ALEKSEY GERMAN: CONTRA LA CORRIENTE

ALEKSEY GERMAN: CONTRA LA CORRIENTE

por - Críticas breves, Ensayos
04 Sep, 2014 08:03 | comentarios
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Aleksey German

Por Jorge García

En los años de la hegemonía ideológica del estalinismo –y también en los posteriores- surgieron en la ex Unión Soviética varios cineastas que cuestionaron –casi siempre de manera oblicua- a través de sus obras diversos aspectos del statu quo imperante, entre los que se pueden mencionar a los georgianos Sergei Parajanov y Tengiz Abuladze, a Andrei Tarkovski y a Aleksey German. Nacido en San Petersburgo en 1938, German estudio cine con el renombrado Grigori Kózintsev, especialista en muy buenas adaptaciones shakesperianas, y debutó en la pantalla como director en 1968, siendo su escasa filmografía (sólo 6 películas) muy poco conocida fuera de su país natal y como los realizadores antes mencionados, por el carácter marcadamente personal de sus obras, alejadas por completo de las pautas impuestas por el régimen, tuvo dificultades con varios de sus films que sufrieron numerosos problemas con la censura y vieron demorados su estreno por varios años. Las películas de German están siempre ambientadas en el pasado (inclusive su último film, que transcurre en una Edad Media “ficcional”), pero ese pasado nunca es -como ocurre en muchos films de su país- una referencia cargada de optimismo sino que, por el contrario, está presentado con un tono más bien oscuro y pesimista. Estas características ya aparecían en su primera película Sedmoy Sputnik, 1968, que codirigiera con Grigori Aronov y que, según referencias, ya mostraba un carácter marcadamente provocativo al estar centrada en la odisea de un abogado zarista que era injustamente acusado de varios delitos de los que era inocente y sus dificultades para reinsertarse, una vez liberado, en la vida cotidiana. El MALBA, dentro de su muy atractiva programación (siempre en fílmico, gentileza de Fernando Martín Peña) exhibió en el ciclo de revisión del cine club Núcleo que se proyecta en esa sala, en muy buenas copias en 35 mm. y en lo que se puede considerar un auténtico acontecimiento, las tres siguientes películas de Aleksey German, lo que permitió una aproximación a la obra de un director casi desconocido en nuestro país.

Dura prueba bajo sospecha, 1971, la primera obra dirigida en soledad por el realizador, está ambientada en los años finales de la Segunda Guerra y cuestiona la épica triunfalista de las películas sobre el tema realizadas bajo las pautas ideológicas del llamado “realismo socialista”. Aquí el protagonista es un teniente (taxista en su vida civil) que a fin de conseguir su supervivencia decide pasarse al enemigo nazi, pero luego, arrepentido, decide entregarse al Ejército Rojo para defender a su país y es sometido a varias pruebas para que demuestre su lealtad. Rompiendo de manera radical con el habitual concepto del soldado de gran solidez ideológica, aquí se muestra a un personaje de ambiguas aristas, que termina siendo un héroe casi a pesar suyo. El film, sin una línea argumental definida, es más que una película bélica, un estudio de caracteres, desarrollando diversas viñetas que muestran la conducta contradictoria de varios personajes, destacándose la fluida utilización de la cámara expuesta a través de expresivos travellings. No es casual que la película, a contrapelo de casi todo el cine de su país en esa época, estuviera retenida por la censura durante muchos años y recién pudiera estrenarse en 1986.

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Veinte días sin guerra

Veinte días sin guerra, 1977, está basado en las memorias del poeta y corresponsal de guerra Konstantin Simonov, responsable del guion, y está centrada en un militar al que se le conceden 20 días de permiso para que se dirija a la ciudad de Taskhent a informar, entre otras cosas, sobre un film propagandístico que se está realizando allí. El film, otra vez, está construido a través de diversos episodios que muestran las repercusiones del conflicto sobre los diversos pobladores en un lugar aparentemente alejado de la contienda. Una de las cosas que llaman la atención es la modernidad de la narración, que vuelve a mostrar a German como un cineasta mayor, totalmente alejado de los clisés del cine de la época en su país. Hay momentos notables, como el monólogo de un militar narrando en primer plano a lo largo de más de diez minutos una experiencia personal, el ruego de una mujer para que le den datos de su esposo, del que le han enviado su reloj o el silencioso encuentro sexual del protagonista con una mujer abandonada por su esposo. Rodado también en blanco y negro en un clima casi siempre neblinoso y con una notable banda de sonido compuesta por canciones populares rusas, el film es otra acabada muestra del talento del director.

