CRÍMENES DEL FUTURO / CRIMES OF THE FUTURE

CRÍMENES DEL FUTURO / CRIMES OF THE FUTURE

por - Críticas
20 Jul, 2022 10:23 | comentarios
Notable película del cineasta canadiense sobre el cuerpo sin alma.

LO QUE VENDRÁ

En 1957 Charles Chaplin hizo una película genial: Un rey en Nueva York. En esa comedia tardía y filosófica, como las otras películas de Chaplin del período final, hay uno de los primeros gags sobre el inicio de una nueva obsesión cultural investida en la cirugía estética: el detenimiento del paso del tiempo en el rostro. El rey que interpreta pasa por el quirófano, su cara rejuvenece en pocos minutos, le cuesta reconocerse y cuando comienza a habituarse a su nuevo semblante, en un show humorístico, debe contener la carcajada como sea porque las costuras de la cara todavía están débiles y toda su cara puede desplomarse. La escena y su conclusión es genial. No menos genial es la totalidad de Crímenes del futuro, algo así como un film noir filosófico en el que la cirugía ya no consiste en conjurar el envejecimiento sino en una estética de la decadencia. Si en el film de Chaplin ya se insinuaba lúdicamente la plasticidad de la identidad, en el de Cronenberg es la especie la que está sujeta a un futuro donde el diseño puede resignificar qué se entiende por lo orgánico y su relación con lo que se llama “humano”. No es una materia novedosa en Cronenberg, pero en esta última ficción especulativa todas sus obsesiones están integradas en un todo coherente y se perciben como nunca.

La secuencia inicial es distintiva. Un travelling hacia atrás permite observar un barco encallado hasta que entra en cuadro un niño jugando a la orilla del mar. La luz natural se impone en el plano, el fulgor es ostensible. En esa mañana hermosa, la madre de la criatura le recuerda que no tiene que comer nada, una indicación que dista de ser dietética. Es el único plano en el que nuestro mundo se parece al mundo de la película. En menos de dos minutos, la eventual felicidad discreta de ese inicio es perturbada por la voracidad con la que el mismo niño devora a escondidas en el baño un cesto de plástico. Algo terrible sucede después, pero en ese breve manjar inorgánico se cifra todo el dilema filosófico que empuja al relato: la transformación del metabolismo.

Como sucedía en las magníficas películas del cine negro estadounidense entre las décadas del 40 al 60 del siglo pasado, la trama intrincada pone en movimiento cuestiones más interesantes que la ejecución de un crimen y los motivos detrás de cada asesinato. El contexto y los personajes despuntaban un orden del mundo mientras el argumento encarnaba en imágenes. En Crímenes del futuro hay varios asesinatos, un informante, un detective que trabaja en una división titulada “Nuevos Vicios”, dos empleados obsesivos de una agencia burocrática aún secreta denominada “Registro Nacional de Órganos”, representantes de una empresa de servicios relacionados con nuevo instrumental orgánico e informático que posibilita la deglución y una célula revolucionaria que ha conseguido metabolizar el plástico como alimento y aboga por esa vía nutricional como evidencia de un salto evolutivo de la especie.

Los dos protagonistas centrales, quienes además constituyen una pareja, son dos artistas performáticos exitosos cuyo número distintivo consiste en extraer del cuerpo de uno de ellos los nuevos órganos que nacen en el interior del estómago y no tiene aún ni clasificación ni función. El show remite vagamente al cuadro de Rembrandt conocido como La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp: acostado en una cápsula, Saul Tenser (Viggo Mortensen) se dispone a que unas extremidades sintéticas que manipulan escalpelos y pinzas atraviesen la carne removiendo los órganos dispersos en el abdomen hasta detectar la nueva maravilla que ha surgido de sus entrañas. A distancia, con un control remoto orgánico entre sus manos, su esposa Caprice (Léa Seydoux) es quien busca el órgano y reacomoda los otros. Mientras tanto, el público observa, entre el asombro y la excitación sexual. En este universo sin tiempo preciso, el sexo es quirúrgico; los orificios de antaño están en desuso, penetrar es hendir la carne, chupar sus pliegues y sentir la humedad de la sangre. Nadie puede reclamarle a Cronenberg falta de imaginación; el cineasta despliega una visión del mundo, tal vez demasiado abstracta, pero no menos real, porque los detalles son concretos y porque el cuerpo no es una especulación, sino la materia ineludible de la existencia. “El cuerpo es la realidad” se lee en un monitor durante el show.

La gran clarividencia de Cronenberg se asienta en la puesta en escena. La dialéctica entre la abstracción filosófica y la física del cuerpo se resuelve enrareciendo el mundo circundante y plasmando en él una realidad inestable. Los exteriores en Crímenes del futuro están trabajados como si no existiese en el espacio una fuga visual. El cielo no es un horizonte abierto. Los planos en contrapicado con los que se registran las calles, un puerto y los edificios borronean la sensación de espacio. Lo abierto del mundo está cerrado. Es un mundo casi muerto cuyo contrapunto es la proliferación de órganos en el interior del cuerpo humano.

Así como no hay registros vitales, tampoco los hay temporales. La situación evolutiva presupone un futuro, pero la indumentaria y la mayoría de los objetos remiten al siglo XX. La cama y la mesa semiorgánicas en las que Saul descansa para aliviar el dolor y también para poder tragar los alimentos son las invenciones más características de la ciencia ficción, pero jamás están integradas a un universo de máquinas ligado al imaginario técnico del presente. En esto, Cronenberg es originalísimo: puede ir hacia adelante sin valerse de lo inmediato, y por eso, en vez de adornar con dispositivos digitales el relato, esboza implantaciones y derivas orgánicas con las que se desmantelan las certezas añejas mediante las cuales todavía hoy se concibe la vida humana. Si el resultado es aterrador e incómodo, se debe a que la estrategia rehúsa el camino transitado por la ciencia ficción del cine contemporáneo absorbida enteramente por el imaginario digital y elimina el detritus que aún pervive de la vieja metafísica occidental, donde existía el cuerpo y el alma. 

Todos los intérpretes están fantásticos, pero lo de Mortensen es superior, como en cada una de las películas de Cronenberg que lo tiene como protagonista. Y si es superlativo es porque no se nota, porque sus gestos son contenidos, como la propia voz ronca que modula su personalidad y que está en consonancia con su incapacidad de tragar; en el sonido de su voz se glosa la fatiga existencial que anida en su interior. Es en ese interior, en el que se originan órganos sin funciones, donde no existe rastro alguno del alma y ningún plus espiritual de otra índole que lo redima. Y, sin embargo, lo que revela el plano final es lo más parecido al éxtasis de un religioso. Es un instante místico prodigado por una hostia de plástico.

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Crimes of the Future, Canadá-Reino Unido-Grecia, 2022.

Escrita y dirigida por David Cronenberg.

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*Publicado en Revista Ñ en el mes de julio 2022.

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Roger Koza / Copyleft 2022

Otro texto sobre el film escrito en el día del estreno mundial en el mes de mayo (leer acá)