NYFF59: NOTICIAS CINÉFILAS DESDE LA CIUDAD DE NUEVA YORK
El Festival de Nueva York (NYFF) se desarrolla este año desde el 24 de septiembre al 10 de octubre, fecha estratégica: fin de temporada de festivales, selecciona lo mejor de Cannes, Venecia, Toronto, para presentar un conjunto de películas que no tienen asegurado su estreno, ya que las pantallas están -como en todo el mundo- dominadas por el cine de Hollywood. Dennis Lim es el responsable de la programación, que tiene una sección principal, otra, Current, con el cine más novedoso, y otra mainstream, de adelantos de estrenos de temporada. Por supuesto, el Festival fue la oportunidad de reencontrar el cine de manera presencial después del pico de la pandemia.
La prueba de estar vacunados es estricta. Para acceder a la enorme sala de proyección de las funciones de prensa es imprescindible presentarla, y por supuesto, usar barbijo todo el tiempo. Lo mismo exigen para entrar a teatros, museos, galerías de arte y en la parte interna de los restoranes. Lo cual implica que los grupos anti vacunas quedan afuera de esas actividades, y no sólo eso, sino que se arriesgan a perder sus empleos sino se vacunan.
El plano inicial de La tragedia de Macbeth -film de apertura del NYFF, dirigido por Joel Coen, en solitario sin su hermano Ethan- es anunciatorio: tres aves oscuras, pájaros de mal agüero, planean en un cielo gris, una presencia ominosa, que se metamorfosea en las brujas, tres en una, terrorífica en sus contorsiones y los timbres cambiantes de su voz. Esta nueva versión de la tragedia tiende a la abstracción, reforzada por el uso del blanco y negro. Espacio y tiempo no son definidos, espacios abiertos en una niebla que los hace herméticos, arena, recámaras no identificadas, amplias salas desnudas, como si quisiera acercarse a aquella concepción de Orson Welles, gracias también a la imagen casi atemporal. La fotografía de Bruno Delbonnel experimenta con esa abstracción, ya sea transformando la bruja en tres, con su reflejo, como recorriendo esas enormes arquitecturas rasas, netas. Pero tal vez sea esa misma extraordinaria abstracción de claroscuros casi expresionistas la que resta sangre al tratamiento de la tragedia: Denzel Washington -un Macbeth negro por fin- y Frances McDormand lucen dueños de sus roles, pero también controlan sus emociones, sin esa dosis de locura y de pasión necesaria para esta ambición de poder que plantea Shakespeare.
El elenco luce espléndido: a Corey Hawkins como McDuff, Bertie Carvel como Banquo y Kathryn Hunter como la/s bruja/s se los ve en una continua oscilación entre planos amplios y duros primeros planos; el respeto al texto original y el uso fiel del lenguaje intensifican el lirismo, la atemporalidad, la belleza formal, el carácter mítico de la obra.
La actriz inglesa Rebecca Hall hace un excelente debut como directora de Passing. Basada en una novela de Nella Larsen trata la historia de dos mujeres (Tessa Thompson y Ruth Negga)que fueron amigas en la niñez y se reencuentran por azar, ya maduras, en los años ‘20. Ambas han tomado decisiones de vida muy diferentes: de familia negra, pero de piel muy clara, Clare ha ocultado su identidad, pasando por blanca, y se ha casado con un blanco racista. Irene por el contrario -aunque a veces también “pasa” por blanca- es orgullosa de su raza, vive con su familia de clase media en ascenso en Harlem y goza de las actividades glamorosas de su comunidad negra en los roaring twenties. Hall puede haberse inclinado por esta adaptación a causa de su propio origen, hija de una madre de ancestros afroamericanos.
El uso de la sutil fotografía en blanco y negro de Eduard Grau es apropiado no sólo para la recreación de época, sino para mostrar las dudas, los temores de Irene frente a la intrusión de su amiga en su entorno y su propia ambigüedad por su raza y por su relación con Clare. Y Hall sabe dar matices a esas inseguridades femeninas con una evidente confianza en sus actrices. Sin clichés sino con perspicacia, con ambigüedad, con sugerencias -que no sostiene hasta el final-, Hall aborda temas como la arbitrariedad de los límites raciales, la feminidad, el sexo y el género, que hoy cobran un valor contundente.
Otra actriz que debuta en la dirección es Maggie Gylenhall con The Lost Daughter, un cuadro sutil de la psicología y emocionalidad femeninas. La extraordinaria Olivia Colman prueba una vez más que puede interpretar cualquier rol. Una académica inglesa que pasa sus vacaciones en una isla griega, donde acude a la playa con libros, cuaderno de notas, dispuesta a trabajar. Su vínculo ocasional con una familia, una obviamente infeliz madre joven y su hija, traen a su memoria su propia juventud con sucesivos flashbacks -interpretados por Jessie Buckley- que evocan su formación académica, su matrimonio, su ardua y contradictoria maternidad, sus esfuerzos para salir adelante. Ambas actrices se completan mutuamente, crean una tensión entre pasado y presente, y generan un personaje que uno termina por amar, a pesar de sus rispideces.
