TODO DOCUMENTO DE CIVILIZACIÓN

TODO DOCUMENTO DE CIVILIZACIÓN

por - Críticas
29 Ago, 2025 10:30 | Sin comentarios
Mazú González vuelve sobre la injusta muerte de Luciano Arruga. La película no puede revertir su destino, pero sí impedir su olvido.

VIAJE AL MARGEN DE LA TIERRA

En medio del relato de Mónica Alegre, quien describe cómo escuchaba los gritos de su hijo al otro lado de la puerta, en una comisaría donde lo retenían y lo golpeaban sin descanso, me encontré cerrando los ojos. Fue un acto reflejo, propulsado por la violencia desgarradora y la impotencia inaguantable de aquella narración. Pero rápidamente me di cuenta de que era un reflejo bastante absurdo, sin un sentido lógico: no había nada para dejar de mirar. En esa secuencia de Todo documento de civilización, Tatiana Mazú González monta la voz de Alegre sobre una imagen en negro, enterrada en la oscuridad. Ni siquiera vemos el rostro de la mujer: es apenas su voz prístina y flotante la que toma el protagonismo. Entonces, ¿por qué yo había cerrado los ojos? Quizás, lo que no había aguantado era la imagen que tomaba cuerpo en mi cabeza a partir de aquella voz. Una imagen etérea y a la vez concreta; esa doble faz llena de fricciones y cortocircuitos que define la propia experiencia de Alegre. Alguien que no tiene respuestas sobre su hijo desaparecido, y que, por lo tanto, debe lidiar con las elipsis; llenar los vacíos de un hecho que pone contra las cuerdas las posibilidades de la representación.

Me animo a pensar que hay en aquel momento (el de la película y el de mi propio encuentro con ella) una pista sobre la identidad de Todo documento de civilización. El film de Tatiana Mazú se despliega como un objeto autoconsciente, que parece estar pensando con insistencia sobre las posibilidades de escenificar el asesinato de Luciano Arruga, el hijo de Alegre, un adolescente que vivía en La Matanza. ¿Cómo mostrar un hecho cuya misma naturaleza está marcada por lo que no se vió y se escondió? En ese sentido, aunque no haya referencias explícitas a la dictadura militar, la conexión permanece latente: una madre desamparada, sin justicia ni derecho, recuerda a su hijo que fue chupado por la policía en 2008. Ya no son los siniestros años ‘70, sino nuestro desencantado siglo XXI. 

Pero, al mismo tiempo, hay otra inquietud que parece poseer a la película. Lo que no se ve por completo no son únicamente los detalles de cómo la policía detuvo y mató al joven Arruga, sino las condiciones sociales que habilitaron esa tragedia. El episodio que reconstruye Mazú no se agota en 2025 o 2008, ni siquiera en el eco de los 70, ni tampoco en Luciano como si fuera una víctima extraviada en una isla. Por eso, la directora escarba en el tiempo y desempolva expedientes de Estado que nos llevan mucho más lejos. 

En Todo documento de civilización hay archivos históricos, testimonios sonoros, registros callejeros, ilustraciones de libros antiguos e imágenes recolectadas de los basurales de Internet. La heterogeneidad es la marca de la película y en ella se cifra la agilidad creativa que entrenó Mazú para bordear un hecho escurridizo, que siempre amenaza con escaparse y mostrarse a medias. Podremos encontrar una filiación con el cine militante por su gesto contra-informacional, así como una fuerza cruda y emocional (anclada en el recuerdo de Luciano: en quién fue y en todo lo qué no llegó a hacer) que remite a la sensibilidad ensayada por las películas imborrables de Carlos Echeverría. Pero lo que diferencia al documental de Mazú es un ensamblaje cercano a la instalación; esa zona híbrida, entre el cine y la exhibición de galería. Se trata, en ese punto, de un montaje hecho de piezas disímiles, como cemento sonoro y ladrillos visuales que no salieron de la misma fábrica pero que de alguna manera logran encajar. ¿Qué une a Luciano Arruga, a la fundación de Buenos Aires como capital y a los libros de ciencia ficción de Julio Verne? Todo elemento existe por su relación con el que tiene al lado, y cada nueva adición busca agudizar la percepción, en un país que juega al cuarto oscuro. 

El resultado es un armazón viviente que no se limita a predicar sermones. Mazú trabaja con algo más frágil como la sensación, sin por eso perder su nitidez política. Cuando filma las movilizaciones que reclaman por la justicia de Luciano, por ejemplo, no las capturas de modo directo, sino a partir de su reflejo sobre vidrieras, de tal manera que las protestas se funden con la exhibición del consumo o con las escenas dentro de una peluquería. Es la superposición de dos tiempos (en una película que está obsesionada por ese tipo de desequilibrio temporal): el de la normalidad que parece seguir su curso, y el de la urgencia que busca frenarlo todo. Antes de eso, la película muestra los rincones desérticos del barrio, invadidos por la luz patotera de la policía y por zumbidos urbanos tan escamosos que parecen llegar desde otro planeta. Por partes, vemos objetos cargados de misterio: la cartelería política que promete un futuro mejor, los escombros en la calle, un ramo de flores rodeado de basura y un cuaderno olvidado en el barro. Son todos fragmentos incompletos, objetos despedazados o desprendidos de su origen, que no sabemos de dónde vienen ni a dónde nos llevan, pero que liberan una atmósfera de perdición. 

Allí, el coqueteo con lo extraño recuerda a Ciudad ocultala ficción delirante de Francisco Bouzas que filmaba la villa como un territorio de fantasmas. Tanto él como Mazú integran la familia de Antes Muerto Cine, y estas dos películas podrían pensarse como hermanas mellizas, separadas al nacer. Mientras Ciudad oculta utiliza la ficción como un espacio para que los adolescentes de la periferia den riendas sueltas a la fabulación, Todo documento de civilización observa una situación semejante en clave terrenal. 

Así toman sentido las viejas ilustraciones de las novelas de Julio Verne, a las cuales Mazú recurre continuamente a lo largo del montaje. Vemos dibujos maravillosos de cohetes y de personas paseando por la Luna, que además de su extrañeza innata están intervenidos por un ligero efecto visual. La imagen crepita como una brasa al fuego, acentuando la sensación fantástica de aquellos dibujos; son un espejismo que nos catapulta más allá de la realidad. Luciano se internaba en la biblioteca y leía esos libros. Imaginaba viajes en globo y expediciones al centro de la Tierra, casi del mismo modo en que soñaba con conocer el mar. El universo de Verne funciona, así como el combustible para la imaginación. Es el tipo de ejercicio especulativo que Ciudad oculta concretaba a través de su ficción, y al que Todo documento de civilización alude, pero señalando sus límites. Viajar a la costa o atesorar un futuro son experiencias tan distantes como pisar la Luna. Están vedadas para quienes nacen al otro lado de la General Paz.

 Por eso también, Todo documento de civilización es una poesía crítica de la ciudad y la clase social. Un objeto que entiende que la disposición del espacio urbano es además una forma de organización mental: el trazado de un límite tan físico como ideal. Lo deseable y lo aborrecible. Lo que entra y lo que permanece afuera. El centro y el descarte. De un lado la Capital, del otro el Gran Buenos Aires. Es esa estructura la que moldea el esqueleto de esta película-instalación. Y Mazú entiende que así puede patear las fronteras. La política de su film es esa. Seguir creyendo que el cine, con su propia materia, puede reordenar este mundo maldito. 

Todo documento de civilización, Argentina, 2024.

Escrita y dirigida por Tatiana Mazú González.

Iván Zgaib / Copyleft 2025