LOS CAMPANELLA
A propósito de El secreto de sus ojos
por Nicolás Prividera
0.
Se ha convertido en lugar común de la crítica cinematográfica la división entre campanellistas y anticampanellistas, que poco resquicio deja para entender la “política de los autores” presente tras esa sorda batalla que produce el estreno de cada nuevo film suyo. Pero esas mismas escaramuzas inclinan la balanza a su favor (porque sólo a un autor -popular- se le suelen dedicar ataques tan enjundiosos), tal vez porque el cine de Campanella pone en escena la hipocresía de clase (con las mismas contradicciones de las que hacen gala sus críticos). Y aunque más no fuera por ello sería necesario empezar a reverlo con más atención.
Pues no se trata sólo de que coexistan sobre él diversas miradas críticas, sino de que esas miradas coexisten al interior de sus propios films, ya que (para enunciar de una vez nuestra hipótesis central) hay en ellos dos Campanella que coexisten sin conciliación (más allá de sus intenciones): el amante de las comedias dramáticas (que terminan enalteciendo la alicaída moral de la clase media) y el cultor del cine negro (que hace visibles las grietas en esa visión esperanzada del mundo), como dialéctica irredenta de una obra más abierta y bifronte de lo que ella misma –tal vez- sea capaz de aceptar.
Y todo eso está por fin ahora más claro que nunca, ante El secreto de sus ojos: no hay duda de que será un éxito, aunque tal vez no tan grande como El hijo de la novia (que era el lado más feliz de esa clase media que se veía reflejada a sí misma luego de la crisis del 2001, como también lo hacía Nueve reinas con más cinismo pero con un final igualmente esperanzador). Sobre todo porque el publico fiel al cine es cada vez menos numeroso (aquí y en todas partes), y porque esta película es mucho más oscura, o más abiertamente ambigua (lo que a esta altura es un rasgo tan esencial como oculto del cine de Campanella).
1.
Vi El secreto de sus ojos en una de sus primeras funciones, el día de su estreno (y no me sorprendió ver el efecto que la película reproduce en cada nueva función): a sala llena, el público sigue la película con interés creciente (pasando por todos los estados de ánimo previstos: expectación, risas, asombro, emoción, que estallan en un aplauso final). Ese efecto (que devuelve al cine a su vieja condición de arte popular) es lo que el espectador común reconoce como propio (del cine y de sus expectativas como público), y lo que divide a la crítica especializada (pero no entre “populistas” e intelectuales, sino al interior mismo de esas posiciones). Pues lo notable no es tanto esa esperable respuesta del público (acostumbrado a sufrir un cine “industrial” de baja calidad o un cine independiente de baja intensidad), sino la dicotómica respuesta de la crítica (dividida entre quienes lo elogian sin ver sus diferencias con el mainstream del cine argentino, y quienes lo atacan por “populista” aunque entronizan con afrancesada indulgencia obras menores del mainstream norteamericano). Habría que encontrar una “tercera posición” y lograr ver tanto las particularidades de Campanella en el contexto del cine argentino como su reapropiación nac&pop de la tradición del cine clásico de Hollywood (y la relación entre ambos, sobre todo luego de la crisis del 2001).
Digamos, entonces, para adelantar la conclusión, que Campanella se ubica en un espacio único, ya que es “respetado” tanto por su capacidad de apropiación de los géneros clásicos como en su “popularidad” en el contexto actual del cine argentino. Lo que significa no sólo que hasta sus peores películas son mucho mejores que la media del cine industrial, sino que su cine está íntimamente ligado a la clase (media) de espectadores que conforman hoy por hoy el público habitual del cine. Pero si Campanella colma las expectativas del espectador (con un subrayado que es lo que más suele criticársele, aunque sea propio del melodrama), con El secreto de sus ojos demuestra que puede hacerlo sin dejar de construir un film complejo (no sólo por su estructuración entre dos tiempos, sino por su sutil construcción de los diversos puntos de vista del protagonista devenido en narrador). Y la notable resolución formal de esa tensión (ayudada por la densidad de la Historia) es la que eleva a su última película a un lugar excepcional dentro del cine argentino reciente (reacio a los géneros y a la exploración de la Historia, y mucho más a ambas cosas juntas…).
