SEMANA DEL 24 AL 30/08 EN LOS CINECLUBES
LA CUMBRE: SALA LUIS BERTI, BELGRANO 470
26 de agosto, a las 20.30hs: Dreyer en foco
Vampiro, de Carl Dreyer, Dinamarca, 1932
83’ / +13
Cortometraje: Protocolo de una revolución, de Alexander Kluge, Alemania, 1966
La grandeza del primer film sonoro de Carl Dreyer deriva en parte de su tratamiento del tema de los vampiros, vinculado a la sexualidad y al erotismo, y de su atmósfera de ensueño, pero también se debe a su radical experimentación con las formas narrativas. Resumir la película no sólo la traiciona sino que puede conducir también a un entendimiento erróneo: siempre hipnótica, Vampiro desbarata las convenciones estableciendo una perspectiva y una continuidad, inventando un lenguaje narrativo propio. Lo que sugieren las imágenes y los estados de ánimo que éstas transmiten es verdaderamente misterioso y extraño: un largo viaje de un féretro, aparentemente desde la mirada subjetiva de un cadáver, una danza de sombras fantasmales en un establo, la expresión del deseo carnal de una vampira por su frágil hermana, la misteriosa muerte por asfixia de un médico perverso en un molino, una inquietante y prolongada secuencia onírica que encaja con la narración, la excelente banda de sonido, producida completamente en un estudio (en contraste con las imágenes, que fueron todas rodadas en locaciones), son parte esencial del atrapante y voluptuoso ultramundo del film. Si no ha visto nunca una película de Carl Dreyer y se pregunta por qué muchos críticos, entre los que me incluyo, entienden que Dreyer es posiblemente el director más grande de todos, esta escalofriante fantasía de horror es un lugar perfecto para empezar a comprender el porqué. (Jonathan Rosenbaum)
VILLA GIARDINO: SALA TEATRO ALEJANDRO GIARDINO
30 de agosto, 20.00hs:
Sonata de Tokio, de Kiyoshi Kurosawa, Japón, 2008
119’ / +13
Cortometraje: ¿En dónde está el dinero?, de Shane Meadows, Reino Unido,
Narrativamente impredecible y estéticamente sobrio, el film de Kurosawa concentra su relato en la secreta pauperización de la clase media japonesa; la institución elegida es una familia, constituida por dos hijos, esposa y el espantoso concepto, aquí pertinente, de jefe de familia. El más pequeño todavía está en la escuela, mientras sueña con aprender música. La mirada de Kurosawa es micropolítica y estructural. El Tokio de Kurosawa es despiadado: un hombre de 40 años, en términos laborales, es prácticamente un anciano. En esa ciudad, además, hay ollas populares, y parece ser normal que la visiten los ejecutivos despedidos. Es un orden social piramidal y excluyente. Así descripta, Tokyo Sonata parece ser una novedosa aproximación del realizador al realismo social, y en un principio lo es. Sin embargo, cuando la película se acerca al epílogo, Kurosawa le impone al relato un devenir fantástico aunque contenido. Un conjunto de situaciones inverosímiles (un robo, un hallazgo de dinero, un accidente callejero, una absurda visita a la comisaría) altera inesperadamente la totalidad del registro, una aceleración de la crueldad por vía del absurdo que podrá ser inverosímil pero que está subordinada a una coda extraordinaria, momento en el que el arte se constituye como el único consuelo confiable. Kurosawa hace de la elipsis un efecto sobrenatural. El niño, al que vemos siempre cerrar el piano cuando termina sus clases y nunca vemos tocar, cierra la película interpretando a Debussy. Es un instante sublime, un envés de los silencios totales que acompañan a las escenas más dolorosas de la película. (Roger Koza)
dreyer briYa.