El guion de Gylenhall ganó en Venecia; aunque dice estar basada en la novela La niña perdida, última de la saga escrita por Elena Ferrante, nada hay del mundo localista que recrea la escritora italiana sino sus sentimientos, universales.
Ningún festival que se precie puede prescindir del último film del prolífico Hong Sang-soo, y en New York programaron dos realizados en 2021: Introduction e In Front of Your Face. En este último Hong continúa sus indagaciones sobre la psicología femenina y las banalidades de la vida cotidiana, en este caso con una mujer mayor que sus habituales protagonistas, quien regresa a su país después de un largo período en el exterior. Sangok no cesa de dar gracias por la vida y por lo que le toca vivir, y desea estar “atenta al cielo que se esconde delante de nuestros rostros”. Dice también: “Todo está frente a nosotros por completo, hay que saber verlo”. El film registra el paseo de Sangok con su hermana, el desayuno juntas, el paisaje de Seúl y no falta su encuentro -marca de autor- con un director de cine (su habitual Kwon Hae-hyo), con quien bebe varias botellas de soju y conversan con soltura de temas que les interesan En esta ocasión, la sombra de la muerte planea sobre los personajes, de manera oblicua, pero presente. Nada más, y nada menos.
Sin duda, el cine de Bruno Dumont sigue dando giros, planteando diversidad de temas, distintas aproximaciones a la realidad, y desde enfoques muy variados. Su último film vuelve a abordar la realidad de Francia, a través de su protagonista, llamada obviamente France des Meurs (una espléndida Léa Seydoux), periodista política estrella en la cúspide de su fama, que trabaja en medio de situaciones límite. Todos conocen a France, la acosan en la calle con pedidos de fotos y autógrafos, luce espléndida, siempre con un vestuario tan deslumbrante como su inteligencia. Pero el peso de la fama, la fuerza de las miradas devienen infortunados para France. Un buen día, su mundo personal y profesional se desmorona, algo en su ser se quiebra, vive una toma de conciencia y la recia, valiente, impertérrita France no puede dejar de llorar.
Con toques de humor -que nunca son tan logrados como sus films más serios-, Dumont postula una dura sátira-análisis sociopolítico de la realidad mediática europea, su re/construcción de la realidad, la puesta en escena de las noticias, la frágil, vulnerable personalidad de sus protagonistas aparentemente poderosos. Todo puede constituir una ficción, o una escenografía, como la casa familiar de France. Dumont no cesa de mencionar de una y otra forma que todos -France, Francia, todos- vivimos un mundo de inmensa violencia, en sus diferentes manifestaciones, aunque la televisión se encargue de edulcorarlo.
El nuevo divertimento de Wes Anderson suena a un torbellino desatado por The French Dispatch, un periódico americano instalado en la ciudad ficticia de Ennui-sur-Blasé, filmado en Angoulème. El director es Bill Murray, y tres de sus redactores narran sendas historias, con un elenco espectacular, y algunos habituales de Anderson: una historia es sobre el mundo del arte, con Tilda Swinton (presente en el NYFF también en la película de Apichatpong) luciendo una peluca roja y una dentadura imposible, Léa Seydoux (a quien vimos en France) y Benicio del Toro; otra es sobre la militancia política, y aquí la redactora es Frances McDormand (quien luce en Macbeth) y también con Timothée Chalamet; y la tercera es un policial negro con Mathieu Amalric, Edward Norton et al. Cada pieza está enmarcada en color, y la anécdota en blanco y negro. Lo cual no impide que ocasionalmente reaparezca el color, o la animación, o lo que fuere. Como siempre, Anderson se apoya en el artificio, la puesta en escena caricaturesca y la aproximación al comic. Una retahíla de tópicos sobre lo que Francia representa para los norteamericanos, sobre el cine francés y con homenaje al periodismo del New Yorker. Una escenografía impactante, con reencuadres permanentes que recuerdan que todo es una composición, una construcción, una puesta en escena y un artificio. ¿Demasiado? Sí.
Basada en la novela de Thomas Savage, la historia de The Power of the Dog comienza como el antológico cuento de Borges, La intrusa. Pero luego la peripecia toma otra dirección: ese matrimonio de hermanos dueños del gran rancho, poderoso, asume con tensión la incorporación de una esposa a la familia. Uno de ellos pulido, galante, el otro un rústico brutal. Jane Campion encontró en Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons y Kirsten Dunst los actores ideales para interpretar este triángulo trágico. Cumberbatch despliega una excelente performance como macho alfa, que se ufana de su primitivismo “apesto, y eso me gusta”, aunque tiene su lado más refinado y oculto, por una sofocada homosexualidad. Phil ha estudiado en la universidad, hace música, pero es también sádico, despiadado, frustrado e insatisfecho. Hará lo posible para destruir al nuevo miembro de la familia, y a su hijo, un joven estudiante de medicina, con un femenino fuerte, sensible y opuesto a la imagen del macho vaquero.
