EL CANON NACIONAL DE NICOLÁS PRIVIDERA

EL CANON NACIONAL DE NICOLÁS PRIVIDERA

por - Varios
25 Jun, 2008 12:30 | comentarios

Estimados lectores:

Mañana se cumple un año del inicio del blog, al menos desde nuestra mudanza a WordPress. La experiencia previa en Blogspot fue buena y duró un año y medio. Es decir que hace más de dos años y medio que sostengo casi solitariamente este espacio en la red, el de los Ojos abiertos.

Como dice el subtítulo del blog, este lugar literario y crítico pretende reunir críticas cinematográficas, crónicas de festivales, entrevistas, ensayos sobre cine, así como también suministrar la información pertinente de las funciones de los cineclubes que dirijo desde el 2001 en las sierras de Córdoba. Puedo afirmar, me parece, que, tras un año de existencia, se ha cumplido con el objetivo.

Sostener un espacio sin fines de lucro no es común, y en los tiempos que corren cuesta muchísimo. Si bien escribo en La Voz del Interior, Quid, Prometheus y a menudo colaboro con La lectora provisoria, trabajo, cuando no estoy viajando a festivales (o a Córdoba para ir a los cines y dar clases), desde una casa muy pequeña en la cima de una montaña ubicada en Cruz Chica, Córdoba. Es un hogar ideal para ermitaños, pues ni la red ni el teléfono llegan hasta aquí. Es por eso que no puedo actualizar diariamente, a toda hora, o subir los comentarios ni bien se escriben. Así, dos veces por día voy a un bar llamado El andén, nada fashiony muy localista, pero que ofrece servicio WIFI. Allí subo las notas, las corrijo, las edito y respondo cuando es necesario.

En fin, ha pasado un año y el blog sigue creciendo; a veces impulsado por la generosidad de otros blogs o páginas, como La lectora provisoria y Otros cines, cuyas menciones respectivas han elevado considerablemente la cantidad de entradas diarias. También ha ayudado el aporte casi regular de Nicolás Prividera; muchos cibernautas llegan hasta aquí por sus ensayos. Más allá de eso, me honra tenerlo como amigo, además de ser un colaborador excepcional que mejora indiscutiblemente mi intento de tener un blog con cierto nivel de calidad.

Hace un año largué esta etapa de Ojos abiertos con un top ten del cine estadounidense, a propósito de un pedido de mi jefe de redacción de Espectáculos de La Voz del Interior, Carlos Schilling, en consonancia con la nueva lista del AFI. Al subirlo al blog decidí agregar mis 10 películas favoritas del cine internacional. Fue el primer post.

A un año, voy a sumar dos categorías nuevas relacionadas con esa práctica supuestamente banal de hacer listas (pero que denota también un rasgo reconocible de cinefilia): serán El canon nacional y el canon internacional.Así, invitaré a distintos amigos y conocidos (críticos, cineastas, actores, etc.) a que publiquen, con o sin comentarios, sus 10 películas preferidas, tanto nacionales como internacionales. A mi modo de ver, confeccionar listas, elegir películas, pensar, por consiguiente, la historia del cine, es un modo de problematizar el canon, el sistema de organización no escrito pero efectivo que selecciona cuáles son las películas que de algún modo responden a la pregunta de Bazin, ¿qué es el cine?

Larga Prividera (casi a pedido del público). Una vez más demuestra que además de ser un gran cineasta es un crítico (e historiador admirable). Y seguirán otros y otras firmas, así lo espero.

Gracias por visitar la página.

