
NUESTRA TIERRA (02)
Nuestra tierra es nuestra
El 12 de octubre de 2009 fue asesinado a tiros Javier Chocobar, cacique de la comunidad de Chuschagasta en la provincia de Tucumán, República Argentina. El líder comunero, junto con otros miembros del pueblo diaguita, defendía el territorio del intento de apropiación por parte de un terrateniente, Sergio Amín, que pretendía explotar una cantera de lajas. Amín visitó la zona acompañado de José Valdivieso y Luis Humberto Gómez, ex-agentes de policía, y reaccionaron ante la presencia pacífica de los indígenas abriendo fuego y huyendo en coche, dejando como resultado el cuerpo muerto de Chocobar y heridas graves a sus primos Andrés y Sergio Mamani. Hubo que esperar hasta 2018 para que se celebrase el juicio por este crimen; el veredicto supuso una condena ejemplar para los tres responsables, pero esta nunca llegó a cumplirse.
Un aspecto fascinante y al mismo tiempo aterrador de la ejecución de Chocobar es que fue grabada en video por uno de los verdugos y acabó por ser difundida en internet. Esas imágenes de baja resolución fueron objeto de debate y escrutinio público y sirvieron como prueba inapelable, y la directora Lucrecia Martel las integra en el magnífico documental Nuestra Tierra, estrenado en el Festival de Cine de Venecia y que formó parte en noviembre de la programación de Cineuropa, en Santiago de Compostela (Galicia). La película es muchas cosas, incluida la apasionante reconstrucción de los hechos realizada in situ y, cómo no, el relato canónico del juicio que deja amplio espacio para la ruindad racista y testosterónica de los criminales («el Estado argentino me entrenó para esto») y la actitud a veces intimidatoria de sus abogados defensores, un gesto lúcido nacido de la convicción de que lo que dicen no precisa mucho más comentario. Es tantas cosas que ni siquiera comienza aquí, sino en el espacio, con imágenes de la Tierra tomadas desde la Estación Espacial Internacional ilustradas musicalmente por la Misa Criolla de Ariel Ramírez. Uno de esos planos muestra el Brazo Robótico Europeo, que se utiliza para realizar diversas operaciones de mantenimiento y reparación y sirve de soporte a los astronautas en actividades extravehiculares. Queda claro así que también ahí hay presencia humana, que el cosmos ya no es un espacio virgen, que ha sido ocupado o colonizado, por más que se trate de una colonización científica fruto de la colaboración entre diferentes países, una que 400 km más abajo hoy parece insólita.
Es de la colonización de lo que nos habla la película. Del robo de tierras y recursos, del uso y sometimiento de los cuerpos, del desprecio y el borrado de los pueblos, ¡de tantos!, que tiene en la muerte de Chocobar una consecuencia más. El título no lleva a engaño, ni el determinante elegido: hablamos en plural, de un nosotros colectivo, la comunidad Chuschagasta que algunos maliciosamente dieron por desaparecida hace dos siglos, en la época en que el suelo que pisaban resultó de interés para la metrópoli. «Nos han quitado hasta la forma de hablar», dice uno de ellos. La necesidad de partir para ganarse la vida es otro problema explícito: «¿Para qué luchar por una tierra que no vas a usar?», se escucha. La despoblación y la pobreza forzada son una herramienta eficaz del capitalismo para la desactivación de las legítimas luchas. No abandonar es un esfuerzo diario, sistemático y reivindicativo. También lo es no olvidar. La cineasta presta atención a lo que tienen que contar los hombres y mujeres de la nación diaguita, sus vidas y las de quienes los precedieron, a veces por medio de fotografías que dan fe de existencia, fotografías «gastaditas» pero bien guardadas, que se conservan y explican lo personal y lo político, las historias domésticas en las que siempre se oye el eco del desarraigo en forma de migración a la ciudad para trabajar como criada, de la desposesión de una forma de habitar la tierra. Lucrecia Martel se vale de drones para sobrevolar y adentrarse en esa tierra, para atravesarla como un pájaro capaz de pasar en pocos segundos de la visión de conjunto a un punto concreto del paisaje o al revés. Tuvo que ser Lucrecia quien, por fin, nos enseñase a utilizar sin miedo los drones, a evitar la espectacularización banal de las postales aéreas en favor de una mirada que surfea entre los árboles, la perspectiva de quien pertenece al lugar y no la de quien lo invade.
Nuestra Tierra honra la memoria de Javier Chocobar no por la vía de presentar las evidencias de su caso, o, en suma, de resolver un caso ya resuelto. Le rinde tributo al exponer la verdad incómoda que está detrás de aquellas balas, la imposición de un orden social y económico que se autodefine como «progreso» y anula el derecho de cualquier pueblo a gobernarse como desee, que le niega el derecho a ser.
Martin Pawley / Copyleft 2025
* Publicado originalmente en gallego en “Nós Diario” en otoño de 2025

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