2.
Si Campanella ocupa un lugar único en el sistema del cine argentino es porque sólo él parece saber manejar (con un notable sentido del timing cinematográfico) tal variedad de géneros (drama judicial, comedia, policial, etc.) y tantos registros (del costumbrismo al cuasi expresionismo del final) y salir airoso. Uno de sus no menores logros es eludir las trampas del film «de época»: los ’70 simplemente están ahí (son parte de la historia, no su telón de fondo), con todo su peso. Y no me refiero solo a una dirección de arte tan cuidada como cuidadosa (que nunca cae en la mera ilustración), sino al vigor de la dirección (la escena del ascensor, por ejemplo, es tan simple como extraordinaria en su recreación de un clima epocal), que alcanza para elevar a Campanella por sobre la subvaloración a la que lo condena su popularidad (o cierta visión indulgente de la clase media).
Y es que, más allá de las críticas que se puedan hacérsele, no sólo en cuanto a la resolución de ciertas escenas (como el interrogatorio del asesino) o en cuanto a la resolución catártica del conflicto político (como en el forzado tour de force final), Campanella demuestra en esta obra (compleja en su aparente sencillez, desigual en su aparente redondez) un vigor del que carece el resto del cine argentino (y no sólo el industrial): como Martel en el ámbito del cine independiente, Campanella es la figura que sube el listón y muestra lo que podría ser el cine “industrial” (o lo que queda de él), si se lo asumiera con más inteligencia y talento. Pero lo que lo convierte en fuera de serie incluso dentro de su tradición clásica (como en los casos de Aristarain y Bielinsky) va más allá de su indudable solidez narrativa, y es precisamente aquello que parece revelarse (y rebelarse) como una faceta más oscura, ligada al pesimismo característico del cine contemporáneo (centrado en sus fracasos antes que en sus logros, como le sucede a sus desencantados protagonistas).
3.
La marca autoral de Campanella es tanto el tono cambiante como su irredento portavoz: un hombre más o menos ordinario en una situación más o menos extraordinaria (que lo obliga a repensar su lugar en el mundo en un tiempo de revancha). Cómo Aristarain o Bielinsky, Campanella es conciente de que el mundo se ha quedado sin héroes (aunque no sin reconocidos buenos y malos), pero a diferencia de ellos prefiere tomárselo con humor (aunque sin ironía posmoderna). Campanella prefiere iluminar esa tragedia con las luces de la comedia: por eso su repetido antihéroe (cual James Stewart capriano) siempre se gana a la chica (aunque la pierda como Bogart en Casablanca). Pues al final siempre pesa más “el inicio de una hermosa amistad”: como en el cine norteamericano, en los films de Campanella la pareja ideal es siempre masculina, y la amistad triunfa aun donde fracasa el amor. Por eso su eterno comic relief (interpretado por Blanco o –redoblando la inversión tragicómica- por Francella) se vuelve el verdadero eje trágico de la película (el que ubica al protagonista en el camino de la redención).
Y todas esas marcas autorales aparecen de un modo explícito en El secreto de sus ojos (tensionadas por una trama que pivotea sin resolución entre la comedia dramática y el policial negro), al jugar con la puesta en escena del autor en la obra: el protagonista (aquí más que nunca alter ego del director) escribe la historia (y entre la realidad y la leyenda elige la leyenda). Pero al hacerlo ante nuestros ojos, sin secreto (como el mismo Campanella, que desgrana escenas cuyo costumbrismo va dejando atrás el mero “realismo”), logra sostener con el espectador ese pacto ficcional (que la mayoría de las películas ocultan y unas pocas muestran) aun cuando muestre el engaño (como en La carta robada de Poe), con la paradójica honestidad del buen ilusionista (que nos muestra la resolución sin renegar del gran truco).
4.