Roger Alan Koza

EL CANON NACIONAL DE PRIVIDERA

SELECCIÓN ARGENTINA

Por Nicolás Prividera

1. Prisioneros de la tierra, Mario Soficci, 1939.

2. Pampa bárbara, Hugo Fregonese, 1945

3. La casa del ángel, Leopoldo Torre Nilsson, 1957.

4. La hora de los hornos, Fernando Solanas-Octavio Getino, 1968.

5. El dependiente, Leonardo Favio, 1969.

6. Invasión, Hugo Santiago, 1969.

7. Los traidores, Raymundo Gleizer, 1974.

8. Tiempo de revancha, Adolfo Aristarain, 1981.

9. Juan, como sin nada hubiera sucedido, Carlos Echeverria, 1987.

10. La ciénaga, Lucrecia Martel, 2001.

Aunque el orden no está dado por la importancia «subjetiva» sino por la cronología (porque toda película paga tributo a la Historia, y a la historia del cine), lo primero que uno experimenta, al entregarse al juego de intentar un listado de «mejores» películas argentinas, no es tanto la dificultad de resumir en un puñado de films una historia compleja (que va del «realismo» dominante a diversas rupturas estilísticas), sino cuál es el criterio que la preside, ya que las películas más importantes no son necesariamente las más representativas (el documental, por ejemplo, no debería ocupar un lugar secundario). Es la naturaleza misma del «canon» lo que está en juego, y eso se ve claramente en un cine como el argentino, que no puede sino replicar las crisis del país: si las películas de «la edad de oro» responden a un criterio más claramente canónico es porque sus condiciones de producción así lo permiten (en el mejor de los casos, porque hablamos de una industria en formación; en el peor, porque no conocemos de primera mano el cine silente y la mitad del sonoro, irremediablemente perdidos) mientras que las películas posteriores al ’55 están atravesadas por la inestabilidad política y económica (y muchas de las más significativas -como tres de mi lista de diez- hechas en la clandestinidad o jamás estrenadas). En base a lo antedicho, extiendo aquí abajo el numero canónico a 22 títulos (para ofrecer un equipo más armado y un panorama mas abarcativo, aunque quede casi enteramente afuera un genero como la comedia, que daría para un canon y discusión apartes, por su extensión y usos populistas y/o autoritarios), tratando de explicar brevemente el sentido de cada inclusión:

1. La vuelta al nido, Torres Ríos, 1937: habitualmente catalogado como un caso de neo-realismo criollo avant la lettre, esta breve y feliz épica cotidiana puede ser considerada la primera (y más querida) historia mínima del cine argentino.

2. La fuga, Luis Saslavsky, 1937: una de las primeras aproximaciones argentinas al cine policial (cuando el género aun estaba en formación), le permite a Saslavsky realizar un notable ejercicio narrativo (no exento de pasos de comedia que hoy parecen fuera de lugar, pero que entonces no eran ajenos a la libertad formal de ese primer cine), que fluye con una ligereza e intensidad inéditas (incluso para muchas de las acartonadas películas que vinieron después).

3. Prisioneros de la tierra, Mario Soficci, 1939: primigenia y notable adaptación de Horacio Quiroga, en un eficaz drama realista. Un film ejemplar: una muestra de lo que un cine argentino con vigorosa industriosidad (nacional y popular) pudo ser y no fue (perdido entre producciones más numerosas que categóricas, entre adaptaciones mas exteriores que profundas, entre films olvidables de un período inolvidable).

4. Pampa bárbara, Hugo Fregonese, 1945: junto a La guerra gauchade Lucas Demare forman el díptico clásico sobre el siglo XIX que fundó y clausuró el western criollo (si los norteamericanos hicieron de su «conquista del desierto» un género, en Argentina nunca se lo pudo poblar, tal vez porque -como el desierto mismo- quedó en manos militares). Aun hoy, aunque la visión sarmientina sea políticamente incorrecta, la fordiana épica de Fregonese sigue imponiéndose por la fuerza.

5. Las aguas bajan turbias, Hugo Del Carril, 1952: en la senda de Prisioneros de la tierra, Del Carril funde melodrama y crítica social, en lo que pudo haber sido la matriz del cine peronista (si tal cosa hubiera existido). Otra gran película sin descendencia, en lo que ya es una tradición del cine argentino (habrá que esperar 25 años para ver sus efectos en Quebracho o La patagonia rebelde).

6. La casa del ángel, Leopoldo Torre Nilsson, 1957: música atonal y tratamiento moderno para narrar la privilegiada decadencia de una clase, con libro de Beatriz Guido y bajo el influjo de Silvina Ocampo. (Uno de los comienzos más sugerentes del cine argentino, como no podía ser de otro modo en una película que se propuso un nuevo comienzo.) Pero ni La mano en la trampani Fin de fiestasuperaron esta formulación inicial, y Torre Nilsson enfrentó su propia decadencia (de la que sólo saldría de a ratos, como en su impetuosa adaptación de Boquitas pintadasde Manuel Puig).

7. Tire dié, Fernando Birri, 1958: Birri se ganó su lugar en la historia con este cortometraje documental que mostraba con crudeza la pobreza que nadie quería ver, y que cincuenta años después se ha convertido (como la película misma) en una realidad consentida que ya no parece inquietar a nadie.