En su película -ganadora de premios en San Sebastián y Venecia- Campion presenta un Oeste americano en 1925, cuando están llegando las señales de la modernidad y de la cultura, algunos de la mano de esa mujer a quien no le será fácil incorporarse a ese mundo de hombres, que se desmorona cuando su hijo inicia una amistad con su odioso cuñado, entre quienes se instala una tensión sexual. El tiempo dirá dónde reside el poder y la fortaleza. El film resulta sugerente: debajo de un naturalismo crudo, casi brutal, subyace cierta delicada sensibilidad y un placer por mostrar esos agrestes paisajes (que en realidad están filmados en Nueva Zelanda), donde todo está por hacerse.
¡Por fin! La película más sorprendente y más original, ganadora del premio Fipresci en Berlín: What Do You See When you Look at the Sky? del georgiano Aleksadre Koberidze. Haciendo a su antojo, proponiendo novedades sin atenerse a un género determinado, su historia romántica deviene fantástica, bordeando el absurdo, cuando unos enamorados cambian de aspecto bajo un hechizo y no pueden reconocerse ni reencontrarse. Un narrador aclara todas las dudas que puedan plantearse, en un peculiar estilo narrativo. La cámara toma realidades fragmentadas, objetos, primeros planos, mientras el río fluye una y otra vez en pantalla, como un ritornello, en esta ciudad de Georgia. Donde todos son hinchas de fútbol, y de Argentina precisamente, en el campeonato mundial. Al perder su aspecto original también perdieron sus talentos, por lo que ambos protagonistas terminan trabajando en el mismo sitio público, sin reconocerse. Esta historia de metamorfosis y anagnórisis sirve de pretexto para presentar escenas cotidianas, líricas algunas, cómicas otras, con un fondo de melancolía. Tiempos muertos, niños, diálogos de perros, Messi, nada escapa a la curiosa cámara de Koberidze, que puede ser mágica, como se revela al final.
Current es la sección que presenta el cine más innovador, lo que en otros festivales equivale a Cine del futuro, Orizzonti (Venecia), O Cutting the Edge (Miami), etc. El cine más personal y más experimental -en sentido amplio-, y más político. Una sección con cortos y largometrajes contemporáneos de vanguardia. Allí vimos algunas curiosidades como Juste un movement de Vincent Meessen, un film ensayo sobre el intelectual, artista y activista Omas Blondin Diop, nacido en Nigeria, que presenta con gran belleza estética en su fotografía e iluminación, una tragedia propia del post colonialismo. Otro digno de mención es el minimalista Haruhara san’s Recorder, de Kiyosi Sugita, filmado durante la pandemia. Las máscaras o barbijos siempre presentes indican la precariedad y vulnerabilidad humanas, tal la de la protagonista, de apariencia frágil pero potente. Inspirado en un poema tanka, el film tiene un estilo que evoca el cine japonés clásico, con planos fijos, movimientos mesurados, planos reencuadrados con una ventana, que contrasta el interior sereno, humano, con el exterior de la naturaleza. Pura sutileza japonesa.
Lo que más me interesó en Current fue Sycorax, de Lois Patiño y Matías Piñeiro. He seguido la filmografía de Piñeiro, quien ha desarrollado casi todo su cine sobre la obra de Shakespeare, en una revisión contemporánea sutil, inteligente y talentosa. El Festival de Nueva York exhibe Isabella, sobre Medida por medida, que hemos podido disfrutar en Buenos Aires. En esta ocasión, en colaboración con Lois Patiño, Piñeiro aborda La tempestad. La protagonista de su corto es Sycorax, la bruja que en la obra original es muda e invisible, madre de Calibán, y ha encerrado a Ariel, espíritu del aire, en un árbol, tal vez para protegerlo. La película comienza con la imagen de un árbol y se traslada a una isla desierta, como la de Sycorax, con la maravilla de la selva tropical y el viento agitando las ramas. Un film contemplativo, de una naturaleza exuberante en las Azores, propia de la fotografía de Patiño, de quien viéramos Costa da morte y Lúa vermelhaen Bafici y Mar del Plata, respectivamente. (Habitué de festivales.) Allí está Agustina Muñoz en una suerte de directora buscando locaciones, o asistiendo a un casting, o tal vez, quedando atrapada dentro del árbol. El corto crea la expectativa de la necesaria versión larga, que vendrá y se llamará Ariel.
Aunque parezca de Perogrullo, no puedo dejar de mencionar el notable el auge de Netflix. Si hace unos pocos años causó escándalo que se presentara en Cannes una producción de esa plataforma de streaming, este año gran parte del las películas del Festival de New York -que estuvieron antes en Cannes, en Venecia, en Toronto, en Sundance- comenzaban con la famosa N roja.
Había mucho más, pero no pude estar presente en todo el Festival por razones de peso. Quedaron por ver Titane de Decornau, Vortex de Noé, Madres paralelas de Almodóvar, Petit maman de Sciamma, y unas cuantas más. Como siempre, resta pregustarse qué de todo esto podremos ver aquí, algún día.
Josefina Sartora / Copyleft 2021
¿»de familia negra, pero de piel muy clara»?
Una expresión antropológicamente sin sentido. En todo caso, estaríamos hablando de una familia de ascendencia multirracial y de dis mujeres mulatas.