LA GOMERA

LA GOMERA

por - Críticas
05 Ene, 2020 01:56 | comentarios
Porumboiu nunca falla. Este film podrá ser "menor", pero es puro placer e inteligencia; otra película de uno de los mejores rumanos con una cámara.

Los placeres de la ficción 

Evasión y edificación: requerimientos, a veces leídos como opuestos, que se les adjudican a las películas y a las consecuencias de estas en la audiencia. El imperativo del entretenimiento no necesita explicación alguna; tampoco la reiterada función humanista del cine por la que se espera un mensaje en cada película, una discreta lección de vida que eleve el alma de los espectadores y que añada una respetabilidad que poco tiene que ver con el cine. En ambos casos, el placer es lo de menos; las persecuciones, las batallas y los tiroteos, como las escenas dramáticas en las que despunta un dilema de la conciencia, se desentienden del placer.

Si hay algo que prodiga de inicio a fin La Gomera es placer. Su liviandad indisimulada, una característica poco frecuente en el cine de Corneliu Porumboiu (Policía, adjetivo; El tesoro), cuyas películas combinan muy bien la indagación filosófica con el humor, es el tono que prevalece. El difuso tema de la trama pertenece al universo del noir. Hay mafiosos, policías corruptos, una femme fatale, traiciones y también una historia de amor.

La GomeraRumania-Francia-Alemania-Suecia, 2019

Escrita y dirigida por Guion Corneliu Porumboiu.

Lo que menos importa es quién es o qué sucederá con un tal Szolt, un hombre de negocios que está preso. En los policiales negros (estadounidenses), ese punto inicial es tan solo una excusa para desplegar una visión del mundo; en esto, La Gomera es enteramente fiel a la tradición clásica. En efecto, sobre los cimientos de un género completamente codificado, Porumboiu añade su idiosincrasia: el sigiloso sistema de control y vigilancia que ejerce la policía remite a otro tiempo de Rumania, más allá de que gran parte del filme transcurre en La Gomera, en las islas Canarias.

A la característica oscuridad de este orbe se le suma entonces un tema propio del director rumano: lo absurdo. En España, el policía debe aprender el “silbo”, una forma de lenguaje primitivo de los aborígenes canarios, los guanches. En varias ocasiones, los personajes, en vez de hablar, silban, y así logran eludir el espionaje sistemático por parte de la policía de Bucarest. Que el lenguaje silbado lleve subtítulo es una de las tantas genialidades discretas del film, un recurso que evoluciona en la trama a medida que el protagonista adquiere ese saber.

Pero no solo el policía solitario silba y toma distancia del lenguaje habitual hablado; el propio Porumboiu silba a través de los planos, porque el film fluye con el encanto que suele disponer a las personas a silbar, acción casi inconsciente que expresa un estado de ánimo. Eso es en sí el film, el placer del cine a secas, el de poder jugar con la ficción, el de elegir un género y probar lúdicamente variantes insospechadas, el de citar una película de John Ford porque se le da la gana al cineasta y el de concluir el relato en un jardín de Singapur en el que varias torres iluminadas acompañan como si fueran faros musicales las primeras estrofas de Carmina Burana. Después de ese epílogo, es fácil salir del cine silbando.