El cine clásico de Hollywood se construyó en base a un rígido sistema formal que sin embargo (como la música hecha a partir de un puñado de notas) permitía una libertad prácticamente infinita a quien lo dominara (como buen aprendiz de brujo). Ese sistema sigue existiendo, pero como ruina o fantasma (por razones cuya indagación excede las posibilidades de esta nota, pero a las que hemos vuelto una y otra vez): cierto cine contemporáneo entiende la Historia (incluida la del cine) como ruina (y sus personajes vagan como sobrevivientes de una guerra subterránea), otro entiende que la Historia es un fantasma irredento, y se deja atravesar por él (tratando de construir algo con los restos de la tradición). Este último es, por definición, el único capaz de recrear el cine (en formas diversas), sobre todo cuando logra escapar de la trampa posmoderna (que se limita a remixar lo viejo sin crear algo nuevo).
Campanella (como Aristarain, como Bielinsky) es un cultor de la escuela norteamericana (literalmente en su caso, ya que se formó y desarrolló allí), y quien mejor a logrado “argentinizar” los grandes géneros populares del cine clásico (que tienen una tradición local, claro, pero que Campanella trabaja con mirada extranjera, lo que le permite rescatarlos del chapucero arcaísmo al que los había confinado el decaído cine industrial argentino). Ese viraje fue literalmente biográfico, al volver de los EEUU para filmar la primera “comedia dramática” del reciente cine argentino (El mismo amor, la misma lluvia), luego de haber intentado la americana adaptación del policial argentino (Ni el tiro del final). Y El secreto de sus ojos recupera ambas tradiciones (porque si la hibridez es una marca contemporánea del cine de géneros, sólo puede ser productiva para quien la trasciende), en una simbiosis imperfecta. Y si esta vez Campanella trasciende la mera “adaptación” genérica (a la que sometió a la comedia dramática) al mezclarla con otro género que conoce bien (el policial, que es el que mejor se adapta a la inconciliable realidad argentina), sabe también que sin la liviandad de la comedia lo negro del policial (su pesimismo social) se transformaría en una tragedia intolerable (o impopular). Por eso como director vive yendo de un género a otro (como de un país a otro). Aunque hace rato haya comprendido que esa oscilación es su destino sudamericano (y aunque haya optado inclinarse públicamente por la esperanza –del antihéroe- antes que por la inoculta desazón –que le produce su comunidad-).
5.
El secreto de sus ojos puede ser la afirmación de esa cualidad bifronte o el inicio de su resolución. Todo parece indicar que se trata de lo primero, y que seguiremos discutiendo las películas de Campanella (como la misma irresuelta y cambiante realidad política). Pero también que deberemos hacerlo atentos a esa (imposible) conciliación de opuestos, debido a su innegable talento. Porque si la inverosímil trama se resuelve en una eficaz sucesión de escenas, algunas de ellas son prodigiosas (como el largo plano secuencia en la cancha de fútbol) y otras simplemente perfectas (como la del ascensor, resuelta en un plano tan breve como contundente). Y aunque ambas sean formalmente impecables, esta sola escena (central) basta para colocar a Campanella en un lugar excepcional en el cine argentino. Porque (en las antípodas del monumental y trucado plano secuencia de la cancha) el plano del ascensor (estático, silencioso y lapidario) es tan sencillo como definitivo: un momento antológico que demuestra no solo la pericia de un cineasta, sino la capacidad del cine para condensar el terror de una época tenebrosa (sin que lo popular reniegue de lo político).
