CANNES 2011 (04): LOS BUENOS

CANNES 2011 (04): LOS BUENOS

por - Críticas, Festivales
15 May, 2011 09:15 | Sin comentarios
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Guediguián

Cannes sigue su curso. Los días pasan, las películas tienen su premiére mundial, se escribe sobre ellas, no tanto se discute y mientras tanto toda la industria del cine, aquí presente, establece algunos parámetros de lo que se verá a lo largo del año.

Por ahora, el favorito es Nani Moretti, ovacionado en las respectivas funciones de Habemus Papa. No he podido ver la película debido a mis obligaciones de trabajo. Y permítanme aquí una aclaración: la única razón por la cual no puedo seguir la totalidad de las competencias y los films que se exhiben en otras secciones es que sigo una agenda de trabajo que me obliga ver films en el Market de Cannes. De ese modo, termino viendo 6 películas y en cada pausa voy escribiendo para el blog y para el diario. Dicho esto, agrego: no tengo tiempo para revisar los textos; redacto, leo una vez y lo subo. Si hay errores, sepan disculpar.

Vuelvo a Moretti: el único comentario negativo que tuve del film me lo hizo un amigo. Su cuestionamiento pasa por el punto de vista del director. “Can you believe that all Vatican people are cute? A portray like this, at least, is phoney”. Me resulta extraño pensar que Moretti describe la capital de la teología y su praxis como un mundo luminoso y transparente. El otro dato indescifrable es el 1 que recibiera el film por parte de Oliver Pére en una votación que se publica a diario en Micropsia, el blog de Diego Lerer. Sé que veré el film y que escribiré sobre él, pero no sucederá durante mi estadía en Cannes.  En la función de gala de Las nieves de Kilimanjaro, de Rober Guediguián, el gran cinéfilo (así lo definió Frémaux), Nani Moretti, también recibió una ovación.

¿Qué decir de este nuevo film del realizador de Marius y Janette (“han pasado casi 14 años de aquella película”, decía Frémaux)? Inspirada en un poema de Victor Hugo, Cuán buenos son los pobres, la nueva película de Guediguián, como la mayoría de las películas del realizador, transcurre en Marsella. Los actores son los de siempre: su mujer Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darrooussin, Gérard Meylan son los protagonistas, aunque quien haya visto sus películas reconocerá a varios de los intérpretes de este film. Esta modalidad y elección de trabajo beneficia a sus películas por dos razones: en primer lugar, sus relatos traslucen un sentido comunitario, un objetivo que excede al cine y tiene implicancias filosóficas; en segunda instancia, el afecto extradiegético entre los actores y actrices reverbera y define sus ficciones. Si hay algo notable en su nuevo film es el retrato sobre la amistad, una política en sí misma y unos de los puntos fuertes de su filmografía.

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Las nieves de Kilimanjaro

Pero Guediguián parece atrapado en el tiempo: en su película, un líder sindical tiene que despedir a 20 trabajadores de una compañía. El sistema de elección es azaroso y él decide incluir su propio nombre en este sorteo ciego y de naturaleza democrática. Esta decisión, que será luego cuestionada directamente por uno de los damnificados, responde a un posicionamiento ético y una militancia del líder. No es aquí, por cierto, en donde Guediguián resulta anacrónico, pues este ideal no implica aquiescencia alguna sino una voluntad de sobreponer un principio respecto de una conveniencia. El problema es de otro orden, más político que ético.

Michel, admirador de Jean Jaurés y El hombre araña, vive en consecuencia una jubilación anticipada. Su mujer, Marie-Claire, enfermera y ama de casa, al enterarse de la noticia expresa: “No es fácil vivir con un héroe”.  En la fiesta de aniversario de casados, los 19 trabajadores despedidos y amigos cercanos de la pareja festejan. Habrá un regalo: un viaje al África pago y un poco de dinero, además de un comic del único superhéroe proletario, un objeto que tendrá consecuencias diversas y que en el final cumplirá una función ideológica execrable.

