FICIC 2014: COSQUÍN, PRIMERAS REFLEXIONES SOBRE UN FESTIVAL PARTICULAR

FICIC 2014: COSQUÍN, PRIMERAS REFLEXIONES SOBRE UN FESTIVAL PARTICULAR

por - Críticas, Festivales
29 May, 2014 02:23 | Sin comentarios
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Mauro

Por Marcela Gamberini

Desde el 7 hasta el 11 de abril, tuve el honor de participar como Jurado de la sección de largos de ficción en el Festival Internacional de Cine de Cosquín. La cuarta edición de este festival fue más que interesante por la calidad de sus películas, por los criterios de selección (anclados en lo estético y en lo ideológico) y por la coherencia y cohesión de las películas de cada sección. El FICIC es un festival pequeño en su propuesta, 16 largometrajes en competencia entre ficción y documentales, 17 cortos también en competencia (que serán comentados a la brevedad), la saludable sección Cortos de escuela y dos agradables y disfrutables propuestas: tres películas rusas aportadas por Fernando Martín Peña que se proyectaron a sala llena y una interesante retrospectiva de John Torres, un realizador filipino joven y talentoso. El FICIC no puede compararse con otro festival de la región, básicamente porque su presupuesto es magro. A esta escasez se le impuso triunfalmente la organización hecha a pulmón de Carla Briasco y de Eduardo Leyrado y un equipo memorable de jóvenes colaboradores unidos en la pasión y el amor al cine. También frente al magro presupuesto sobresale la calidad de las películas, el deseo de los mismos directores de mostrar sus obras, la consistencia de los textos del mini catálogo.

Seguramente, en las ediciones posteriores, podrá este equipo de fierro superar las imperfecciones técnicas en algunas salas que complicaron la visión de algunas películas. Entiendo que la ciudad de Cosquín tal vez, no tenga la infraestructura necesaria para llevar a cabo un festival que, en muchas proyecciones, hizo desbordar las salas. Le resta al equipo ver cómo se soluciona a futuro este inconveniente.

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Tres D

Marca el rumbo de un festival su película inaugural. En este caso el FICIC empieza con la proyección de Tres D de Rosendo Ruiz y no es un acto gratuito. Tres D homenajea a los festivales de cine, a los cineastas, a los críticos y al cine mismo. Es en sí misma una reflexión sobre el acto mismo del cine en todas sus expresiones, el cine como fiesta, como ficción, como documental, el cine en el pensamiento de sus críticos, de sus directores. Haber comenzado así, es una declaración de principios de un festival pequeño pero enorme en sus gestos, un festival fresco y vivo, como la película de Rosendo Ruiz.

Cada una de las películas proyectadas fue acompañada por su director o algún responsable y además fueron presentadas por Roger Koza, el director artístico. La cercanía que se estableció entre las películas, sus responsables y las buenas presentaciones insuflaron al festival de un aire puro, fresco y dinámico que hizo que el público (o sea nosotros, los espectadores) pudiéramos sobre el final de cada proyección establecer un saludable y distendido diálogo.

La competencia de ficción tuvo picos altos, de una calidad incomparable, películas que uno podría arriesgar que van a estar entre las mejores del año. Lo más relevante es que cada una de ellas y todas en su conjunto permiten pensar el cine del presente con sus poéticas, sus temáticas, sus políticas, su modo de estar en el mundo. Esta sección se puede pensar a partir de enlaces, de puntos en común, por ejemplo Mauro de Hernán Roselli y Réimon de Rodrigo Moreno, excelentes ambas, hablan del mundo del trabajo, de la dialéctica de clases, de la relación estrecha y distante entre amo y esclavo, de la moral, de la ética. Ambas hacen hincapié en el montaje, la manera en que unen, juntan, anexan los planos unos con otros. Mauro elige los códigos del realismo más visceral el que va desde la puesta en escena, fundamentalmente trabajando el montaje de corte, extremo, hasta la moral suspendida del protagonista. Réimon trabaja alrededor de cierto esteticismo en las imágenes, hace hincapié en los recorridos de Ramona trabajando la movilidad lenta de la cámara que acaricia a su protagonista, preservándola amorosamente a partir de un montaje que decide privilegiar a su personaje, mostrando sus perfiles, sus andares, sus recorridos.