Pero si ese solo plano alcanza para volver a repensar todo el cine de Campanella (y poner en duda sus concientes imposibilidades), también es cierto que lo es por el peso del contexto (incluido también el de la Historia que Campanella elige inquietar o conmover, aunque termine definiéndose por lo último): no sólo porque ese plano sostiene su poder en tanto meditado centro del film, sino porque es traicionado por la absolutoria corazonada final (en la que la escrupulosa catarsis se impone finalmente sobre la dudosa confianza en el triunfo de la justicia). Y no me refiero a la escena en que el protagonista redescubre finalmente el sentido de la historia, que gira no tanto en torno a la excepcionalidad de la pasión (motivo explícito del film, aunque no en el sentido del homónimo libro de Sarlo) como de la imposible retribución del daño (problema filosófico que Shakespeare supo resumir para siempre en una sola línea de Macbeth): porque el problema no es tanto que Campanella (no) logre resolver esa escena final de modo “aceptable” (más allá del imposible verosímil), sino que no se resigne a terminar el film con esa tiniebla del corazón (fiel a lo más negro del policial, pero llevado a una clave casi metafísica), y opte por el tradicional happy end (de comedia dramática liberada por fin del drama). Pero también se podría decir (como hemos sugerido) que esa resolución no hace más que explicitar los límites de su ars poética (y política) a través de su propia elección como autor (ya que, como su protagonista, elige el melo por sobre el drama). Finalmente, la película termina con una puerta que se cierra ante nuestros ojos (preservando el verdadero final como secreto): cada espectador elige de que lado prefiere quedarse (y con que imagen final abandona el cine).
Fotos: 1) Póster; 2) Campanella; 3) El secreto de sus ojos; 4) El secreto de sus ojos.
Copyleft 2009 / Nicolás Prividera
Hola! Sólo quería sostener que coincido totalmente cuando decís que cada espectador elige quedarse. Me parece que quienes critiquen de manera excesiva el Happy ending del filme, le están pifiando. Coincido que es detestable esa manera de cerrar la película, pero, personalmente, elijo no ser tan quisquilloso y, en mi mente, la obra concluyó «virtualmente» con la escena entre Pablo Rago, Darín y el violador. Creo que es un despropósito bajarle varios puntos por el cierre «real» del «Secreto de sus ojos»
Saludos!
Hola, Nicolás. Me sorprende este artículo, porque después de tanto leerte acá y en el blog de Quintín supuse (erróneamente, veo) que destrozarías la película.
No estoy tan seguro de que cada espectador decida de qué lado prefiere quedarse (y con qué imagen final abandonar el cine). Por algo Campanella elije terminar una película en la que el orden natural de la Justicia fue alterado (y que en gran medida transcurre en los complejos setenta) con ese happy end. Creo que, como leí en otro blog, no se hace cargo del conflicto moral que plantea la decisión del personaje de Pablo Rago y prefiere suavizar ese mazazo final con el romance recuperado (y de paso cerrar todas las puertas, no sea cosa que vaya a quedar algo abierto).
A todo esto se suman, además, varios problemas narrativos, como las escenas mal planteadas y/o resueltas (cuando Darín convence a Francella para viajar al viejo domicilio del sospechoso; cuando el juez los caga a pedos por lo que hicieron; el interrogatorio, garcha incluida, al asesino, etcétera). Y cuando Campanella se quiere hacer el virtuoso con el plano secuencia en la cancha de Huracán le sale mal, no sólo porque las costuras son evidentes sino porque el tono de la escena no tiene nada que ver con el resto de la película.
En fin, a mi no me gustó casi nada. Y eso que no me considero ni anticampanellista ni campanellista. De todos modos creo que es uno de esos films malos clave, que hay que ver.
Saludos
Criticar el filme porque no se hace cargo del dilema moral me parece bastante rebuscado. Porque si lo hubiese hecho, se criticaría el no haber dejado las cosas de manera ambigua. Personalmente, disfruto más de la cara desorientada de Dariín que un accionar moral que haga entender al personaje de Pablo Rago qué es justicia y que no lo es. Y seguro, el final color de rosas es detestable, pero la verdad es que para mí el filme terminó antes. No me cambia una pequeña escena (¿durará 5min?) que se dice ser «el final».
Si bien yo también le encuentro pequeñas fallas a la película (que no modifican mi elogiable visión), me parece que en la gran mayoría de calificaciones negativas se percibe mucho un gran esfuerzo (rebuscado) por denostar al filme.
