CANNES 2011 (08): LOS APOCALÍPTICOS

CANNES 2011 (08): LOS APOCALÍPTICOS

por - Críticas, Festivales
19 May, 2011 01:33 | comentarios

Por Roger Koza

No había ningún asiento libre en la gran sala Lumière. La expectativa era inmensa: Lars von Trier, el niño terrible de Dinamarca, había imaginado el fin del mundo en su nueva película, Melancholia. Un planeta llamado Melancolía, oculto detrás del sol, colisiona contra el planeta Tierra: ésa es la premisa cósmica y apocalíptica que articula el nuevo film del director de Bailarina en la oscuridad y Contra viento y marea.

Como sucedía en El anticristo, un prólogo audiovisual antecede al relato. Suena “Tristán e Isolda” de Wagner y un conjunto de planos fijos, en su mayoría en un ralentí hiperbólico, sintetiza una profecía y un temple de ánimo. Un plano sobre el rostro de Justine (Kirsten Dunst) es lo primero que se ve. El semblante no transmite precisamente felicidad. En una lentitud obsesiva se divisa una lluvia de pájaros muertos cayendo del cielo. Un caballo se desploma hacia atrás mientras la aurora boreal opera de fondo. Un jardín gigante, un reloj inmenso, el planeta Melancolía visto desde el espacio, la Tierra, eso se ve y mucho más. Los movimientos son mínimos. Algún mal intencionado podrá pensar que está viendo una publicidad de crema de enjuague, pues las cabelleras de Justine y Claire (Charlotte Gainsbourg), hermanas en la película, se deslizan en el espacio. No es en blanco y negro como en El anticristo, y tampoco se ve un primerísimo plano de una penetración, y menos aún el suicidio de un niño y su osito. Esta publicidad de auteur resulta placentera de ver. Hay un plano en profundidad de campo admirable: un niño corta una rama y su tía, Justine lo mira desde cierta distancia. La realidad en su conjunto desacelerada es misteriosa, frágil, probablemente esta última descripción sea la clave del film. De todos modos, publicidad o cine, es lo mejor de Melancholia, pues von Trier es un director capaz de capturar instantes sublimes, a pesar de ninguna película suya ha podido hasta hoy sostener sus logros.

Luego se desarrollará el relato, dividido en dos partes. El primer capítulo se titula “Justine”: aquí, el centro narrativo gira en torno a la fiesta de boda de Justine, organizada por su hermana en la mansión de su marido, un millonario (Kieeker Satherland). Justine padece de melancolía y, en un día en el que todo parece perfecto para ser feliz, habrá varias disputas familiares y una sorpresa: la melancolía es una conformación emocional sustenta en la ausencia, una estructura ligeramente incompatible con el hecho de amar.

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Melancholia

Este pasaje remite en demasía a La celebración, una de las películas más sobrevaluadas y ordinarias del redescubrimiento o la invención del cine independiente global, de un discípulo de la casa, Thomas Vinterberg. ¿Es una remake en inglés, menos racista y más neurótica, aunque la misantropía se pavonea como en aquel primer filme del ridículo Dogma 95?

Si la primera parte trata sobre una depresiva, la segunda parte, titulada “Claire”, se focaliza en una obsesiva, la otra hermana, aunque su preocupación esencial es atendible: ¿y si los científicos se han equivocado y el planeta se estrellará contra nuestro planeta azul? El fin del mundo está cerca y, cuando se compruebe el ineluctable destino, las dos hermanas y el hijo de una de ellas construirán una cueva mágica imaginaria y esperarán el apocalipsis unidos por el amor.

En la conferencia de prensa von Trier insistía en que no era un filme sobre el fin del mundo sino sobre un estado de ánimo (después diría las barbaridades sobre los nazis y su propuesta canchera sobre la solución final a los periodistas). También se insistía como si se tratara de una verdad revelada que von Trier era un director que exploraba como pocos la subjetividad femenina. Quizás de un modo perverso, algo de eso sí se puede rastrear en El anticristo; las otras películas no son precisamente odas al sexo (que no es) débil: son violadas, encarceladas, colgadas, golpeadas, ninguneadas. Von Trier, por otro lado, no deja de señalar cómo él mismo padeció este sentimiento que el film intenta plasmar. Y el fin del mundo, si hay que tomar en serio al realizador, consiste en denotar el carácter contingente del cosmos. El principio de regularidad de la naturaleza ya no es del todo confiable.  Hoy es un tsunami, mañana un planeta desconocido. La naturaleza es impredecible, no así Lars y sus poses.

Roger Alan Koza / Copyleft 2011