hugo, bautizaba su primer film; una locación era mucho más que un paraje cualquiera, pues el lugar definía las coordenadas simbólicas de aquel extraordinario documental heterodoxo. En Paraísos artificiales, una vez más, una topografía específica (Tuxtlas, Veracruz) establecía una concepción de puesta en escena y un contexto para que su personaje principal, tal vez, pudiera superar una adicción. Lo que importaba en esa ficción (de naturaleza documental) pasaba por los pobladores y su experiencia delimitada por una naturaleza supuestamente paradisíaca pero indiferente al bienestar de los hombres. En Fogo, el nombre de una isla ubicada al noroeste de Newfoundland, Canadá, geografía inhóspita y paisaje infinitamente misterioso, el territorio elegido para filmar vuelve a dictar un conjunto de escenas y un relato tan mínimo como universal. Olaizola, como los buenos arquitectos, es primero una buena intérprete de un territorio, después escribe, filma, construye. Geografía, imaginación e imagen.

Los primeros tres planos permiten visualizar un ecosistema, una superficie, un hábitat. En pocos minutos, un hombre golpea una puerta de una casa y anuncia: “El último ferry sale pasado mañana”. En menos de 10 minutos ya sabemos todo: Norm, como algunos otros habitantes de Fogo, tiene que tomar una decisión. Su padre se quedará; Broaders, un amigo, también, ya que cuidar a su madre y sus perros es suficiente. Es evidente que subsistir en la isla no es sencillo. Las casas parecen estar doblegadas por la fuerza de gravedad, las condiciones atmosféricas son inclementes y forjar una economía parece imposible; dadas esas circunstancias, los hombres viven en una suerte de grado cero de existencia, y aun así el sentido de arraigo y de pertenencia es más poderoso que una posible inmigración hacia un mundo más amable. Olaizola tan sólo registra la noble resistencia de los pobladores. Beber, cantar, caminar con un amigo, jugar con las mascotas, preparar y prender el fuego, acciones desprovistas de trascendencia, adquieren aquí luminosidad y dignidad, reveladas por una directora obsesionada por encontrar el encuadre justo y dispuesta a esperar el gesto y la expresión exactos de sus personajes.

Y está la isla casi desierta, la secreta y ubicua estrella solitaria del film, esa geografía esencial para la literatura y el cine, el revés dialéctico de la civilización, ahí donde los hombres creen empezar de nuevo o simplemente confrontan con la desnudez de sus orígenes y su destino.

Roger Koza / Copyleft 2012