TODOS OS MORTOS
Orden y progreso
En las variadas inscripciones, figuras y colores de las banderas y los escudos puede leerse el imaginario de una nación o de instituciones de menor alcance. La invocación al cosmos, al origen, a una entidad metafísica que vindica un destino colectivo es tan frecuente como algún que otro concepto capaz de glosar un ideal y una aspiración a la gloria. En la bandera brasileña se divisa la Tierra y en esta un lugar para el país más grande del continente. También se alcanzan a leer dos palabras: orden y progreso.
En esa conjunción de términos, el pueblo hermano que no habla nuestro idioma y cuya historia colonial (y poscolonial) se inscribe bajo la mácula de la esclavitud ha experimentado los efectos concretos de la dialéctica. No siempre el progreso es contiguo al orden; en ocasiones para lo primero se necesita destituir lo segundo. ¿No es en el fondo Todos os mortos un retrato microscópico sobre la resistencia al progreso? La primera clarividencia de la película de Caetano Gotardo y Marco Dutra tiene que ver con la manera en que plasma la lenta (in)adecuación del fin de la esclavitud en Brasil (ocurrido en 1888) al nuevo orden social en ciernes.
El universo elegido por los cineastas paulistas es el doméstico. En el seno de una familia acomodada de San Pablo, el drama de una nación tiene su representación miniaturizada: los esclavos de antaño devienen sirvientes, las relaciones entre los miembros de la familia y estos expresan un ajuste de conductas compartidas. En efecto, las obligaciones y los derechos cambian, un poco, bastante poco, y al mismo tiempo la percepción del propio mundo, si se está de un lado u otro, no deja de ser inconmensurable entre unos y otros: a la madre de los ricos le preocupa la calidad del café de la mañana y el destino de su hija menor, cuya inestabilidad psíquica le impedirá contraer matrimonio; a una de las sirvientas, después de años, la conmueve la posibilidad de reencontrarse con el padre de su hijo, al que no ve hace años, pues, abolida la esclavitud, pueden sortear la distancia. Estos contrastes son constantes. Las diferencias de clase y de raza constituyen el tejido social del país.
Dutra y Gotardo incluyen subtemas pertinentes. Los contrastes entre la teología oficial de los blancos y las prácticas rituales oriundas de África se pueden advertir porque el film los suma a la vida de los personajes sin convertirlos en meros vehículos de un discurso crítico. La escena en la que un grupo de mujeres entonan una canción durante un ritual pagano es de una hermosura indesmentible, no una tesis que viene a demostrar una idea. Todo es orgánico en Todos os mortos. El trabajo sobre la iluminación en el que se prioriza lo sombrío está en sintonía con el estado anímico de los personajes y asimismo expresa el fin de un tiempo social y el inicio de otro.
Pero Todos os mortos no sería la película que es si prescindiera de una notable idea de puesta en escena que conjura su ostensible filiación superficial respecto del cine de época. A medida que el relato avanza, se pone en marcha una disociación entre el tiempo y el espacio. Todo sucede en las postrimerías del siglo XIX, pero, cuando los personajes están en la calle, San Pablo es la ciudad actual. Esta disparidad propone una continuidad del pasado en el presente, como si la abolición de la esclavitud recién hubiera sido firmada semanas atrás y su vigencia no se tradujera en un nuevo orden simbólico. Es que el progreso es lento, mientras que la vida de los hombres y las mujeres, en cambio, pasa volando. Los muertos de la Historia no pudieron ni siquiera vislumbrar los beneficios discretos del progreso. ¿Qué se puede decir del futuro de los vivos?
***
Todos os mortos, Brasil, 2020.
Escrita y dirigida por Caetano Gotardo y Marco Dutra.
*Esta crítica fue publicada en otra versión en el diario La Voz del Interior en el mes de febrero 2021.
Roger Koza / Copyleft 2021
Últimos Comentarios