Andrés: que bueno sorprender. Es lo que hace la película de Campanella. Es probable que eso suceda por el prejuicio con el que carga (por no tener en cuenta sus films norteamericanos, cuya tradición aquí recupera). Pero me parece que hay que ver la película en su contexto (dentro de la obra de Campanella y entro del cine argentino reciente). Cada una de sus variables (narrativas, productivas, éticas) serviría para discutir muchas cosas.
No se trata de que no se haga cargo del conflicto moral, sino que elige no resolverlo (más que con el evidentemente -autoconciente- forzado happy end). Y eso la hace interesante (el mainstream argentino raramente se atreve a esa falta de «síntesis»).
Justamente porque es imperfecta y contradictoria: la endeblez de la trama se resuelve a fuerza de talento (a pesar de algunas escenas mal resueltas). Y la distancia ética del personaje es la de la película: son los límites de una clase (social / de cine).
Pero Campanella no «se quiere hacer el virtuoso». Lo es. (Y no solo por el el plano secuencia en la cancha, sino por su capacidad para repensar la tradición sin ser posmoderno). Precisamente por lograr que esos saltos de tono o estilo sean coherentes. Lo que no significa, insisto, que no sean discutibles.
Un «film clave» nunca puede ser «malo»: por el contrario, cuanto más discutido sea, mas importante se vuelve. Y esta película debería justamente servir como clave para entender las posibilidades y límites del cine argentino. TTrae mucha tela para cortar. Pero hay que reverla con menos prejuicio.
Estimado Nicolás, no quiero hablar de Campanella sino subrayar tu análisis, que es realmente excelente. Es tan difícil encontrarse con una mirada seria sobre un film, que cuando eso sucede, más allá de estar de acuerdo o no con las palabras que uno lee, se disfruta y doblemente. Gracias por el trabajo, el compromiso y la inteligencia.
Gracias Federico (no vi «La tigra, Chaco», pero por lo que oi es un de esas películas que traen aire fresco al NCA. Espero que se estrene pronto…).
Pero discutamos a (partir de) Campanella: eso es parte de lo bueno de su ultima película, la posibilidad de abrir un debate mas general sobre cne argentino. De hecho, un amigo escritor me mandó un mail que me hace repensar la nota (escrita a la salida del cine, sin demasiada distancia: algo que el recupera desde el inicio). Lo cito largamente, porque creo que explicita más claramente el núcleo de la objeción estetico-política que se le puede hacer al film:
«A mí en el cine me gustó mucho, muchísimo. Después aparecen los «peros». Y no sé si es porque la película es problemática (en el sentido de incisiva, etc.), o porque está en problemas… Lo del «telón de fondo», por ejemplo, en la medida en que ni siquiera la historia de Rago, que está terriblemente marcada por los problemas de los 70′, tiene un desenlace acorde a esa «dependencia» histórica: el tipo sólo hace justicia por su mujer, y es sólo en sus «anticonsignas»: olvidesé, pasaron 25 años, etc., -todo ese cúmulo de frases hechas que traerían al juego la contradicción del discurso-realidad (dice esas cosas pero está atado al pasado irremediablemente)- donde viviría la posibilidad de que su historia conectara (como en un equívoco) con la Historia.
Ahí hay algo productivo. Seguro. Pero no sé si se desarrolla. Creo que no. Principalmente porque Darín no lo desarrolla. Se va con la mina y todo queda «ambiguo». Te diría más: prescindiendo de la marca de época hasta podría ser más contundente. Se podría leer como «metáfora». Pero con la marca de época ahí, tan explícita, la época más bien se termina corriendo, porque lo que importa es lo otro, o sea la histoira de amor bien resuelta y con moño, el trauma ha sido superado. (El que se corre, en realidad, es Campanella.)
Se recrea muy bien la violencia, el clima, etc. (tu análisis de la escena del ascensor da cuenta de esta virtud), pero para mí no deja de ser una recreación. Repito: se puede prescindir de la marca de época y no te cambia nada. Poné ese caso hoy, o en los años ’30. En vez del sistema represivo lopezreguista poné una mafia policial cualquiera. Es lo mismo. Casi te diría que los 70´, puestos así, estarían para traer un tema de época (o sea de nuestra época, del Kirchnerismo) -que no sé si es más o menos marketinero (supongo que menos)- pero que a Campanella le sirve para ponerse en el lugar de cineasta ‘comprometido’.»