8. Alias Gardelito, Lautaro Murúa, 1961: vida, pasión y muerte de (apenas) un delincuente. Murúa, que el año anterior había retratado el mundo rural en Shunko, logra una aproximación a los bajos fondos urbanos que (en la senda de El secuestradorde Torre Nilsson) redescubre el realismo sucio para el cine nacional.

9. Circe, Manuel Antín, 1963: junto con La cifra impar, esta película representa la etapa modernista de Antín: la adaptación de la vanguardia europea a través de la adaptación de Cortázar (nuestro hombre en París). Luego vendría su repliegue en films «históricos» y adaptaciones gauchescas, frente a la inestabilidad industrial y política. El derrotero entre ambas fases ilustra la asfixia del «Nuevo Cine Argentino» de los ’60, la distancia entre sus grandes esperanzas y sus imposibilidades.

10. Pajarito Gómez, Rodolfo Kuhn, 1965: estilizado humor (negro, por supuesto) en un cine argentino que usualmente enfrentaba la comedia ligera con la seriedad de «los jóvenes viejos»: este retrato del ascenso de un cantante popular (o de su fabricación por la industria del entretenimiento) demuestra que el talento satírico puede ir de la mano con una puesta en escena rigurosa. (El final, en el velorio donde todos bailan «En el año 2000», es uno de los mas gozosamente bizarros de todo el cine argentino.)

11. Breve cielo, David Kohon, 1968: Breve cieloes deudora del Truffaut de la saga Doinel (del mismo modo que todos los posteriores films argentinos sobre adolescentes perdidos son deudores de Breve cielo), pero Kohon hace rato venía haciendo un cine de encrucijadas existenciales, demostrando (con personajes inevitablemente prisioneros de su clase, de su historia, de su visión del mundo) que el cine «intimista» no necesita renunciar a lo político.

12. La Hora de los hornos, Fernando Solanas y Octavio Getino, 1968: como sucede con Potemkim, la paradójica enormidad de La Horaes que conserva su poder persuasivo mucho tiempo después de pasada la Historia (porque las injusticias que le dieron origen siguen intactas y aumentadas, aunque la insurrección que proponía haya sido violentamente arrasada). Enorme fresco de un paisaje antesde la derrota, La hora… es la exposición latinoamericana de «la pasión de lo real» (según la definición de Alain Badiou) que atravesó el siglo XX.

13. El dependiente, Leonardo Favio, 1969: seguramente hay mas vocación canónica en Juan Moreira, pero una vez más hay más fuerza en un film aparentemente «menor», pues  la película más oscura de Favio puede ser vista como una alegoría de «lo siniestro» de la Argentina profunda. Repito aquí una posible lectura alegórica: el patrón sería la tradición del cine argentino (una versión oscura de Torre Nilsson). La señorita Plasini, el Nuevo Cine Argentino de los ’60 (no en vano Graciela Borges es su cara más reconocible). Y el dependiente Fernández (que mata a «El jefe» para casarse con «Circe»), el mismo Favio. Su herencia imposible (la herencia de ese amor estéril condenado al fracaso) es el cine argentino que no fue (el que languideció bajo las dictaduras que siguieron al peronismo).

14. Invasión, Hugo Santiago, 1969: los guionistas Borges y Bioy tal vez nunca pensaron en las lecturas políticas que generaría esta película, aunque tampoco ellos lograrían sustraerse a las lecturas políticas que luego se hicieron de sus libros de entonces (Diario de la guerra del cerdo y El informe de Brodie) atravesados por una violencia inusitada, pero la posibilidad alegórica no podía estar ausente al representar, en una innombrada pero reconocible Buenos Aires, el agónde una resistencia secreta destinada al fracaso. Otro film literalmente «fuera de serie».

15. Los traidores, Raymundo Gleyzer, 1974: este film clandestino y cuasi secreto es una de las películas más logradas de los ’70 o sobre los ’70 (y es seguramente la única lograda de y sobre los ’70). Veinte años de historia (de la caída del ’55 al poder obrero de los ’70) a través de la deconstrucción de la figura de un trabajador devenido «burócrata sindical». Rigor documental y energía dramática en un film extrañamente más político que militante.