Mi amigo Iván Lapshin, fue rodada entre 1979 y 1982 y, como casi todos los films de German, tuvo problemas con la censura, estrenándose recién en 1984. El film, basado en relatos de Yuri German, padre del realizador, está ambientado en la década del ‘30, en los comienzos de la llamada Gran Purga del estalinismo y según una encuesta realizada entre críticos de su país, fue considerada la mejor película rusa de todos los tiempos, una afirmación desde luego, discutible. Como sus películas anteriores, carece de una línea argumental definida y el que podría considerarse el personaje principal, es un investigador policial encargado de perseguir a una gavilla de bandidos. El film tiene una estructura más coral que sus trabajos previos y anticipa el tono el estilo de su siguiente trabajo, la cámara es más fluida y nerviosa, mientras las acciones se desarrollan una vez más en espacios nevados e inhóspitos; y si en la película anterior aparecía un equipo de filmación aquí hay una compañía de teatro que llega a representar una obra en el poblado. Lo que llama la atención –y es algo que se puede palpar permanentemente en la puesta en escena- es que tras el aparente optimismo de los personajes se trasluce una inocultable sensación de incomodidad y desasosiego.

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Khrustalyov, mi coche

Khrustaliov, mi coche, 1998, película que vi en DVD, fue rodada a lo largo de 6 años y está ambientada en 1953, en los días previos a la muerte de Stalin, época de un agudo antisemitismo en la URSS. El film, de una gran belleza visual, con una excelente iluminación en blanco y negro de Vladimir Ilin, en su primera parte está centrado en un afamado cirujano que es acusado de complotar contra Stalin (la película está presumiblemente inspirada en hechos reales) y detenido. En ese tramo, narrativamente muy complejo por la constante variación de los puntos de vista, los bruscos cambios de tono, un tono crispado que por momentos bordea la histeria y el grotesco y el aire pesadillesco de varias escenas provocan una sensación de paranoia algo caótica, matizada por algunos momentos de humor absurdo. La segunda parte más explícitamente política muestra la agonía de Stalin y el posible ascenso de Beria, su jefe de policía, mientras que los complotados son llevados en un camión hacia la deportación y/o la muerte. Película muy exigente, de un tono marcadamente barroco y en la que se pueden detectar reminiscencias del cine de Fellini y de Orson Welles, es una obra que requiere de más de una visión para ser aprehendida, si no en su totalidad, al menos en sus líneas centrales.

En 1968, German había escrito un guion, que tras varios intentos fallidos, pudo comenzar a rodar hacia fines del siglo pasado y a lo largo de quince años sin poder terminarlo, ya que murió en 2013, siendo el film completado en lo que hace al montaje definitivo y el sonido por su hijo, también destacado cineasta (realizador de la excelente Soldados de papel). La película es Duro ser un Dios, 2013, una adaptación de una exitosa novela de ciencia ficción de los hermanos Arkadi y Boris Strugatski que mostraba indudables aristas políticas. Un antropólogo viaja con quince colegas a Arkanara, un planeta lejano que se encuentra en un momento histórico parecido al de la Edad Media europea en el que intentan ser testigos del paso al Renacimiento, debiendo enfrentarse a diferentes situaciones conflictivas. Tuve oportunidad de ver el film en medio del fárrago de un festival, lo que me impidió apreciarla en el estado mental que correspondía. Película de enorme densidad, de un cerrado pesimismo, muy demandante para el espectador, también rodada en blanco y negro, con una puesta en escena en los que abundan los planos cortos y cerrados y un virtuoso uso de los planos secuencia, su visión es una experiencia tan fascinante como agotadora pero que al finalizar deja la sensación de que el esfuerzo ha valido la pena. De cualquier modo, espero tener la oportunidad de rever este film para apreciarlo mejor en su enorme riqueza.

Jorge García / Copyleft 2014