VIVIR Y CREER

VIVIR Y CREER

por - Entrevistas
30 Mar, 2024 11:04 | Sin comentarios
La escritora Selva Almada y la cineasta Paula Hernández hablan sobre El viento que arrasa, novela y película, en ambos casos una indagación sobre qué significa creer y las consecuencias de sostener(se en) una visión de mundo.

En algo hay que creer, suele decirse, como si el acto de vivir necesitara de un acopio de creencias que sustente una razón por la cual vivir. La descreencia absoluta es incompatible con el oxígeno.

En la novela de Selva Almada y la película de Paula Hernández de título homónimo, El viento que arrasa, un hombre cree en las fuerzas naturales mientras otro en las del cielo. El primero es mecánico y vive con su hijo en un páramo donde el calor define la experiencia, tanto como la soledad y la austeridad impuesta por el aislamiento; le dicen Gringo. El otro protagonista es el reverendo Pearson, un hombre de fe que viaja con su hija como asistente llevando la palabra de Dios de pueblo en pueblo. Un desperfecto en el motor del automóvil es la azarosa o providencial circunstancia que reúne a los cuatro en el medio de la nada y por unas horas. 

El paso del papel a la pantalla ha sido prodigioso. La lacónica precisión conceptual de la novela se traslada a su representación cinematográfica: se aprovechan el cuerpo y los gestos de los intérpretes como si en ellos se cifraran sustantivos y verbos; un corte es un punto seguido; el empleo del color rojo, una descripción. La prosa de Almada y la poética de Hernández se amalgaman conjurando las diferencias inconmensurables de la indeterminación de la representación de cualquier novela y la confrontación material implicada en cualquier película. Nada podría explicar mejor la cercanía de la palabra y el fotograma que el cuerpo del señor Sergi López. Nadie excepto él podría ser el Gringo. Lo mismo con los otros tres personajes.

Una definición un poco olvidada de la noción de creencia es aquella que la caracteriza como un hábito de acción. La creencia explica un acto, también lo precipita. Creer ordena el mundo alrededor y asimismo permite coordinar con los demás las acciones propias y ajenas. Pero las creencias más vitales son menos perceptibles. Respiran en los actos, contienen los deseos, también los retienen o subliman. En El viento que arrasa todo eso se ve sin decirse, y cuando se necesita decir algo los diálogos que remiten a la novela protegen a la trama de hacer concesiones pedagógicas e ilustrativas. Por eso, la conversión de un personaje es tan asombrosa como la deserción de otro del dominio de un dogma.

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RK: ¿Cómo llegó a la novela y por qué sintió el deseo de filmarla? 

Almada y Hernández

A diferencia de otros escritores, el universo del cine no le es ajeno. Ha sido testigo del rodaje de Zama de Lucrecia Martel y ha trabajado con Maximiliano Schonfeld en películas y series. Acá, su novela abandona la organización literaria y se reconstituye en planos cinematográficos. Usted sabe que hay algo inconmensurable ente ambos mundos. El reverendo Pearson en papel puede ser concebido de muchas formas en la imaginación, pero ni bien existe su encarnación en un fotograma adquiere una forma fija. ¿Cuál fue su impresión al encontrarse con esa transposición?

Los cambios de la película a la novela son evidentes. En la novela el relato no es lineal. Hay varios recuerdos, también se pueden leer algunos sermones sueltos. El pasado de los personajes no tiene la misma impronta que en la novela. El inicio y el final son distintos, aunque en ambos casos remiten a capítulos similares del libro. ¿Cómo se decidieron esos recortes y adaptaciones?

Hay un punto en común entre la película y la novela: la única indicación temporal es el walkman, si bien en la película existe tardíamente una sagaz decisión en la que se introduce una ambivalencia temporal debido a un paisaje que remite al hoy y no al ayer. ¿Qué tienen para decir sobre la relación del relato con el tiempo? 

En el corazón del relato hay algo así como una laboriosa indagación sobre la creencia. El cristianismo es el sistema de interpretación puesto en juego y en su variante evangélica. Podría ser haber sido otra creencia, pero el problema sería el mismo: una relación acrítica y literal con el dogma religioso. ¿Qué les interesa de esa experiencia? Por otra parte, la representación del modo en cómo se vive la fe alcanza una inesperada actualidad.

Para quien haya visto primero la película y después leído la novela es imposible disociar al reverendo de Alfredo Castro, al igual que al Gringo de Sergi López, Leni de Almudena González y Tapioca de Joaquín Acebo. ¿Cómo los eligió? Son papeles consagratorios.

¿Qué sintió al ver a Leni, a Tapioca, al Gringo y al reverendo en esos intérpretes?

En la novela se lee: “De a poco, la respiración se acompasó; el corazón dejó de bambolearse adentro de la caja torácica, volvió a encontrar su hogar entre los huevos”. Esta oración es infilmable, y es una pena inmensa porque es una descripción sobre la fisiología de la intimidad que es extraordinaria. Al leer cosas así, ¿pensó en cómo filmar lo que se transmite en descripciones que solamente pueden pertenecer al dominio del lenguaje?

En la película se incluye una escena que está en la novela como recuerdo: la del paso por un hotel donde el padre y la hija duermen juntos. En la película se respeta muy bien el tono del relato, pero en esa escena se incorporan ángulos de cámara, un trabajo formidable de la profundidad de campo y también una concepción cromática que define la naturaleza de la escena. ¿Qué descubre en un pasaje como ese especto de su propia escritura?

La película aprovecha el hermoso empirismo primitivo del mecánico para comprender el mundo y los actos humanos, y la teología reduccionista del reverendo, que explica absolutamente todo como dos posturas en tensión dialéctica que anticipan una confrontación ineludible. En esto, las palabras son casi las mismas, también sus efectos: la posible conversión de Tapioca, el fin del asentimiento de Leni respecto de la fe de su padre. ¿Por qué decidió respetar a pie de la letra este conflicto?

*Publicada en otra versión y con otro título por Revista Ñ en el mes de marzo.

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