Luego, en una cena en la casa de Michel, junto con su esposa y sus mejores amigos, dos hombres encapuchados los atarán, los golpearán y les robarán. Uno de los ladrones es uno de los despedidos, un joven llamado Christophe, quien cuida de sus hermanos menores, pues su madre prefiere tener su propia vida y sus amoríos, y su padre los abandonó hace mucho tiempo atrás. Ni sindicalista, ni militante, la rabia de clase no es una posición sino una imposición del contexto. Michel lo descubrirá y lo denunciará ante la policía. Unos 8 años en la cárcel es el mejor pronóstico. Mientras tanto los chicos quedan solos, los boletos del viaje se recuperan (aunque serán reembolsados) y a la pareja en cuestión le pesará demasiado la intervención de la justicia. Terminarán adoptando a los hermanos menores del ladrón.

En Las nieves de Kilimanjaro (el título remite a una canción) los protagonistas más que conciencia política parecen padecer de una culpa (casi cristiana) que los obliga a un heroísmo sacrificial. El personaje más interesante es precisamente el del ladrón, pues sus objeciones ante Michel en dos oportunidades en la que discuten son atendibles y razonables. En algún pasaje, Michel recitará de memoria un texto de Jaurés en donde se insiste en la secreta coordinación de la intimidad respecto del orden sociopolítico en el que se vive. Esta mención, tendrá una exégesis culposa y mesiánica, y la puesta en escena proclive al kitsch refuerza el sentimentalismo ramplón. En ese sentido, las insólitas elecciones musicales de Guediguián, temas pop y fragmentos de música “culta”, fuerzan a celebrar una épica de la corrección en una imaginario político vetusto, en el que se reconoce en principio el enfrentamiento social y luego se lo supera dialécticamente en pos de una reconciliación sostenida en la virtud moral. La santidad cívica no es equivalente a la coherencia política. Marie-Claire en algún momento dice querer entender porque les robó un compañero de trabajo. La respuesta y la acción concomitante poco tienen que ver con el esclarecimiento de ese hecho sino con un ejercicio de culpa burgués digno para criaturas celestiales.

Las acacias

El único largometraje vernáculo en esta edición es la ópera prima Las acacias, de Pablo Giorgelli, exhibida en la sección Semana de la Crítica, filme que además compite transversalmente por la Cámara de Oro, el premio destinado a las primeras películas. Puede ser una sorpresa ante tantas películas pretensiosas y lobbistas. La gran seducción de Las acacias reside en su honestidad.

El plano inicial es imponente. En un contrapicado virtuoso se ve un bosque majestuoso. De allí sale la madera que el protagonista, Rubén, un camionero que recorre el país, tendrá que llevar desde Paraguay hasta Buenos Aires. Correspondiendo al favor de un amigo, en este viaje, a contramano de sus costumbres, llevará a una mujer llamada Jacinta y a su hija de ocho meses, Anahí. En un principio será una travesía silenciosa, pues la soledad y la parquedad constituyen el carácter de Rubén, que tiene un hijo mayor en Mendoza al que no ve y una hermana a la que le dejará un regalo en una de las paradas de su itinerario, pero ante la pregunta de si tiene familia responde que no.

Lo que en un principio parece una road-movie de Lisandro Alonso matizada por un humanismo cándido que remite al cine de Sorín, termina siendo una película amable y cuidadosa sobre un posible romance entre un hombre adulto y una madre soltera oriunda de Paraguay.

Giorgelli debe haber trabajado mucho en el registro y en los tiempos del montaje. Se trata de un filme de gestos mínimos en donde una bebé de meses, a través de sus expresiones y berrinches, va conquistando a un hombre curtido y ontológicamente cansado.

Formalmente impecable, Giorgelli, con planos fijos desprovistos de música y piruetas estéticas capaces de enternecer y manipular a la platea y de engatusar a jurados y críticos, cimenta en su austeridad y precisión narrativa una mutación sentimental discreta pero extraordinaria de sus personajes: un hombre, una mujer y una criatura bastan para hacer una buena película.

Roger Alan Koza / Copyleft 2011