16. Tiempo de revancha, Adolfo Aristarain, 1981: el film que hizo salir al cine argentino de las miserias de la dictadura sigue distinguiéndose por merito propio: junto con Últimos días de la víctima, también de Aristarain, es uno de los pocos films argentinos de principios de los ’80 que sobrevivieron el paso del tiempo, no sólo por el talento clásico de su director (que remite a lo mejor del cine clásico argentino) sino por su enorme honestidad intelectual (el rigor y la valentía de proponer, bajo un aparente realismo, una extraordinaria alegoría sobre la represión).

17. Esperando la carroza, Alejandro Doria, 1984: sí, es teatro filmado, pero la puesta en escena de Doria fluye como en las buenas comedias italianas, y el compacto cast entrega una galería de personajes salidos del grotesco criollo que, con sus líneas memorables (¿quién no recuerda el «¡tres empanadas…!» de Brandoni?), ilustran para siempre esa Argentina que quería reírse, aun de sus miserias, en los primaverales días de la post-dictadura.

18. Gombrowicz o la seducción, Alberto Fisherman, 1985: los discípulos de Gombrowicz se reúnen para evocar la sombra de su maestro y son poseídos por su extraña presencia: ¿documental o ficción? En el límite entre ambos, Fisherman hace su propio testamento cinematográfico (un film sobre «la angustia de las influencias») antes de disolverse en una seguidilla de comedias amables (que fueron, por supuesto, éxitos de público ajenos al fracaso de este film secreto).

19. La película del rey, Carlos Sorín, 1986: reminiscencias de Fellini y Favio (de Fellini pasado por Favio) para una película que redescubre tres territorios relegados por el cine argentino: la pequeña gran épica del cine (dentro del cine), la esperanza de crear en el desierto, y (last but not least) el profundo sur.

20. Juan, como si nada hubiera sucedido, Carlos Echeverría, 1987: la mejor película sobre la última dictadura no podía sino ser un film maldito (jamás estrenado) y un documental ejemplar (porque es a la vez testimonio de su historia y de la Historia). La investigación sobre el único desaparecido de Bariloche le sirve a Echeverría para  indagar en la culpa de una comunidad que representa a la Argentina: su efecto perturbador lo consigue sólo con mostrarnos el hilo de complicidades que se van develando de entrevista en entrevista (de confesiones excusatorias a culpas inconfesas), y cómo la minuciosa reconstrucción de los hechos termina con los asesinos «probados pero sueltos» (como diría Walsh, inspirador de este documento impresionante).

21. El lado oscuro del corazón, Eliseo Subiela, 1993: sí, Subiela quedó afuera del canon hace rato, pero esa caída ilustra precisamente las mutaciones del cine argentino: hay que recordar que sus primeras películas (hasta No te mueras sin decirme a dónde vas, digamos) intentaban ocupar un lugar vacante (frente al agotamiento del aun vigente «Viejo Cine Argentino») y que en ese contexto eran vistas como innovadoras (¡hasta El amantele dedico su tapa a El lado oscuro…!): Subiela es el mayor ejemplo de los realizadores de la generación intermedia que querían trascender el paradigma realista pero no podían dejar de repetir (aun en plan surrealista-kistch) su acartonamiento, y esta película marca en cierto modo ese límite: es la última película «buena» del «Viejo Cine Argentino» porque (al igual que su protagonista, un poeta que quiere escapar de su vida publicitaria) extrema su fallida rebelión hasta el agotamiento y fracasa donde parece triunfar. Luego vendrían las Historias breves (1995), Pizza, birra y faso (1997) y Mundo Grúa (1998 a fundar lo que se llamó «Nuevo Cine Argentino» (que encontraría sus propios límites: pero esa es otra historia…)

22. La ciénaga, Lucrecia Martel, 2001: un estilo que se despega del «costumbrismo» habitual en el cine argentino a la vez que toca el núcleo siniestro de una Argentina alienada. Podríamos decir que La ciénagatiene la misma relación con el cine y con la Argentina que la que tuvo El dependiente con los ’60. Es decir: que el enorme talento de Martel bastaría por si solo para justificar la existencia de ese ente llamado «Nuevo Cine Argentino», aunque en cierto modo le es tan ajeno como el de Favio lo era a su propia generación.

FOTOS: Nicolás Prividera y RK en Filmfest Hambug, septiembre 2007; 2) NP en Hamburgo; 3) Fotograma de La ciénaga; 4) fotograma de Las aguas bajan turbias; 5) Póster de La hora de los hornos; 6) Adolfo Aristarain.

Copyleft 2008 / Nicolás Prividera