AÑOS LUZ

AÑOS LUZ

por - Críticas
17 Ago, 2018 03:16 | Sin comentarios
El tercer film de Abramovich confirma su talento para componer retratos.

 

LA MIRADA DE MARTEL

¿Cómo empezar a escribir sin que vengan a la memoria las voces – todas las voces- de Lucrecia Martel acompañando, en una consonante sororidad, el movimiento encabezado por los derechos de las mujeres desde hace un tiempo? ¿Cómo no recordar su estado corporal – esa que el documental de Manuel Abramovich pondrá en escena todo el tiempo- frente a las autoridades de Salta, haciendo de su cuerpo toda una toma de posición? ¿Cómo perder de vista que el tono – el registro sonoro de la voz de Martel, con el que Años luz juega todo el tiempo- ese tono pausado, profundo y a la vez firme y convincente, se impuso en sus escritos y en los reportajes que le han hecho sobre la ley de Interrupción Involuntaria del embarazo (tristemente negada a un movimiento que ya es incesante)? ¿Cómo hacer para que esta fuerte presencia de Lucrecia Martel en la vida pública de un país reticente a la libertad y a los derechos de las mujeres vuelva, incansablemente, cada vez que la vemos en pantalla?

Y además ¿cómo no pensar en esos anteojos de Lucrecia Martel, su marco blanquecino, su forma espigada? ¿Y qué decir de los otros anteojos, los de Victoria Ocampo, esa mujer única que supo vivir la vida en su femineidad, en su inteligencia y en su cuerpo de mujer y en su mirada proyectiva a través de los tiempos? El documental de Manuel Abramovich abre con un par de correos electrónicos donde Manuel, sin conocerla personalmente, le pide ser parte del rodaje de Zama haciendo una especie de backstage. Luego la imagen de Martel será la protagonista única y absoluta de la película. El peso simbólico de sus anteojos, que replican la mirada inteligente de la Ocampo, serán a partir de los cuales se estructure el documental. Porque Años luz no es más ni menos que un juego de miradas y a veces de voces – sutiles, tenues, firmes- que “ven” aquellos que otros no ven.

Años luz, Argentina, 2018.

Escrita y dirigida por Manuel Abramovich.

Sobre planos fijos, la mirada de Martel es lo que atraviesa la escena siempre, el recorrido de sus ojos que, detrás de los lentes, magnifica y hace eco aquello que está mirando como una caja de resonancia del universo. Ella ve lo que los otros no ven. Ve – y con la vista sucede el pensamiento- esas manos que cosen el vestuario, esos maquillajes que necesitan un arreglo, esos caballos que necesitan para moverse más alfalfa. Lucrecia ve y piensa y sugiere y sostiene su pensamiento y su mirada sobre el mundo y particularmente sobre el cine. Es sin dudas, un documental sobre rostros; en primer lugar, el de Martel, en segundo lugar, el rostro de Daniel Giménez Cacho, en la piel, literalmente, de Diego de Zama. Y también sobre cuerpos, y de como esos cuerpos delinean un espacio y a la vez destilan ideología. Planos que recortan figuras: cabezas, manos, cuellos, ojos. Fragmentos de cuerpos que se unen en planos generales y se hacen una masa de gente y de naturaleza; porque es la naturaleza y su correlato la libertad (y no solo el paisaje) lo que hace a las películas de Martel más humanistas.

A partir del interesante montaje de la película de Abramovich, los planos cortos que devienen en planos de conjunto  marcan el recorrido de la película. Aquellos fragmentos se magnifican y son ahora esos planos generales. La mirada que expone el director de Años luz va desde el detalle hacia lo general, desde lo cercano hasta lo distante, como la penetrante y coherente mirada de Martel. Abramovich muestra con su cámara que “admira” el trabajo de Lucrecia mientras la muestra en la oscuridad en la que está sumida y a la vez la luminosidad de esa naturaleza que adquiere valor por el orden salvaje y libre al que pertenece. Tal vez, el quehacer de cualquier director sea en principio moverse entre sombras, allí, en los fuera de campo, en el revés de trama de eso que están viendo, que están filmando; así muestra Abramovich a Martel. Encerrados y envueltos ambos directores en una tonalidad rojiza que emula la misma puesta en escena de Zama, se mueven entre sombras, ambos escondidos, como espiando “la materia filmable”, como en muchas de las escenas donde los personajes escondidos salen a la luz, entra la maleza, entre los cuartos de una casa desvencijada.

Tiñendo cada plano, cada secuencia, cada palabra de Martel de esa sensibilidad femenina tan fuerte en ella, esa sensibilidad que sobrevuela todo el cine de Martel, incluso la misma Zama, aunque en principio parezca una película masculina. La sensibilidad, la femineidad en Zama aparece en todo su metraje, incluso en su personaje principal. Tal vez una de las formas de esa sensibilidad sea el deseo que palpita incesantemente en sus personajes, encarnado no sólo en la figura de Lola Dueñas y su esclava quienes lo actúan maravillosamente, sino en la misma figura de Daniel Giménez Cacho – ese entrañable Diego de Zama- que desea con toda su masculinidad salir de esa especie de isla en la que está confinado. Y Abramovich, en su documental, se hace cargo de esta idea, de este modo de ver el mundo de Martel realizando no un simple y sencillo making off, sino una especie de retrato de Lucrecia quien como un orfebre trabaja sus materiales con detallismo y sensibilidad.

Abramovich reproduce en Años luz algunas de las estrategias de Zama: los planos cortos con las voces en off que muchas veces protagonizan los personajes de Zama, en este caso es la misma Martel que a partir de planos cortos susurra sus sugerencias de rodaje. Ella desde afuera, desde ese afuera que es un fuera de campo y a la vez es un “dentro del Campo” se dejan escuchar los diálogos de la película, las indicaciones de los técnicos, el registro sonoro de la naturaleza. El valor del sonido es relevante en el documental, replicando lo que sucede en Zama.

La mirada amorosa de Abramovich sobre Martel da cuenta en este retrato íntimo y privado de los modos en que la ideología de Martel se materializa en sus películas; sus obsesiones, su detallismo, su sensibilidad y sobre todo su profunda convicción acerca de lo que el cine debe ser.

Marcela Gamberini / Copyleft 2018