EL ETERNAUTA: INVASIONES, VERSIONES, VISIONES

EL ETERNAUTA: INVASIONES, VERSIONES, VISIONES

por - Ensayos
12 May, 2025 08:20 | comentarios
Algunas cuestiones sobre El eternatura, el cine argentino y la Historia.

1. Versiones

El Eternauta tuvo varias versiones ya como historieta, y luego varios intentos de adaptación al cine fallidos. Esas sucesivas capas son también parte de su historia, tanto como la de los contextos de su emergencia y el destino de su autor y protagonista. 

Juan Salvo y Héctor Oesterheld unen su destino ya desde el relato enmarcado de la primera parte, publicada en 1957 y renovada en 1969. Y en la segunda, publicada en 1976 – con Oesterheld ya escapando a su presentido final– conforman un dúo en el mismo viaje sin retorno. 

Juan Salvo está atrapado en un loop temporal, es un “viajero de la eternidad” buscando una salida, una fuga inesperada. Como el Blanqui prisionero de La eternidad a través de los astros, apela a variaciones de un mismo universo, en espera de recomponer benjaminianamente el pasado. Pues no se trata sólo de recuperar a su familia, sino la escena familiar que inicia su periplo: ese otro país posible que le (nos) fue arrebatado.

La historieta misma (publicada en sucesivas dictaduras, que van a terminar exterminando a Oesterheld y a sus cuatro hijas) se vuelve consciente de estar atrapada en el bucle de la historia argentina: 1957, 1969, 1976. Luego obra y autor entran en la inmortalidad, mientras en la posdictadura se suceden diversas aproximaciones que no se concretan. Las versiones previas de Aristarain y Martel son también sombras fantasmales que se superponen a la que Stagnaro logra finalmente filmar como serie, mientras la Argentina vuelve a sumergirse en otro bucle oscuro, con la certeza de que 1976 (el año en que El Eternauta se edita por primera vez como libro, mientras Oesterheld le da otro giro a la historia antes de desaparecer) es –como dice el mismo Salvo en esa nueva entrega–  “mucho peor” que aquella primera nevada mortal.

El eternauta

Stagnaro no podía prever el contexto en que aparece su versión, pero (como en el chiste que dice que si te vas una semana de Argentina no entendés lo que pasa, pero si te vas una o dos décadas volvés al punto de partida) siempre reaparece para dar cuenta de la destrucción a su alrededor: la patrulla perdida de Malvinas en Guarisove en pleno olvido menemista, Okupas anticipando la crisis de 2001, ahora este Eternauta en medio de una nueva invasión neoliberal. Sabemos cómo acaba la historia, pero aún falta otra temporada… Acaso cuando llegue extrañemos el final walshiano previsto por Martel, con los últimos sobrevivientes de la invasión remontando el Paraná.

2. Invasiones

1957 fue también el año de Operación masacre, y la curiosa fecha de Invasión: debidas respectivamente a un antiperonista que tuvo su camino de Damasco, y dos viejos gorilas que no pudieron evitar una lectura política de esa resistencia. Moraleja: nadie puede ser neutral, y es mejor hacerse cargo del contexto de tu texto. Stagnaro siembra su adaptación de referencias directas a la cultura y drama nacional (José león Suarez, Campo de Mayo, etc.), pero sin dejar de ser universal (pintando la propia aldea) y tirando centros para todos lados: su constante inclusión de referencias locales (una suerte de “argentinidad al palo”) es también un amuleto contra la disputa política (“somos todos argentinos”, podría haber dicho Darín, capaz de interpretar con el mismo brío a un represor y a su fiscal). 

Una lectura polémica debe empezar señalando la necesidad de discutir el dogma establecido por “El escritor argentino y la tradición”: “En el Corán no hay camellos”, dijo famosamente Borges, pero aquí casi no hay plano que no contenga un signo nacional. “No se va a escuchar ni cantar nada que no sea rock nacional; si se muestra la marca de un auto, va a ser un Torino; si el protagonista tiene un trauma, apelaremos a Malvinas; los planos de las locaciones incluyen siempre el nombre de la calle o una escenografía reconocible”, dice Gustavo Noriega, abominando del “color local” y el “costumbrismo”, dos de las prohibiciones más recurrentes de la crítica de cine en Argentina desde los años 90, que El Amante representó tan bien. De ahí el culto de Invasión (película estrenada el mismo año que la versión más politizada de El Eternauta), un film convertido en faro que alumbraría una modernidad lograda gracias a la renuncia a los lastres espacio-temporales. Pero si ni Borges ni Bioy pudieron evitarlos, tampoco lo hizo el cine argentino. Stagnaro no pretendió evitarlos en Pizza, birra, faso, sino apropiárselos desde los márgenes (como hacen sus okupas con el Obelisco). Pero este Eternauta llega treinta años después, de la mano de Netflix y una madurez que parece querer reconciliarse con el pasado.

