YO NO ES OTRO

YO NO ES OTRO

por - Críticas
21 Ago, 2021 04:12 | comentarios
El buen retrato sobre el pintor Remo Bianchedi revela que detrás de cámara existe un director con una mirada.

EL HOGAR DE LOS COLORES

“Del amarillo y el azul se hablaría siempre como de colores plebeyos, del verde y el rojo como de colores patricios. Preguntado sobre lo que tienen de común una mancha roja y una mancha verde, un hombre de nuestra tribu no dudaría en decir que ambos eran patricios”. Un poco más adelante, dice Wittgenstein en Los cuadernos azul y marrón: “También podríamos imaginar fácilmente un lenguaje (y esto vuelve a significar una cultura) en el que no existiese una expresión común para el azul suave y el azul oscuro y en el que el primero fuese llamado, por ejemplo, «Cambridge» y el segundo «Oxford». Si se preguntase a una persona de esta tribu lo que tienen de común Cambridge y Oxford, se inclinaría a decir «Nada»”.

La cita de unos de los grandes filósofos del siglo XX podría haber sido un diálogo al paso entre el artista plástico Remo Bianchedi y Mariano Sappia, un amigo y colega que lo visita en la casa en la que vive el pintor desde hace mucho tiempo en Cruz Chica, Córdoba. En un momento, sentados en el patio y mirando el atardecer, los amigos discuten sobre matices y nombres del verde. Ese diálogo es el de una tribu, la de los pintores, que el propio Bianchedi, en un episodio posterior de la película dialogando imaginariamente en una carta con Macedonio Fernández, dice que le resulta ajena. Ambos episodios en Yo no es otro, título homónimo de un libro del pintor y que remite a su vez a la abstrusa frase de Rimbaud “Yo es otro”, constituyen dos instancias en las que la palabra cumple un rol destacado. No es la regla, porque este retrato breve y estéticamente justo prefiere la austeridad discursiva. Mostrar, no decir, esa es la poética de la película. 

Yo no es otro comienza con un día entre otros en la vida del pintor. Bianchedi se despierta, desayuna y toca el teremín. El instrumento de origen ruso, cuyo timbre característico signó las películas de alienígenas, es una cifra del personaje. Bianchedi es un típico artista del siglo pasado, lo que no quiere decir que sus cuadros sean anacrónicos o que consignen en sus líneas y colores un siglo muerto. Lo poco que dice en cámara y lo mucho que se ve en los planos muestran un hombre que glosa una época en la que existieron vanguardias y en la que hubo violencia política. Los signos de ese tiempo están dispersos en esa casa situada en el monte: en su modesta y hermosa estructura, en los libros, en los objetos, incluso en la ropa del pintor. La memoria estética de Bianchedi reside en ese tiempo y alcanza al presente. Por otro lado, la vigencia de su pintura es inerme ante el estéril concepto de novedad.

El retrato de Santiago Sein es circunspecto y se sostiene en los detalles. A Bianchedi se lo ve observar, escribir, hacer música, lavarse los dientes, dialogar con sus amigos, leer o simplemente estar. La cámara recoge los colores de la casa y en las acciones mínimas anida la obra en potencia. Con esto basta para que el espectador delinee a su propio Bianchedi, aunque Sein no prescinde de un esbozo. En alguna que otra ocasión se ven sus pinturas y las discute con Sappia. Las revelaciones hermenéuticas son escasas, pero llega a entreverse que los retratados en las obras de Bianchedi asumen la futura presencia de un espectador. También se dilucida que los cuadros dan cuenta de la posición espiritual del propio artista, una biografía indirecta del estado de ánimo. 

Es infrecuente lo que hace acá Sein. En vez de confeccionar una pintura sobre el artista y ofrecer una interpretación de la obra prefiere plasmar las condiciones materiales de posibilidad de su obra. Se detiene entonces en la luz de la casa y sus alrededores y en la relación del ecosistema con la sensibilidad de Bianchedi, a la vez que elige encuadrar como si él mismo estuviera pintando con la cámara el hogar estético de su personaje. Hay algunos pasajes de una hermosura manifiesta en el trayecto de la luz sobre las superficies de los planos, que tienden a un delicado impresionismo. Lo que sucede con la proyección de las sombras de las ramas de los árboles en el interior de la casa o el empleo de los marcos de las ventanas para demarcar el paisaje como trabajado por un pincel, como si el estímulo exterior hubiese sido trastocado como impresión subjetiva en una representación (cinematográfica), es admirable. 

Yo no es otro es una película misteriosa. El yo detrás de las pinturas permanece como un otro para la cámara que nunca llega a doblegar la opacidad de la que el propio artista jamás reniega. Al cineasta no le interesan la personalidad del pintor ni sus eventuales veleidades. Su atención se circunscribe al espacio de la creación y de la materia. Y es más que suficiente. 

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Yo no es otro, Argentina, 2021.

Escrita y dirigida por Santiago Sein.

Roger Koza / Copyleft 2021