DOS DISPAROS

DOS DISPAROS

por - Críticas
14 Nov, 2014 10:43 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

EL PÉNDULO DE REJTMAN

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Dos disparos, Argentina-Chile-Holanda-Alemania, 2014

Escrita y dirigida por Martin Rejtman

*** Hay que verla

La cuarta película de Rejtman es mucho más compleja de lo que parece y no menos paradigmática que sus películas previas para pensar la totalidad del cine argentino reciente. 

Imagínese el movimiento mecánico de ese dispositivo llamado “péndulo de Newton”. La hermosura mecánica del artefacto puede en parte explicar el funcionamiento de Dos disparos. Justamente después de que esas dos balas a las que se refiere el título atraviesen el estómago y la cabeza del protagonista, se dispara un conjunto de acciones y reacciones entre los personajes que pone en funcionamiento la película-péndulo de Rejtman.

¿Puede una comedia empezar con un suicidio fallido? Sí, sobre todo porque, en este caso, el intento de quitarse la vida no responde a un malestar existencial intolerable debido al cual dejar de respirar suponga dar fin al sufrimiento. La única variable explícita aquí es un calor insoportable. Pero, más importante aún, ¿puede una comedia producir una forma de comicidad que atente contra la explosión de la carcajada? En Dos disparos, el humor se asordina, pues cada gag está signado por su fugacidad. Los más evidentes tienen lugar en un diván y en la entrada de un edificio que cuenta con un detector de metales. El resto son casi imperceptibles.

Si el título parece anticipar un policial, a esta altura no sólo quedará claro que no será así. No se tratará tampoco de un filme psicológico sobre la angustia adolescente. Una semana después de los disparos, Mariano volverá a la casa materna. Ella y su hermano Ezequiel tomarán los recaudos necesarios para que nada raro vuelva a ocurrir. Pero esto será un detalle, ya que el relato empezará a girar tanto alrededor de la vida de Ezequiel como de la de su madre. Nada trascendental sucederá: Ezequiel quizás se enamore de una empleada de un restaurante y la madre, después de unos sedantes, dormirá por unas 72 horas (una escena materialmente hermosa). Mientras tanto, Mariano volverá a ensayar con su cuarteto de vientos. Un poco más tarde, inesperadamente, nuevos personajes que abren un juego intergeneracional empezarán a poblar el relato: la profesora de música de Mariano, un nuevo integrante del cuarteto, una mujer con tres hijos, dos parejas adultas. Y casi todos empezarán a viajar a la Costa Atlántica. Irán y vendrán sin una finalidad precisa que los mueva. Con gran astucia y precisión, Rejtman evita el lugar común de inducir a propósito de los viajes una comparación por contraste entre la monotonía de la vida urbana y la serenidad de la vida natural. En este sentido, lo que sucede con los espacios abiertos es ostensiblemente peculiar. Los planos generales suelen succionar el horizonte, como si una lógica centrípeta estableciera la imposibilidad del afuera. Los edificios se registran en contrapicados, una sala de cine apenas deja espiar su localidad, el departamento y la casa de veraneo quedan desplazados del territorio en el que están. Una forma lógica de filmar esos viajes a la costa hubiera implicado una panorámica que diera cuenta de la locación. Hay aquí una férrea voluntad en la puesta en escena de materializar una distancia del orden público que se detecta como intrusión.

Así descripta, se podría pensar que Dos disparos es una comedia costumbrista independiente. De ningún modo, pues este filme es, en todo caso, una comedia conductista. El lenguaje opera como una forma de coordinación de los actos propios y conjuntos, y es siempre un fenómeno exterior (y tal es, de hecho, la naturaleza del lenguaje), incluso cuando la voz en off de dos personajes se entrometa en una zona indefinida entre el orden de lo diegético y de lo extradiegético. En efecto, esos parlamentos ocasionales jamás expresan estados mentales, solamente son dispositivos poéticos de los que se vale el film. Estamos ante un conductismo lírico generalizado que se aplica a la relación que se establece entre los hombres y los objetos. El revólver, los teléfonos, la cortadora de césped, los instrumentos musicales provocan, por lo general, una respuesta mecánica de los usuarios. El objeto es un útil para una acción concreta, más que un fetiche sustitutivo de algo que falta y se conjura por la posesión. Aun así, los objetos tienen, además, una función de utilidad de otro orden: determinan gags y unifican las acciones. Todo lo que sucede con el revólver es el mayor indicativo de esta apropiación poética de los objetos. La aparición del arma de fuego, los intentos de ocultamiento, la persistencia en volver a escena y la fabulosa secuencia humorística en clave policial en la que la madre le pasa el revólver a Ezequiel en la intersección de una calle vista a través de un plano general en picado como cierre de la escena, sirven para detectar el funcionamiento narrativo de las cosas. He aquí la fuerza apabullante de la poética de Rejtman.

Ningún director está obligado a abrirse a lo político e histórico y representarlo como tal, pero no obstante el peso del tiempo y las contradicciones sociales suelen permear la diégesis de cualquier película. Los comportamientos, los intercambios intersubjetivos e incluso los objetos siempre dicen algo que trasciende la obediencia a un guión y la puesta en escena. En cierto modo, un film es siempre político, porque en última instancia la puesta en escena no puede superar el a priori político que organiza cualquier mirada. En Dos disparos los personajes se mueven en un espacio vital purificado de todo signo del presente. Habría aquí una voluntad explícita de Rejtman por dejar afuera un mundo demasiado complejo para hacerlo ingresar en este laboratorio amoroso en el que transitan sus personajes. Es por eso que, por momentos, Dos disparos es un film que transcurre en un no-tiempo y un no-lugar. La única inscripción histórica será una referencia ambivalente a la década del ’70 , mención por la que ese tiempo maravilloso de libertad y justicia podría no haberlo sido. Un poco después se hablará de estafas y corrupción, pero no se generalizará sobre esos actos, más bien todo lo contrario, ya que remiten a cuestiones vividas por los personajes. La impureza mayor viene del lado de un personaje que estuvo preso. Es que Dos disparos pretende negar sistemáticamente, tanto en su forma como en su retórica, su vínculo con el costado bruto y conflictivo de lo real. Tal vez se trate de un límite del cine de Rejtman, propio de un director interesado en una zona particular de la experiencia humana, interés que parecía superado con inteligencia y sensibilidad en Copacabana, su película más extraña hasta la fecha, una verdadera singularidad en su filmografía. El pliegue de Dos disparos sobre sí, la fuga hacia el espacio doméstico y privado es, indudablemente, una decisión tan personal como política.

Inesperado apunte sociológico: lo que va tomando forma es un modo de estar en el mundo, que abarca un espectro generacional amplio de una clase específica, cifrado en la transitoriedad y en un tono emocional bastante parecido a la ataraxia, acaso una virtud involuntaria de los personajes. El film culmina con un plano en el que se divisa un póster de Gravedad. Es el contraplano secreto y espiritual de Dos disparos, una película sobre la ingravidez del espíritu.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de noviembre de 2014

Roger Koza / Copyleft 2014