NP, estoy bastante de acuerdo con el mail de tu amigo escritor. Sobre todo, con el último párrafo. El acercamiento de Campanella a los ’70 es tan tibio, tan titubeante, que -a mi juicio- lo deja mal parado. El «compromiso político» es casi una imposición de la Historia argentina a todas sus expresiones culturales, pero JJC la asume de tal manera que lo político queda subordinado a una historia típica de su cine.
Pues a mí el último párrafo es lo que menos me convence: Campanella no necesita ponerse en el lugar de «cineasta comprometido». No es algo que le demande la crítica ni mucho menos el público…
Pero ese postulado (doblemente falso) de que «el ‘compromiso político’ es casi una imposición de la Historia argentina a todas sus expresiones culturales» sí merecería un análisis más extenso… Lamentablemente ahora no tengo tiempo, sobre todo porque excedería el espacio de un mero comentario (aunque sería igualmente inútil, visto que ese lugar común está muy extendido…).
Ojo, yo no estoy de acuerdo con lo de la «imposición». Pero sí noto que diferentes artistas la asumen como tal y por eso pifian…
Es que eso es precisamente lo falso: que haya una «imposición», y que diferentes artistas la asuman como tal… Lo que mas bien parece demostrar tu doble respuesta es que lo impuesto es ese naturalizado lugar común.
Nicolás:
No estoy de acuerdo con que Campanella elige no resolver el conflicto moral. En realidad, tranquiliza a los espectadores ver que el culpable es castigado. Si hay una cosa que suele molestar a mucha gente es que una película plantee una intriga o un caso policial y termine sin dar datos precisos de quién fue el responsable, qué pasó con él, etc. Acá todo eso se resuelve. Y de una manera, a mi entender, muy discutible. ¿No puede verse como un razonamiento muy parecido al de los miltares que tomaron el poder en 1976, que pensaban que los peronistas de los ’70 eran todos corruptos y violentos, y, por lo tanto, era válido castigarlos a como de lugar, incluso al margen de lo que marca la ley? Personalmente, creo que puede haber, incluso, cierto paralelismo con la actualidad: no me parece casual que la película guste tanto en un momento en que también hay una presidenta peronista, desconfianza en la Justicia, etc.
A todo esto, a los personajes de Darín, Francella y Villamil la política parece resbalarles. Si bien la acción transcurre en una época de mucha militancia y discusiones políticas, ellos están al margen de todo aquello.
Tampoco creo que Campanella sea virtuoso, y el dichoso plano secuencia en la cancha de fútbol lo veo como un despliegue formal que no tiene relación alguna con el tono usado en el resto del film.
Es mi modesta opinión, seguiré leyendo con interés otras, como la tuya.
Fernando:
Lo que se resuelve es la «intriga», no sus implicancias éticas y políticas. O bien, se «resuelven» a través de ese doble final (o uno por otro). Algo que Porta Fouz ve muy bien en su segunda nota (http://hipercritico.com/content/view/1978/38/), pero cuyas implicancias no parece (querer) inferir:
«Lo que más me gustó de lo que noté en una segunda visión fue la construcción de la situación de la puerta del despacho de Irene. La situación es estructurante para la historia de amor, y se da tres veces, yo había notado dos en una primera visión. Ahora me di cuenta de que hay una al principio que refuerza esta línea narrativa e incrementa las emociones con elegancia. Irene quiere cerrar la puerta de su despacho (con Benjamín adentro) en el presente del relato, y en el pasado, y otra vez en el presente. Quiere que Benjamín deje afuera la causa, deje afuera a Morales, deje afuera las borracheras de Sandoval, deje afuera las complicaciones políticas, y que se concentre en ella. Irene sabe que si logra concentrar a Benjamín en su mirada, en sus ojos, este no podrá seguir huyendo.»
