FICUNAM (18)

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por - Críticas, Festivales
18 Feb, 2011 01:21 | Sin comentarios

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE UNAM: FUNCIONES ESPECIALES

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El ilusionista / L’Illusionniste, de Sylvian Chomet, Inglaterra-Francia, 2010

Si bien no todos creemos en la inmortalidad del alma, asumir que todo lo que existe no vivirá para siempre no es afable. A veces, la lucidez es incompatible con el bienestar, de allí que cierta obstinación del instinto nos lleva a percibir el mundo, a quienes vivimos en él y nuestras prácticas como perennes. La ilusión que destituye El ilusionista es precisamente la creencia en la inmortalidad: la de ciertos oficios, modos de entretenimiento y estilos de vida.

Es 1959, y en un teatro parisino el ilusionista Tatischeff espera por hacer su habitual número de magia. Mientras, el público enloquece con una banda de rock: Billy Boy and the Britoons. Cuando el mago suba al escenario, la sala quedará semivacía, y los dos espectadores no quedarán encantados por la destreza de sus manos y las proezas que involucran a su conejo. Pero Tatischeff no se rendirá. Viajará a Londres, trabajará como mago de casamientos y teatros, llegará más tarde a una isla escocesa y luego se quedará por un tiempo en Edimburgo, en donde junto a una suerte de hija putativa (a quien adoptó en la isla) intentará sobrevivir ejerciendo su oficio.

En la segunda ciudad más importante de Escocia, Tatischeff verificará el fin de una época. Los datos están a la vista: un ventrílocuo alcohólico, un payaso suicida y unos acróbatas que han dejado el circo por la publicidad son personajes conceptuales de un mundo pretérito. Una vez más, Billy Boy and the Britoons vendrán por su lugar. En efecto: es el fin del music hall y el nacimiento del concierto de rock, o la sustitución de una forma de recreación por una nueva modalidad asociada al espectáculo. Esta tesis inicial se repite durante toda la película, y si queda alguna duda, el último plano, de un cartel de music hall que se va apagando, funciona como un certificado de defunción.

Tatischeff es el apellido original de Jacques Tati, uno de los cineastas más grandes de la historia del cine, el Chaplin de la modernidad cinematográfica. Aquí, como ya sucedía en Las trillizas de Belleville, el animador Sylvain Chomet le rinde homenaje, aunque en esta ocasión va un poco más lejos que una cita cinéfila: El ilusionista es una adaptación animada de un guión del propio Tati.

Se trata sin duda de una pieza amorosa. Tati dibujado casi tiene el efecto de una resurrección, de tal modo que en un pasaje menor en el que les abre a unos transeúntes la puerta de un restaurante, un gag maravilloso de Playtime, uno puede creer que es testigo de un milagro: Tati ha resucitado. Sin embargo, hay algo del universo de carne y hueso de Tati que se resiste a su traducción animada, un obstáculo ontológico, como si los gags y la comicidad lúcida de Tati necesitasen de su cuerpo y de los espacios urbanos: Tati entendió como pocos la relación entre espacio y experiencia física, o cómo la transformación de las ciudades implicaba nuevas adaptaciones corporales.

A diferencia de Chomet, Tati jamás cultivó la nostalgia, más bien su interés pasaba por descifrar el futuro y cómo éste modificaba el pasado. De allí, su vitalidad, su ingenio, su modernidad absoluta. Tati no reverenciaba ni un orden antiguo, ni un futuro promisorio, más bien profesaba una fe en el caos, su modo de conjurar todo sistema que redujera la experiencia viva a una mera repetición.

El ilusionista es una película diferente. Chomet, sin duda, es un gran dibujante. Los planos generales de las distintas ciudades y los paisajes marítimos y montañosos son bellísimos. Los rasgos físicos de todos sus personajes son graciosos y originales. En ese sentido, la superioridad de estos dibujos respecto de productos como Megamente y compañía es ostensible. Y si bien la oblicua crueldad del filme anterior de Chomet permanece aquí (casi) eclipsada por la dulzura de la letra de Tati, el gentil y hermoso mundo de aquel artista inigualable, sin embargo, puede resultar tan ajeno al público de hoy como sucede en el relato con el personaje frente a sus espectadores, para quienes el mundo del music hall es ya una estrella difunta. La magia ya no existe, se lee en una carta. O, dicho de otro modo, una modalidad del cine ya cumplió su vida útil.