FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE VALDIVIA (06): LÉON Y NAVAS

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE VALDIVIA (06): LÉON Y NAVAS

por - Festivales
12 Oct, 2020 11:51 | Sin comentarios
Una película notable y otra que no desentona con la primera. De lo mejor de la competencia, el film de León, y el de Navas no muy lejos de este.

EL LUGAR DEL TIEMPO

Las muertes suelen ser estímulos invencibles para empezar a contar y poner en funcionamiento la maquinaria de todo relato que no es otra que la de la memoria. Cuando la madre de los hermanos Léon muere deja una valija que, como una caja de Pandora extraña y personal, no solo pone en escena interrogantes diversos, sino que además es el inicio de un viaje íntimo y social que los hermanos emprenderán. Ese viaje no es de ellos. Es para todos.

Reconstruir una vida privada es en este caso tan difícil como reconstruir la Historia. Las fotos, los documentos, los diarios íntimos son algunos de los materiales con los que el director y su hermano trabajan, pero lo más interesante es el devenir diario de ese viaje que los lleva a encontrarse o reencontrarse con pequeñas historias que se replican a sí mismas en una infinitud de relatos similares. 

La historia de la familia Léon es justamente eso que no está en la historia cronológica. Los vacíos, los huecos, los silencios son usinas de información que los hermanos intentarán completar y reconstruir mientras cenan, desayunan o almuerzan con conocidos y desconocidos, buscando datos y siguiendo pistas. Entre vodka y vodka, entre sonrisas cómplices, se inscriben ellos mismos en la maquinaria de una historia imposible: una familia que busca un espacio donde vivir y que busca un lugar donde finalmente residir; los hermanos terminan también viajando constantemente implicándose en ese relato viajero interminable. 

Más allá de la dimensión personal de cada uno de los personajes de la película importa la dimensión social e histórica de cada uno de ellos. Cada testimonio, cada documento, cada foto no solo aporta datos sino que interroga aún más una historia secreta pasada que tiene aún una presencia central en la actualidad. Ese pasado que definitivamente no van a poder reconstruir, se proyecta en un presente donde el miedo es un poco más que una sensación, como también sucede con la censura y la represión: que estén vigentes no es una mera sensación. «La memoria está inscripta en los genes», dice un personaje en algún momento de la película, y esa memoria es privada y pública, íntima y social. Los Léon son hijos del siglo XX que aún sigue presente entre nosotros.

Dos hermanos, Pierre y Vladimir, inician un viaje para buscar la identidad de su pasado familiar. La pregunta que los motiva, en primera instancia, es entender si sus abuelos rusos fueron espías y si trabajaron para los servicios secretos soviéticos. De ahí, el viaje – y más aún en este presente tan inmóvil y en el que estamos aislados – se vuelve un viaje de conocimiento familiar y social, desplazamiento íntimo para los hermanos que se pierden en callejones sin salida, pernoctan en hoteles hostiles, se emborrachan y buscan aquello que finalmente no encontrarán. Poco importa, porque el viaje es lo que aquí se impone. La información que necesitan es justamente la que la Historia oficial borra, esconde, fragmenta, niega. 

Mes chers espions es una maravilla: narrada con la elegancia de un cuento de otro siglo sorprende por su dinámica y también por la puesta en escena precisa, suficientes logros para conmover con las mejores armas. Es que con esos hermanos como guías del viaje, quienes intentan entender la dinámica del pasado que los condiciona y que, dolorosamente, sigue inscribiéndose en el presente, uno se siente parte de la familia y un participante más del viaje.

II

Filmada con cámara en mano, la segunda película de Clarisa Navas confirma no solo la fidelidad y la coherencia de una directora sino su impulso vital para contar un presente diverso y aún algo prejucioso.

En Las mil y una el protagonista central es el espacio; el barrio periférico de Corrientes llamado Las mil casas, abandonado por décadas de desidia, se recorta con sus particularidades, sus huecos, relieves, zonas claras y oscuras, diferentes alturas, escaleras cercenadas; se trata de un espacio laberíntico donde diferentes subjetividades se desarrollan, viven, permanecen, se apropian y se relacionan. Dichas subjetividades inscriben a la película en una dimensión personal, íntima y profunda y a la vez se trasforman en colectivos, ya sea por su condición social, sexual o laboral. La complejidad del espacio, desde lo arquitectónico y desde lo social, alberga también complejas relaciones entre estas chicas y chicos.

Las mil y una no es nada más ni nada menos que una historia de amor entre chicas, Iris y Renata. Se conocen, se desean, se buscan, se encuentran y desencuentran en el deseo de los cuerpos amorosos pero también necesitan escapar de la soledad que juega dialécticamente en el relato, porque siempre acompañan, de lejos o de cerca el derrotero del deseo de las chicas, una proliferación de personajes secundarios. Navas explora el recorrido de todas las voces y los cuerpos de esa comunidad juvenil inserta en una realidad muy compleja; en ese sentido el relato siempre es permeable a las dificultades del presente, demasiado doloroso, demasiado desigual, en el que aún anidan los prejuicios.

Uno de los grandes logros estéticos de la película, entre muchos otros, es el uso del fuera de campo. Aquello que no vemos y que intuimos que sucede es determinante. Los pibes y pibas recorren largos pasillos, vistos a menudo como si se escondieran detrás de las paredes destruidas; pueden aparecen entre escaleras y terminar en sitios desconocidos; en lo que no se ve se siente algo impredecible. Lo que sí es muy visible es la belleza espacial, en Las mil y una, la que reside en las formas imperfectas de toda la vecindad, con sus desvíos y escamoteos. Esto es auxiliado por un trabajo sobre el sonido de lo urbano que complejiza el sentido laberintico del lugar y suele completar aquello que no vemos y añadir otras significaciones. 

Todo el film se asienta en un empleo estético del espacio comunitario, donde las subjetividades se mezclan en la insistencia del deseo y resisten la hostilidad de los prejuicios y la brusquedad del mundo circundante. Sobre el final una maravillosa y dolorosa elipsis desde la terraza de un departamento devela otro espacio, lejano, tal vez demasiado distante, y quizás inalcanzable, donde ni siquiera los caballos que pasan por ahí en algún momento pueden escapar. 

***

Sección: Competencia internacional 

Mes chers espions, Vladimir Léon, Francia, 2020

Las mil y una, Clarisa Navas, Argentina-Alemania, 2020

Marcela Gamberini / Copyleft 2020

FIC VALDIVIA 2020:

1.Chiha, Ruiz y Piñeiro (leer aquí)

2. Sotomayor y Simón (leer aquí)

3. Mondaca y Warnell (leer aquí)

4. Carreño Gajardo y Pagliai (leer aquí)

5. Bermejo y Giménez (leer aquí)