Por lo demás, mis críticas «políticas» están más desarrolladas en la nota siguiente sobre la película. No hice hincapié en la elección de los tiempos históricos porque no leí la novela de Sacheri (que al parecer se situa previo al gobierno peronista), pero a priori me parece que el corrimiento temporal de Campanella es más jugado: está hablando de la triple A, claramente. Pero inferir de allí que ese «argumento» sea el mismo que el de la dictadura es doblemente falso: en principio porque para la dictadura era una excusa (y no meramente «argumental»…). Lo del paralelismo con la actualidad también me parece traido de los pelos: siempre se lee desde el presente, pero eso no significa hacerlo alegóricamente…
En cuanto a lo del plano de la cancha, al lado de todo esto es algo menor… pero aprovecho para aclararlo: no me parece que esté «fuera de tono» (entre otras cosas porque la película maneja varios tonos, pero igual no es eso lo esencial en este caso). Lo que sí demuestra ese plano (y muchos otros detalles de puesta en escena) es como fue evolucionando el estilo de Campanella (que siempre tuvo un talento especial para trabajar con fluidez las escenas grupales, pero que aquí es más compacto -salvo por alguna escena aislada, como la del interrogatorio-).
A eso muchas veces se lo tacha de «clasicista» con desprecio, pero eso solo puede hacerlo quien ignora lo difícil que es ser verdaderamente clásico (lo que es tan difícil como ser verdaderamente moderno…)
Sinceramente una nota IMPOSIBLE de leer. No puedo creer que el autor haya necesitado escribir 93 Aclaraciones ENTRE PARÉNTESIS. Intenté con la segunda parte y también es imposible: 51 ENTRE PARÉNTESIS en una cantidad mucho menor de texto. Una lástima que no sepan expresarse los supuestos críticos de cine.
Nicolás:
Muy buena tu crítica -con la cual coincido en varios puntos. Solo quisiera acotar dos cosas.
La primera es que «El mismo amor, la misma lluvia» le debe más a «Nos habíamos amado tanto» (uno de los films referenciales de su director/autor, tal como consta en http://www.laboratoriodeguion.com.ar/Responde-Juan-Jose-Campanella-_30.php) que a la tadición de la comedia dramática estadounidense. Luego de una revisión de ambas películas, notarás que no son pocas las citas y muchas las similitudes estructurales. Es notable la huella de la tradición de la comedia italiana en el cine de Campanella (en lo personal, creo que no favorablemente). Creo que es incluso más profunda que la de la dupla Capra/Ford.
La segunda. En el (para mí, mal) llamado «cine industrial argentino» actual existe otro director «cultor de la escuela norteamericana», como vos bien describís, que ha dado muestra de su talento dentro de ese marco: Damian Szifron.
No puedo dejar de acotar (tal vez no acuerdes en esto) que el último Aristarain, el que sigue a su fallido paso por EE.UU. con The Stranger, parece haberse alejado de aquella tradición para vengarse de su fracaso a fuerza de personajes que se hunden, y con ellos a las películas, en sus literales discursos -tan abundantes que uno no puede menos que extrañar en ellos la ambigüedad de los de Rohmer, por ejemplo, a los que algunos suelen tildar, erróneamente, de literarios. Sería interesante rever Un lugar en el mundo dentro de esta perspectiva, como un ajuste de cuentas con Shane y algunos otros westerns.
Aprovecho para preguntarte, tal vez fuera de lugar, ya que esto es algo de la segunda parte de tu crítica, ¿a qué te referís con lo de “falta de coherencia narrativa” en el De Palma de los ’80? Disculpá que incluya esto aquí, pero temí perderme en la insoportable discusión entre Gros y Altamira de tu otra entrada.
Muchas gracias. Saludos.
Marcelo, un tipo que dice que Szifrón tiene talento y hasta que ha dado muestra del mismo. Ja, ¡todo dicho!: extraño al histeriquito de altamira y todo…
¡Suerte!