EL PRÍNCIPE

EL PRÍNCIPE

por - Críticas
04 Feb, 2020 12:44 | Sin comentarios
Un drama carcelario en el inicio del tiempo más ominoso de la historia de Chile.

EN VÍSPERAS DE LA ERA DISCIPLINARIA

La voz de Salvador Allende suena en dos ocasiones. Se lo escucha en la radio, en el inicio y en el final, en ambos momentos transmitiendo esperanza y convocando a su pueblo a persistir en un esfuerzo histórico. Para el espectador chileno de hoy, el sonido de esa voz inconfundible puede ser tan espectral como enigmáticamente actual, no así para los presos de este drama carcelario situado un poco antes de que Allende empezara su mandato: disociados de cualquier acontecimiento político del mundo exterior, la supervivencia es su meta. En esa distancia entre el afuera y el interior del presidio reside la perspectiva del filme. En la cárcel apenas se puede desear y satisfacer un deseo, y lo que sucede del otro lado del muro pertenece a un universo alternativo. He aquí el propio límite del filme, de donde extrae sus mejores momentos e inhibe a su vez su potencial dramático.

Por un crimen pasional –y aquí el término sí es preciso y literal– que se explica a medida que avanza el relato (incluye algunos flashbacks), el joven Jaime termina en prisión. Ha matado a otro hombre, tan apuesto como él, del que estaba enamorado. En la penitenciaria, rápidamente, se lo bautiza como el Príncipe, y de inmediato es cortejado y sometido sexualmente por el Potro, el rey de esa celda y uno de los caudillos de la penitenciaría en la que duermen cinco en dos camas. Las condiciones carcelarias en aquella década desconocían cualquier requerimiento de un estándar de dignidad, aunque es probable que de aquel entonces al día de la fecha el progreso en la materia no sea des
lumbrante. Lo que es evidente, a juzgar por la propensión al sadismo machista delos guardias, es que la matriz autoritaria de antaño sigue teniendo sus cultores contemporáneos entre las fuerzas del orden. Lo bestial es aquí una estética.

El principe, Chile-Argentina-Bélgica, 2019.

Dirigida por Sebastián Muñoz Costa del Río. Escrita por Luis Barrales, S. Muñoz Costa del Río.

La relación asimétrica entre el Potro y Jaime luce en el inicio como un estereotipo del género, pero paulatinamente conjura el lugar común cuando entre ambos la relación de fuerza es sustituida por una forma de cariño entre hombres que solamente puede surgir en el clima de desaliento y desamparo que determina la vida detrás las rejas. En este sentido, el gato del Potro, llamado Platón, puede ser leído como una cifra de ese vínculo. En el personaje que interpreta Alfredo Castro, un hombre adulto y ya envejecido, palpita algo de un Sócrates del instinto, un maestro que seduce a los jóvenes, imparte algo de sabiduría y recibe a cambio caricias y ternura. En algún momento, el Potro esboza algún que otro silogismo primitivo; por su parte, Jaime aprende, como se puede verificar en la escena de cierre.

La cantidad de genitales masculinos que se pasean en pantalla en El príncipe debe constituir un récord para el cine chileno y también latinoamericano. Aquí, el pene dista de ser un decorado fisiológico, y no hay vergüenza alguna por parte de los intérpretes de mostrarse desnudos y listos para la acción. Castro, Juan Carlos Maldonado (Jaime) y varios más, entre ellos, Gastón Pauls, tienen escenas de sexo en las que se simula bastante poco. El convencimiento del elenco al respecto es ostensible, y nadie podrá juzgarlo irrelevante o impertinente para la consistencia del relato. Es que el erotismo homosexual en la cárcel pertenece distintivamente a una época, del mismo modo que los objetos, la indumentaria, los peinados y la elección cromática general remiten fielmente a la década de 1970. El príncipe se sostiene en la interacción afectiva y sexual de sus protagonistas, en un laborioso concepto de diseño y en las convincentes interpretaciones de casi todos los actores.

Y, sin embargo, algo raro sucede con esta ópera prima de Muñoz. No solamente sus personajes están presos; el filme, en cierta medida, también está privado de libertad. La escisión, aludida en el inicio, entre el encierro y el afuera, conduce al propio filme a un callejón sin salida, donde el tiempo evocado requeriría un plus o algún indicio de época, acaso un gesto de rabia, más allá de la mezquindad y la solidaridad que pueden ordenar las conductas de los condenados.


*Este texto fue publicado con otro título por Revista Ñ en el mes de febrero de 2020. 

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