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Si estoy perdido, no es grave

Si estoy perdido no es grave de Santiago Loza atraviesa el eje del ser y de la representación, interrogándolos, poniéndolos en primer plano, subvirtiéndolos. Sus personajes, entrañables, conjuran una poética que hace que la película se mueva en el orden de la pura sensibilidad. Las voces en off, la invitación inicial al espectador para que acompañe el relato que Loza trabaja con maestría en una secuencia inicial sobre el rio, la chica francesa “interpretando” a Sandro en Por ese palpitar, hacen de la última película de Loza una joyita entrañable y adorable. Esta película transita la misma corriente que El rostro, de Gustavo Fontán, cuando exploran las imágenes haciendo de sus películas verdaderos ensayos poéticos, interrogando el propio estatuto de las imágenes, horadando la ontología del cine. Ambas películas transitan el orden de la sensibilidad, creando una sensación de bienestar. Ninguna de las dos constatan teorías, sino que las interrogan (la narración y el relato como los que estructuran las películas, la ficción y su estatuto, la autonomía de las imágenes, el trabajo del montaje) y devienen en obras actuales y profundas, que dejan ver un presente del cine en crisis.

En Historia del miedo Benjamín Naishtat recrea a partir de estrechas secuencias el miedo, el terror de una clase que se enfrenta con ella misma, en un espejo que deforma y a la vez que la representa. En este caso el código no es la sensibilidad, sino el propio temor a los fantasmas internos, a los otros, al encierro, a la desconfianza. Tal vez la película se ahogue en su propia estructura, cerrada, incómoda, demasiado rígida. Pero finalmente la sensación de miedo es lo que queda, lo que nunca estalla aunque esté siempre presente, dentro o fuera de cuadro. Se puede, aunque sea sólo una hipótesis, coser con un hilo casi invisible, la película de Naishtat con La última película de Peranson y Martin. Lo que se repite en ambas es el lugar de la enunciación, un poco altanero, un poco disonante. Peranson y Martin se proponen hablar sobre el cine, sobre el apocalipsis, sobre los espacios, sobre las culturas precolombinas, sobre la tradición y la memoria; tal vez demasiado para una película que no tiene el encanto ni la seducción necesaria.

Atlántida de María Inés Barrionuevo es efectivamente otra película sobre adolescentes, factor que no es para nada negativo; lo mismo pasa con Club Sándwich del mexicano Fernando Eimbcke. Sin embargo, ambas suman un plus al tema, sobrevuelan la adolescencia con estilo, ternura y estableciendo un lazo amoroso y comprensivo con sus protagonistas. Barrionuevo adopta algunas decisiones formales que hacen que su película supere la media, instalando en ese dúo de hermanas, enyesadas, carismáticas, dubitativas como las abejas del panal, a punto de convertirse en adultas que están en constante tensión con el deseo sexual que a la vez articula la película. También este deseo es el que forma la columna vertebral de Club Sándwich, donde esa madre asiste y acompaña con estupor, ternura y sonrisas al crecimiento de su hijo. El código del absurdo en las tramas de Eimbcke ya es natural y lo trabaja con cierta soltura.

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El escarabajo de oro

El escarabajo de oro de Alejo Moguiliansky y Fia-Stina Sandlund, se cruza con muchas de las películas mencionadas en el placer que destilan, la empatía que crece a medida que se agolpan los relatos, atropellándose unos con otros, diciéndose y desdiciéndose, mezclando traiciones con mujeres, hombres con secretos, búsqueda de tesoros con bebés. El escarabajo de oro es Poe, pero también es Stevenson, y también es la historia argentina, es la excusión a los ranqueles de Mansilla, el relato viajero de Sarmiento, es en definitiva el goce por la narración misma, como si los personajes se pusieran la ropa de Sherezade. Como la película de Loza y la de Fontán, aunque parezcan a simple vista antagónicas y opuestas, éstas establecen con El escarabajo una fuerte tensión entre parecer, ser, representar, interpretar. La película de Moguiliansky recupera el trabajo en equipo, la solidez de un conjunto de técnicos, directores, productores, actores que son todos intercambiables como en un juego infantil de roles; estableciendo que la única manera de trabajar, la única forma de hacer una película es en equipo y en esto se emparenta también con Réimon de Moreno.

Lecturas y recorridos que dan coherencia a una programación es un gran mérito del Festival. Provocar al pensamiento, crear nexos y lazos entre las películas, mantenerlas vivas en las palabras de sus responsables. Que las películas convivan entre ellas con amabilidad y generosidad es un gesto a destacar que compartieron directores, programadores, críticos, responsables y en definitiva que sintieron (y sentimos) los espectadores. (continuará)

Marcela Gamberini / Copyleft 2014