El eternauta (2025)

Como la Invasión del joven Hugo Santiago, El Eternauta del ya veterano Stagnaro se centra en un grupo de adultos mayores en tensión con lo contemporáneo (representado en cada caso por sendas invasiones). “Lo viejo funciona”, dice uno de los diálogos más populares (el otro es ese “nadie se salva solo” convertido en tagline). ¿Rompe entonces ese neoconservadurismo exigido y alabado en el Nuevo Cine Argentino posdictadura, o lo prolonga en versión mainstream? ¿Es la victoria de lo local sobre lo global, o sólo es la mejor inflexión de lo glocal?

Aun cuando parezca ir contra la demandada abstracción, El Eternauta no parece romper del todo con la abstención (ambas palabras han sido usadas como descripción-prescripción por diversos críticos). Pese a sus previos reparos, Noriega resalta que “Stagnaro muestra una gran personalidad al desechar las lecturas políticas que se realizaron con la historieta, especialmente durante la época del kirchnerismo. No hay un ‘héroe colectivo’, como les gustaba decir, y la frase ‘nadie se salva solo’ la dice, para engañar a un amigo, un personaje cuya mente fue captada por los alienígenas. La realización se ajustó más a los códigos del género que a consignas políticas simplificadoras”. Aun forzando su lectura, la última frase se atiene a la verdad. ¿Se trata entonces de un avatar extremo del neoclasicismo de género, que ha invadido el cine argentino de la segunda generación pos NCA? (no hablamos sólo de cineastas volcados a diversos géneros, sino al modo en que también recurren a ellos autoristas como Rosselli y Moreno, por nombrar dos muestras recientes).

Stagnaro parece romper con la abstracción sólo para afirmarse en un modo más sutil de abstención. Por un lado, no teme nombrar, referenciar (porque esa es la esencia del Eternauta del ‘57, que parece ser su guía maestra). Por otro lado, parece quedarse corto frente a un presente político que es precisamente lo único que se evita enunciar, en un momento en que desde el poder se reniega de todo lo que la historia de Oesterheld (su vida y obra) representa. El arte siempre conserva su autonomía y ambigüedad, pero en tiempos en que la derecha se apropia con lecturas aberrantes hasta de aquellas obras que la combaten o critican, no estaría mal intentar no ser invadidos por el enemigo. Habrá que esperar a la segunda temporada, para ver adonde conducen las extrañas visiones de Juan Salvo, y la certeza de ese loop en que se encuentra atrapado…

3. Visiones

Salvo la presencia de esas huellas históricas que lo ligan al presente, todo está presente en esta versión de El Eternauta, incluida la posibilidad de diversas lecturas por derecha e izquierda (sobre el rol del ejército y la iglesia, por ejemplo). Lo que falta literalmente es la figura de Oesterheld, que enmarca la original y coprotagoniza la segunda parte, acompañando la radicalización del personaje… No se trata de un giro que se de en 1976, sino algo que está ya en el desarrollo de 1957 y su anticipación (de ahí la frialdad con que Darín puede caracterizar al personaje): es la historia de una radicalización inevitable, pero también la de una resistencia que va a ser derrotada. (Ahí es, desde ya, donde la segunda parte muestra su debilidad, con una suerte de final feliz que es una fábula reparatoria en ese 1976 en que la muerte no hace más que extender su dominio.)

Es cierto que, a diferencia de las ficciones postapocalipticas imperiales, en El Eternauta la violencia es defensiva, pero de ningún modo se la elude. De ahí las visiones, anticipaciones y flashforwards, que preanuncian la batalla. “Ya estuve aquí”, dice Juan salvo hacia el final de esta primera temporada. ¿ Déjà vu de lo porvenir, o ensoñación de viajero en pleno bucle temporal? ¿Acaso es todo un mal sueño del autor, que en 1957 es capaz de prefigurar 1976?). En El Eternauta de Stagnaro alguien lee la historieta, pero por ahora la autoconsciencia no pasa de ahí… 

El eternauta (2025)

