EL TIEMPO DEL CONSUMIDOR
Hubo un pequeño escándalo que no llegó a mayores en la recién culminada primera parte de la última Berlinale. El festival decidió dividir en dos tramos su septuagésimo primera edición. Los primeros cinco días de marzo estuvieron destinados a la prensa y a la industria. En cinco días se pasaron más de 100 películas, unas 20 por día. En junio, todas podrán verse en salas de cine. Así resolvieron tres problemas: respetar la fecha habitual del festival, no dejar afuera al público y proteger la tradición de ver películas en sala. ¿Cuál fue la controversia?
En el servicio de streaming había una opción para acelerar la velocidad de visionado. Una película de dos horas podía reducirse a una o incluso menos. Llegaron a oírse algunas voces de protesta, pero la oferta incluía esta controversial opción técnica, propia del sistema y característica de las plataformas de exhibición online.
Si esto es posible es porque el espectador ha mutado en otra figura, la del consumidor, cuya relación con las imágenes consiste en saciar el deseo de entretenimiento mediante estímulos audiovisuales. Que el término “menú” defina el entorno de una plataforma es semánticamente justo. El usuario elige lo que le gusta y se prepara para devorar imágenes con sonido.
El cinéfilo del siglo pasado era una criatura que iba al cine a perderse en una aventura de la otredad. Estaba dispuesto a explorar lo desconocido y no le importaba mucho elegir. Se entregaba a todo y le dedicaba al cine su propio tiempo porque este le retribuía placeres y saberes inesperados. Cuando Henri Langlois vio al cine como la universidad del pueblo expresó una experiencia reconocible.
El consumidor tiene otro tiempo y el acto de mirar coexiste con otros. Ejerce tiránicamente su señorío: puede acelerar lo que ve para tener tiempo para otra cosa, poner pausa a la película para publicar algo en alguna red social, responder un email o mirar un poco las noticias. La naturaleza de su atención ha sido esculpida por la velocidad de la técnica y esta lo ha transformado en un consumidor impaciente y disperso por la infinidad de estímulos. Es muy posible que el cine le resulte más cercano a un museo que al parque de diversiones cognitivo al que asiste diariamente. Es difícil imaginarlo sentado en un cine y deslumbrado por un plano secuencia de El caballo de Turín, la profundidad de campo de Playtime o el empleo del fuera de campo y las elipsis en El viento nos llevará.
*Fotograma de encabezado: Playtime
*Este texto fue publicado por Revista Número Cero en el mes de marzo 2021
Roger Koza / Copyleft 2021
Hola, Roger. Pensaba que algo que queda picando acá es que ese señorío que se ejerce tiránicamente sobre el objeto no implica ninguna libertad para el consumidor. Mejor decirlo una vez más, aunque sobre, que correr los riesgos de no decirlo. La única posibilidad de libertad está, justamente, en la entrega de la que hablás, ¿no? La única forma de dejar de repetir lo que somos y lo que es, para imaginar, o para pasar a vivir, otra cosa que no existe y que no coincide enteramente con nosotros, ni se ajusta a lo que ya sabíamos. Pero bueno… Y como decíamos por ahí, el vino se me subió a la cabeza y ya no sé si me explico bien.
Hola, tengo una pregunta. Qué diferencia habría entre este tipo de modificacion digital del cine con el del VHS? Uno podía «adelantar» a la secuencia que quería ver acelerando la reproducción de la cinta.
Saludos
Luciano:
La diferencia puntual es la siguiente: se podía adelantar, pero hoy se puede ver modificando la velocidad. No se trata de ir hacia adelante o volver hacia atrás; se trata de comprimir el tiempo original en fracciones y por lo tanto robarle el tiempo del film para tener tiempo. Por otra parte, la manipulación concreta de los archivos era imposible en el VHS, porque implicaba un trabajo no muy lejano a una mesa de ediciones de tiempos todavía más lejanos. R
Hola Roger:
En mi opinión, la polémica que mencionás de la Berlinale responde más bien a la lógica del circuito de festivales, programadores y críticos antes que a la lógica de las plataformas de streaming. Sobre esto escribió Llinás en el dossier de Crisis, cito: «A una serie de funcionarios atildados y correctos, con maneras de diplomático y la seca actitud distante de un comisario del Politburó, cuya vida transcurría en la clase business de los aviones y en hoteles cinco estrellas, y que no hacían otra cosa que ver, con una regularidad fuera de toda recomendación, una película tras otra en la pantalla de sus computadoras portátiles».
Más que en consumidor, yo diría que el espectador de las plataformas se ha convertido en productor de datos. Esa es la posición del espectador en el stream de información audiovisual: es la vaca de la cual se extrae información, patrones de comportamiento y consumo, etc. La novedad, considero yo, radica no solamente en el menú que mencionás sino también en este aspecto, que delimita no solamente las películas en sí, nuestro encuentro estético con ellas, sino también «la posición subjetiva» si se quiere del espectador contemporaneo, que es, al fin y al cabo, la de alguien que incluso en sus momentos íntimos está trabajando en servicio del tecnosistema, generando valor.
Un abrazo
Estimado: lo que decís me parece válido y coexiste con lo dicho por mí y está en consonancia con lo que dice Carla en su intervención, pero por otra vía. El problema de fondo es la emancipación del espectador, y esto excede al cine. Saludos. R
Siempre es un placer leerte, Roger, y algunas mañanas escucharte por la radio. Hay una especie de dictadura del relativismo cultural (en todas partes) que hace casi imposible desmalezar y encontrar un claro entre la profusión de mensajes vacíos, apurados, inocentes incluso, y me refiero a la capacidad de «opinar» de cualquier cosa en cualquier lugar y momento, aunque se toque muy por arriba. Bueno, eso, me fui largo, abrazo.
Muchas gracias por su comentario. Y no es retórico mi agradecimiento. Abrazo.
Hola Roger es siempre un gusto y un aprendizaje leerte o escucharte aunque creo que no acuerdo está vez. Pienso que la experiencia moderna del mundo no comienza hoy y solo con la técnica como su causa, si no que desde el comienzo del siglo pasado se viene gestando. Autores como Benjamín o Barthes, los mismos Adorno y Horkheimer lo advierten. El cinéfilo es una posición subjetiva que creo también se vino construyendo junto con la del público o ahora consumidor. Como su contracara. Son experiencias distintas frente al cine, pero no me parece una novedad la posición de quienes consumen cine si no quizás una expansión.
Estimada Eva:
Gracias por el comentario, primero que todo.
Añado algo breve: he leído y sigo leyendo a todos los autores que menciona. Lo que ellos desconocían era la digitalización del mundo, y acá sí observo un diferencial (acaso ontológico) con la época de publicación de esos textos proféticos que determinaron la teoría crítica del siglo pasado. De eso se predica algo más: la misma experiencia técnica acelera y consolida el concepto de consumidor.
Le confieso que nunca pienso en términos de coincidencia o discrepancia, así que no sabría decirle muy bien si mi respuesta es una o la otra. Lo que sí me interesa siempre es pensar junto con los otros. Y la respuesta, creo, va por ahí.
Saludos.
R