DIARIO DISCRETO (1)

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por - Festivales
02 Sep, 2010 08:02 | comentarios

FESTIVAL NACIONAL DE CINE Y VIDEO RIO NEGRO PROYECTA

Por Roger Alan Koza

La segunda edición del Festival Nacional de Cine y Video Río Negro Proyecta ha comenzado. La fiesta inaugural fue extraña. La intrusión de un orden que poco tiene que ver con el cine hizo su aparición. Suele ocurrir en casi todos los festivales.

No obstante, el cine se impuso paulatinamente, una vez que empezó a rodar el último cortometraje de Israel Adrian Caetano. Así, El héroe al que nadie quiso introdujo otro orden, o más bien distendió una colisión entre el cine y el espectáculo (o entre la política de la imagen y la imagen como política).

Esencialmente, el cortometraje de Caetano, funciona como una contrahistoria lúdica:  dos niños tienen que llevar adelante un proyecto escolar vinculado con el Bicentenario. Estos niños que parecen salidos de una primaria bressoniana, les toca una batalla menor en la que sólo hubo un muerto. El resto de sus compañeros presentan grandes batallas de la historia, y lo hacen en mejores condiciones de representación. Caetano se vale de esta anécdota para desmarcarse de una tradición solemne con la que se aprende y se piensa la historia, pero al apostar al humor  y al ser fiel al universo infantil (la profesora permanece en fuera de campo en toda la película) consigue dos cosas: conjurar una experiencia exterior con el acontecimiento histórico y cuestionar el aprendizaje histórico centrado en las guerras. Es un film político misteriosamente para niños.

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Pero el cine también brilló en Bariloche antes de que todo empezara. Conocer y verlo trabajar a Osvaldo Navarro fue un verdadero privilegio. Osvaldo, un hombre ya jubilado, es una eminencia en la provincia de Córdoba (y he descubierto que también lo es en el Sur).

El último de los proyectoristas de oficio establece una relación con los proyectores que pertenece casi al orden del animismo. Un proyector es un ente, una máquina de luz que proyecta fantasmas materiales. Él y su ayudante Nelson Álvarez, a través del trabajo, restituyen un lugar del cine en el que éste no es un mero espectáculo o una cuestión de estrellas. En efecto, ellos dan cuenta de un modo de amar al cine poco conocido y transitado. No se ama ni la forma cinematográfica, ni los relatos posibles, sino la mismísima condición material del cine.  ¿Un pragmatismo superior? El placer extremo de Nelson y Osvaldo parece residir en el sonido de una máquina capaz de dar movimiento y vida a los fotogramas, esas fotos inanimadas que trasmutan en una entidad fantasmal.

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En Bariloche pasamos Independencia, de Raya Martin. Una de las 6 películas que no son argentinas.  Esto escribí en La Voz del Interior hace una semana:

¿Cómo filmar la resistencia y la soberanía? ¿Cómo filmar la vida avasallada por el extranjero, ese invasor multifacético que habla español, inglés y luego japonés? El joven Raya Martin, con sólo 26 años, parece tener una respuesta.

En un principio fue su ópera prima, Una película corta sobre el Indio Nacional. En esa ocasión, Martin encaraba otro relato de independencia, en el que el colono español ocupaba el lugar del malvado. Luego hizo un par de películas, y ahora llega Independencia, segunda parte de una trilogía sobre la historia de Filipinas, una obra madura y jovial, moderna y prístina, un filme políticamente lúcido y estéticamente singular, cuyo relato casi familiar y generacional, que por momentos parece un sueño, tiene como pesadilla estelar a los estadounidenses.

Todo empieza en una fiesta. Los filipinos cantan, bailan, beben, hasta que un sonido interrumpe la alegría colectiva. “¿Son ellos?”. La invasión se avecina, y una madre y su hijo mayor se van a vivir a la jungla. Encontrarán una choza, cultivarán la tierra, quizás el joven cazará. En algún momento, él encontrará una mujer en una de sus expediciones. Ha sido violada por un soldado enemigo. Más tarde, formarán una familia, y tendrán un hijo. ¿De quién es el primogénito? Bastará con observar bien para saber la respuesta. Y algún día, los “hijos” de la nación de Roosevelt, liderados por el general Arthur MacArthur, arrasarán. Ni en la lejanía de una selva existe el sosiego.

El procedimiento estético de Martin es genial: adopta la forma cinematográfica del conquistador correspondiente a la época de la invasión (primera década del siglo pasado), pero en su apropiación inventa una forma que se desmarca del lenguaje del amo. Parece un filme de Murnau o Flaherty, aunque la selva es un estudio. Los sonidos y la luz intensifican los planos fijos predominantes; el artificio de una tormenta simboliza la llegada del ejército enemigo. Así, Martin improvisa y materializa un expresionismo de resistencia. En el artificio y su forma descubre su propio lenguaje, su modo de expresión.

En el epílogo, un personaje tomará una decisión inesperada. Lo que el colono no puede administrar es la propia vida. Es un gesto mínimo de autodeterminación. Allí empieza la nación, y quizás la libertad.

Fotos: 1) O. Navarro; 2) Independencia.

RogerAlan Koza / Copyleft 2010