Dice Stagnaro en una entrevista con Diego Lerer: “Yo me ceñí al primer Eternauta (…) creo que un montón de construcciones Oesterheld las formula después, así como aparecen segundas lecturas con las cuales uno puede estar de acuerdo o no, pero que a mí no me interesaron trasladarlas a la serie, porque creo que son externas al núcleo de la historia”. Detrás de esta elección política estaría la estética, de que “una cualidad que tiene la ciencia ficción pasa por dialogar con el presente desde un lugar político pero sin que eso esté expuesto de un modo panfletario en el relato. Entonces fue un trabajo de intentar que eso no me influya y mantenerme al margen, entre otras cosas porque siento que cuando un autor se vuelve muy consciente de eso la obra pierde interés. De hecho, El Eternauta 2 me parece menos interesante que la primera porque eso está demasiado en primer término”. Es más consciente, no más en primer término. Como cualquier lectura actual que se haga, incluso de la misma adaptación de Stagnaro. Por eso es extraño que el realizador afirme que “desde mi punto de vista, el Oesterheld que escribe el primer Eternauta es muy diferente al que a fines de los 60 empieza a atar cabos respecto a lo que hizo unos diez años antes. (…) Entonces siento que es un poco forzar la máquina pretender leer en eso algo prefigurativo de lo que vendría después”. Sin embargo, a punto seguido afirma que “por supuesto que esa es una de las cosas que complejiza muchísimo la adaptación, ya que por la historia de Oesterheld la obra quedó atravesada de lecturas y relecturas. Pero siento que El Eternauta sobrevive a todo eso por lo que es y por lo que está en el núcleo de la historia. (…) Siento que lo que tiene que estar en primer lugar son los personajes, las cosas que les suceden, la fragilidad de la condición humana y lo que hacen con todo eso”. La versión 2025 sería entonces un retorno a la versión de 1957, despojada incluso de la dimensión anticipatoria y autoconsciente que adquiría al estar el autor incluido en el marco del relato.

Pese a esa frialdad conceptual, este Eternauta cae como nieve en verano. Lo que no significa que su éxito tenga algún efecto político: Ya Argentina, 1985 demostró que puede no haber relación alguna entre ambas esferas. Pero las interpretaciones son demasiado libres en la Argentina de 2025, como para no preocuparse por ellas. El cineasta oficial Santiago Oria puede sostener tranquilamente que “El Eternauta no es el panfleto anti-Milei que querían los kirchneristas. Y es mucho más de derecha que el comic original. (…) Se incluye una escena en una iglesia como refugio, donde scouts y una monja son seres del bien, que se sacrifican por los demás. La gente útil es la que sabe de oficios y armas. El ejército argentino es solidario, patriótico y ninguno se vuelve tirano para tomar el poder”. La interpretación es básica y sesgada, pero algo de razón tiene Oscar Cuervo cuando lamenta la apelación a “tocar cuerdas sensibles profilácticamente: Mercedes cantando Gloria a Dios en las alturas, negra comunista en su única defección dedicada al folklore de parroquia”.

Este Eternauta habla desde ese amplio nosotros, como si pudiera reparar no sólo el estigma que pesa sobre el cine argentino (ese prejuicioso odio cultivado por los discursos antipopulistas, que luego festejan los éxitos logrados “sin el INCAA”) sino sobre una sociedad dividida: “quienes se muestran complacidos por El Eternauta testimonian una reparación identitaria: los argentinos biempensantes estamos aliviados: a pesar de Malvinas, el 2001 o un gobierno que ataca al cine argentino, podemos mirar una serie de Netflix” que nos une, resume Cuervo. Lo que este Eternauta elogia o prodiga es “la alianza de clase media y baja, marca de Stagnaro en sus ficciones y apuesta ideológica dentro de su proyecto”, como sugiere Natalí Incaminato. Pero habrá que ver como libra serie y adaptador con esos Body Snatchers que la consumen desde adentro (una de las marcas más profundas que Oesterheld dejó en y para la historia: los “hombres-robot” puestos al servicio de sus invasores). Mientras tanto, que algún nieto de Oesterheld esté mirando la serie sin saber su origen se conecta precisamente con esa trama oscura.

Posdata: Yo leí la historieta en plena dictadura. También a mí la segunda me pareció floja. No podía entender la conexión con el autor o la historia argentina. No sabía que Oesterheld estaba desaparecido, y menos que también sus hijas. Todo eso me fue golpeando como una revelación, porque la conexión emocional tenía sentido para el niño que entonces leía esas historietas con una madre “de viaje” que no iba a volver. Pero ya no hay modo de olvidarlo. Y El eternauta (obra y personaje) lo sabe. Acaso esta serie también termine finalmente por descubrirlo, cuando la esperable continuación vea la luz a 50 años del golpe de 1976.

Nicolás Prividera / Copyleft 2025